Otoño Eterno

Epílogo

Seraphina

Ravenwick amaneció con un cielo claro y un sol dorado que parecía acariciar cada rincón de la ciudad. El aire olía a hojas secas, a canela y a humo de chimeneas, exactamente como lo había recordado, solo que ahora había algo diferente: un sentido de paz, una armonía que nunca antes se había sentido tan tangible.

Lucian estaba a mi lado, sus dedos entrelazados con los míos, y por primera vez en siglos, vi en sus ojos una tranquilidad que no necesitaba camuflar con sarcasmo ni con su habitual arrogancia. Nyx caminaba delante de nosotros, sus ojos dorados observando cada movimiento, pero su sombra ya no intimidaba, sino que parecía proteger con suavidad y solemnidad.

—Nunca imaginé que podríamos ver esto —dijo Lucian, rompiendo el silencio, mientras observaba los mercados llenos de vida y los talleres mágicos repletos de brujos, vampiros y lobos trabajando juntos.

—Ni yo —respondí, apoyando mi cabeza en su hombro—. Pero lo hemos logrado. Ravenwick está a salvo, y esta vez no solo por magia, sino por todos los que lucharon, por todos los que creyeron.

Mientras caminábamos por las calles, me encontré con Selene. Su rostro reflejaba orgullo y alivio a partes iguales. La hermana mayor siempre había sido rígida con la tradición, pero ahora su mirada era cálida, casi maternal.

—Has hecho más que cualquier hechizo, Seraphina —dijo, abrazándome con fuerza—. Has salvado a Ravenwick, y a todos nosotros en el proceso.

—No lo hice sola —respondí, mirando a Lucian, que sonrió de manera modesta—. Él también estuvo allí, siempre.

Selene asintió, reconociendo la verdad sin palabras. Los ojos de Nyx brillaron y, por un instante, parecía que el gato nos otorgaba su aprobación silenciosa. Sabía que, aunque nuestra unión era prohibida por algunas leyes antiguas, había pasado la prueba más importante: la de la supervivencia y la protección del linaje Blackthorne y de Ravenwick.

El día avanzó y el pueblo se llenó de risas y conversaciones. Los comerciantes ofrecían brebajes recién preparados, los aprendices practicaban hechizos supervisados, y los lobos patrullaban con calma, en perfecta sincronía con los vampiros. La ciudad no solo estaba reconstruida, sino que había renacido con una fuerza que reflejaba todo el sacrificio que habíamos hecho.

Me senté en el escalón de la plaza central, observando el río de hojas que giraba alrededor de los transeúntes. Lucian se acomodó a mi lado, y por un momento, todo el ruido y la actividad desaparecieron. Solo quedábamos nosotros, respirando la misma tranquilidad que llenaba el aire.

—¿Crees que alguna vez volverá el vacío? —pregunté, rompiendo la quietud.

Lucian negó con la cabeza, aunque sus ojos grises seguían reflejando la experiencia de tantos siglos de lucha.
—No mientras nosotros estemos aquí —dijo—. Hemos aprendido demasiado, y Nyx nos vigila. Ravenwick tiene guardianes ahora que no solo responden al miedo, sino también al amor y a la unión entre razas.

Nyx saltó al regazo de Lucian, y por un instante, su forma parecía aún más majestuosa, como si su esencia recordara los tiempos antiguos en los que los Blackthorne y sus guardianes definían el equilibrio de todo un pueblo. Su ronroneo llenó el aire con una resonancia cálida y protectora.

Recordé todos los momentos que nos habían traído hasta aquí: la tensión de los primeros encuentros con Lucian, la chispa que surgió entre sarcasmo y desafío, las noches de investigación, las batallas, los sacrificios y los hechizos prohibidos. Cada instante había forjado este momento, y ahora comprendía que todo eso no solo había sido necesario, sino que había sido hermoso a su manera, incluso en medio del peligro.

—¿Recuerdas la primera vez que te vi, Seraphina? —dijo Lucian, rompiendo mis pensamientos—. Te juré que te detestaba. Y mira dónde estamos ahora.

Reí suavemente, apoyando la frente contra su hombro.
—Sí, te detestaba con toda mi alma —respondí—. Pero creo que algo me decía que, en el fondo, también sabía que esto pasaría.

—Un amor maldito, entonces —dijo con una sonrisa torcida, pero con ojos que brillaban de sinceridad—. Y aún así, sobrevivimos.

—Sí —susurré, sintiendo que cada palabra sellaba nuestro vínculo—. Y sobreviviremos.

El sol comenzó a bajar lentamente, tiñendo las calles de un naranja profundo y rojizo. Las sombras se alargaban, pero ya no eran amenazantes; formaban un marco perfecto para la ciudad que habíamos salvado. Ravenwick, eterno otoño, vibraba con la energía de todos aquellos que habían dado su fuerza para mantenerlo vivo.

Decidimos caminar hacia la vieja torre del Consejo, ahora transformada en un lugar de encuentro para todas las razas. Los símbolos de brujos, vampiros y lobos estaban tallados en piedra, brillando suavemente con la magia que los sostenía. Allí, ante todos, hicimos un gesto que no era un juramento formal, pero que era más poderoso que cualquier palabra escrita: la unión de nuestros mundos, nuestra magia y nuestra voluntad de proteger la ciudad.

Los murmullos se extendieron entre la multitud, y vi cómo los miembros del Consejo, que antes nos habían mirado con desconfianza, ahora asentían con respeto y aprobación. Incluso Adrian Vale, el alfa de los lobos, se acercó a nosotros con una sonrisa que mezclaba orgullo y alivio.

—Nunca pensé que vería este día —dijo, apretando mi mano brevemente—. Has hecho algo que ni los antiguos habrían imaginado.

—Gracias, Adrian —respondí, y noté que Lucian colocaba suavemente su mano sobre la mía, uniendo nuestras fuerzas y energías en un gesto silencioso pero poderoso.

Nyx se situó a nuestro lado, y esta vez, sus ojos dorados parecían reflejar todo lo que había presenciado y protegido. Su sombra se fundió con la nuestra, creando un símbolo de unión y legado que nadie podría ignorar. Comprendí entonces que la verdadera magia de Ravenwick no residía solo en hechizos ni en rituales; residía en la fuerza de quienes estaban dispuestos a proteger, amar y sacrificarse por su hogar.




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