Otra oportunidad para el amor

4

Cuando ya estamos dentro del9 coche, Rebeca enciende la radio y baja las ventanillas. Mete las llaves en el contacto y arranca el motor, echa marcha atrás y sale del aparcamiento.

—¿Dónde es la fiesta?

—La organiza el equipo de boxeo, su fraternidad está al otro lado del campus.

Asiento y guardo silencio, Rebeca para el coche enfrente de la fraternidad. Abre su puerta y yo le imito, cierra el coche y le sigo por el camino de césped hasta la puerta. Llama al timbre, un chico con la camiseta manchada de cerveza y un vaso a rebosar de esta nos abre la puerta.

—Eh tú, has llegado —me señala—. Pasar —dice mientras me empuja hacia dentro.

Cojo la mano de Rebeca y las dos pasamos adentro. Seguimos al chico que nos conduce hacia la cocina. Señala la nevera y nos mira.

—Ahí tenéis la cerveza, si necesitáis algo estaré... —se detiene un momento y pierde el hilo de sus palabras —. Adiós.

Las dos nos miramos y Rebeca encoge sus hombros, coge dos cervezas de la nevera y mi ofrece una. Niego con la cabeza y la dejo sobre la encimera, cuando salimos de la cocina me fijo en que ya no está donde la deje. En el salón nos encontramos a Ben entre toda la gente, Rebeca rodea su cuello con los brazos y le besa, me siento en uno de los sofás y suspiro.

La fiesta no tarda en animarse y todos ya están eufóricos, a mi lado una pareja está demostrándome cuanto se quieren mientras invaden mi espacio personal. Miro los vasos que se acumulan encima de la mesa y un recuerdo invade mi memoria, la primera fiesta a la que acudí fue junto a Trevor. Nos bebimos solo dos cervezas y me acompaño a casa, aquella noche también nos dimos nuestro primer beso, en mi puerta, bajo el muérdago que colgaba del techo.

Seco mis ojos con las mangas del vestido, me levanto del sofá y busco a Rebeca y a Ben en la cocina, pero no están. La piscina está llena de gente saltando y tirándose de cabeza, intento pasar entre las que bailan en el césped.

Alguno de ellos me empuja y caigo en la piscina, siento el agua fría calándome hasta los huesos. Saco la cabeza del agua y nado hacia las escaleras. Cuando estoy fuera compruebo que mi vestido está empapado y mi teléfono también.

Entro en la casa y me dirijo hacia las escaleras en busca del baño, en el camino me tropiezo con un chico que esta inconsciente en el suelo con un vaso de cerveza en la mano, le pido disculpas aunque sé que no me escucha.

Abro varias puertas pero ninguna es el baño, al final del pasillo esta la única puerta que no he abierto. Entro en el baño y cierro la puerta con el pestillo, cojo una toalla y seco mi teléfono aunque no sirve de nada, oficialmente está roto.

Las cortinas de la ducha se corren y el chico que me empujo ayer en el pasillo de las taquillas sale con una toalla enrollada en su cintura. Intento apartar la mirada pero es imposible, trago saliva y el empieza a reír.

—¿Qué? —gruñó.

—¿Nunca has visto un chico desnudo? —se ríe a carcajadas.

Cojo mi móvil y le tiro la toalla a la cara. Me acerco a la puerta e intento quitar el pestillo, pero no gira.

—No, por favor —aporreo la puerta.

—Déjame —me empuja hacia un lado e intenta mover el pestillo—, lo has roto.

—¡Yo no lo he roto!

—Querías estar asolas conmigo.

—Lo primero no sabía que estabas aquí y lo segundo para que querría estar sola contigo.

—Porque soy irresistible —dice demasiado convencido.

Empiezo a reírme y tengo que apoyar mi mano sobre mi estómago para aliviar el dolor que me produce las carcajadas.

—¿Por qué no llamas a alguien? —me dice señalando mi teléfono.

—Me han tirado a la piscina y el teléfono se ha mojado —lo señalo—, no funciona.

Sigo golpeando la puerta sin éxito.

—¿Tienes tu móvil? — le pregunto pero niega con la cabeza —. Mierda.




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