Otra Vez

23

JEREMY

 

Después de la cena Dolly y yo regresamos a la habitación que compartiremos y aunque ella parece estar tranquila, yo no puedo dejar de pensar en el hecho que compartiremos un mismo cuarto.

A ver, ¡Compartiré un cuarto con la chica que es mi primer amor!

Está claro que no haré nada, no soy así y sé que ella no ha hecho nada de nada por lo que estamos en una zona segura pero eso no significa que no me sienta nervioso por todo. Me pregunto si ronco, si hablo dormido, si ella prefiere dormir con luz. Muchas cosas pasan por mi cabeza al mismo tiempo.

Dolly me avisa que irá a tomar una ducha rápida antes de ir a dormir y yo le contesto que está bien, que leeré un libro mientras tanto. Esta vez estoy leyendo un libro de fantasía que me interesa mucho pero mi mente no deja de dar vueltas y no he avanzado más que una página cuando Dolly sale con el cabello recogido y su ropa de dormir.

Estoy en el sofá y cierro el libro, asumiendo que ya querrá dormirse. Dolly camina hasta la cama, se sienta en el borde que está del lado donde están los sofás y sin decirme nada, me observa.

Volteo a verla sintiéndome incómodo. — ¿Pasa algo?

Ella niega con un rostro tranquilo. — ¿Tienes sueño? —Me pregunta—, yo no y no sé, ¿quieres charlar un poco?

Asiento y dejo el libro a un lado sin colocarle el separador, perdiendo la hoja pero no me importa. Me coloco de pie y dudo si es buena idea sentarme a su lado, al final del día somos dos adultos y estar en la misma cama puede ser incómodo para ella.

Dolly da unas palmadas a su lado. —Ven, siéntate aquí, charlemos.

Lo hago obedientemente. Normalmente no entraría ni siquiera al marco de la puerta de la habitación de alguna chica, no es lo que hago y nunca me he sentido listo para nada relacionado con las relaciones pero es como si todo cambiara con Dolly. Hay algo en Dolly que me hace sentir seguro, cómodo y tranquilo.

— ¿De qué quieres que hablemos? —pregunto percibiendo el olor a jabón de almendras que Dolly usa. Un día noté ese olor y ella me explicó que usa jabones sin parabenos o químicos dañinos, con olor a almendras y otros con olor a rosas.

Dolly suelta su cabello dejando que le caiga por los hombros. —No sé, estaba pensando algunas cosas mientras me duchaba —ríe suavemente—, ¿Crees en el karma y esas cosas?

Recuesto el peso de mi cuerpo con las manos sobre la cama y los brazos hacia atrás. —No necesariamente en el karma, creo que se cosecha todo lo que se siembra. ¿Por qué?

Ella se encoje de hombros. —No sé, digo, estaba pensando en mi vida y puede que me vaya mal por mis malas acciones pasadas pero no creo ser tan mala.

Entrecierro mis ojos. —No eres mala, Dolly.

Aun si juntamos todo el tiempo que la he conocido, y que ese tiempo sea menor a un año, sé que ella no es mala. No necesito más pruebas que la forma en que ella trata a los desconocidos, su paciencia con los meseros, su sonrisa con los niños pequeños y lo amable que es con todas las personas, incluso las que le han dañado.

Dolly se quita los zapatos y sube sus piernas a la cama, doblándolas bajo su cuerpo. —Pero entonces porque me va tan mal —pregunta frustrada.

Estiro mi mano y toco su brazo. — ¿Es por todo lo de Jake? —pregunto.

Ella retira la mirada de mis ojos. —En parte, no del todo —responde en voz baja.

Suspiro. —Mira Dolly, he aprendido que el rechazo no siempre es malo, a veces es un favor que nos ofrece la vida —explico subiendo mis piernas también y cruzándolas—, a veces pensamos que queremos algo y nos aferramos a obtenerlo pero no nos conviene, en mi caso siento que todas las puertas cerradas ha sido Dios rescatándome de algo malo, algo que pueda lastimarme.

Se queda pensando unos segundos y luego vuelve a hablar. —Pero el rechazo duele y es horrible cuando constantemente te cierran la puerta en la cara.

Asiento comprendiendo como se siente. —Lo sé,  no es fácil —rasco la parte de atrás de mi cuello—, pero vale la pena esperar. Cuando era niño le rogaba a mi papá que me comprara un pato —ella levanta sus cejas—, sí, un pato —respondo sonriendo—. Pues mi punto es que él no lo hacía, no iba a comprarme un pato pero un día una vecina me regaló un patito, era pequeño y creció conmigo. Me lo regaló cuando ya había crecido y estaba más capacitado para cuidarlo —afirmo—, a veces hay que crecer para cuidar lo que anhelas.

Dolly asiente mientras medita mis palabras. — ¿Qué pasó con el pato? —pregunta de pronto.

Sonrío por su pregunta. —Pues nada, después de dejar Alemania se lo quedaron mis abuelos paternos, ellos viven ahí.

Dolly parece más interesada en el pato que en el mensaje que estaba tratando de transmitirle. — ¿Aún vive? ¿Cómo se llama?

Niego recordándome a mi pequeño amigo. —No, murió hace unos años.

Ella inclina su cabeza. — Oh no, lo lamento tanto. ¿Cómo se llamaba?

Aprieto los labios y luego suspiro bajando los hombros. —Se llamaba Pato, no te burles.

A ver, tampoco es un mal nombre. Pato se llamaba así porque estábamos en Alemania así que su nombre era en otro idioma, tenía estilo si me lo preguntas.

Dolly muerde su labio inferior tratando de no reír y asiente, entre risas cortadas habla: —Interesante nombre.

Ruedo los ojos sonriéndole. —Lo sé, pero lo nombré cuando tenía como ocho años.

Ella se cubre la boca. —Tampoco eras tan pequeño.

Le doy un empujoncito. —Dolly, mi punto era que a veces no estamos listos para recibir lo que pensamos querer, a veces tenemos que crecer. Dios nos protege de los errores mayores si confiamos en él, bueno eso es lo que yo creo para mí pero —coloco mi mano en su hombro para que me vea—, en tu caso digamos esto. Ahora tienes seguridad, te valoras y te respetas, si hubieras caído con cualquier tonto que te prestaba algo de atención él podría haberte lastimado.




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