Otra vez tú

Capítulo 1 - Elo

Eloísa Ramírez no sabía en qué momento de su vida había adquirido la pésima costumbre de decir “sí” a cosas que claramente deberían haber sido un “no”. Quizá fue cuando empezó la carrera de Periodismo y descubrió que todo lo que empezaba con un “solo un rato” terminaba en una crónica de tres mil palabras, un café frío y una crisis existencial.

Esta vez, el “sí” tenía nombre y apellido: Mara García. Su mejor amiga, su compañera de clase, su mitad racional en todo lo que respectaba a horarios, apuntes y la capacidad de no perder nada. Si el mundo se dividía entre los que planificaban la vida y los que improvisaban con una sonrisa, Mara pertenecía al primer grupo. Eloísa, desgraciadamente, al segundo.

—No es una fiesta, es la fiesta —le repitió Mara por cuarta vez en menos de diez minutos.
—Todas las fiestas son la fiesta hasta que una termina llorando en el baño por culpa de un tío que estudia Derecho —respondió Eloísa, sin levantar la vista del teclado. Estaba intentando terminar una nota sobre la inflación del café en las universidades, que le parecía mucho más relevante que cualquier fiesta universitaria de viernes.

Mara se dejó caer sobre la cama con un suspiro digno de telenovela.
—No voy a llorar. Esta vez es distinto. Andrés me habló.
—¿Andrés, el de Psicología Social? —preguntó Eloísa, aunque ya sabía perfectamente quién era.
—Andrés, el de todo —susurró Mara, con una sonrisa que iluminaba su cara.

Ahí Eloísa supo que estaba perdida. No Mara, sino ella misma.

Porque cuando Mara se enamoraba, no lo hacía a medias. Era como un farol encendido: brillaba, calentaba, y si te quedabas demasiado cerca, te quemaba con su entusiasmo. Así que, obviamente, esa noche Eloísa iba a acompañarla. No por ganas, sino por solidaridad. Y porque, en el fondo, le gustaba ver cómo la gente se lanzaba a historias imposibles. Alguien tenía que documentarlas.

—Elo, por favor. Me dijo que fuera. Me lo dijo él. En persona —dijo Mara, con sus ojos mezclando súplica y brillo adolescente.
—¿Y qué tiene de malo ir sola?
—¡Todo! —exclamó Mara—. Si voy sola, parecerá que estoy desesperada.
—Bueno, un poco lo estás.

Mara le lanzó un cojín, y Eloísa lo esquivó con rapidez.

—Te juro que si vienes conmigo, después te debo una.
—Me debes como diez.
—Entonces, una más no te cambia nada —replicó Mara, con ese tono dulzón que sabía que ganaba.

Eloísa se quedó en silencio un momento. Afuera, el cielo de Madrid tenía ese gris que anuncia lluvia justo cuando uno decide plancharse el pelo. En el escritorio, la taza de café se había quedado fría. En la cama, Mara la miraba como un gato de película de Pixar: ojos grandes, sonrisa inocente y una promesa que seguro le iba a costar.

—Está bien —dijo al fin Eloísa—. Pero no pienso quedarme más de una hora.
—Una hora y media.
—Una hora.
—Una hora y veinte.
—Mara…
—¡Listo! —gritó la otra, saltando de la cama como si hubiera ganado una batalla—. Te quiero.
—Lo sé —resopló Eloísa—. Y eso es lo que más me preocupa.

Mientras Mara revolvía el armario en busca del vestido “adecuado”, Eloísa observaba el desastre que dejaba a su paso: ropa en el suelo, perchas colgando como víctimas, zapatos en huelga. Si alguien hubiera visto la habitación, habría jurado que un huracán con gusto por la moda había pasado por allí.

—¿Qué me pongo? —preguntó Mara, sosteniendo dos opciones que eran básicamente el mismo vestido en distintos tonos de desesperación.
—El rojo —dijo Eloísa sin dudarlo. Siempre el rojo. Mara brillaba con ese color; parecía que el color la elegía a ella, y no al revés.
—¿Y tú?
—Yo no brillo. Yo informo —respondió Eloísa, levantando su camiseta blanca y sus vaqueros gastados como si fueran una armadura.
—No puedes ir así.
—Puedo y lo voy a hacer. Si alguien pregunta, soy la periodista infiltrada.

Mara rodó los ojos.
—Al menos maquíllate.
—Eso suena caro y emocionalmente agotador.
—Elo.

Suspiró. Mara tenía el poder de convertir sus principios en opciones negociables.

Mientras se delineaba los ojos —mal, por cierto—, Eloísa pensó que quizá ir a esa fiesta no sería tan terrible. Peor sería quedarse sola un viernes por la noche escribiendo sobre estadísticas universitarias y llorando por el precio del café. Además, si algo había aprendido del periodismo, era que las mejores historias empezaban en los lugares donde no querías estar.

—¿Y si no te habla? —preguntó mientras se ponía los pendientes.
—¿Quién?
—Andrés, el del todo.
—Me va a hablar.
—Confianza admirable.
—Fe, Elo. Se llama fe.
—Se llama optimismo con delirio de persecución.

Se rieron. Esa risa que solo sale con tu mejor amiga, sin pudor ni punto final. Había algo en esa complicidad que le recordaba por qué la quería tanto: porque nunca había intentado cambiarla. Mara entendía que Eloísa era un caos con patas, y aun así la dejaba ser.

Después de una hora de indecisión sobre zapatos, clima y la vida misma, estaban listas. O al menos Mara lo estaba. Eloísa todavía intentaba convencerse de que no era una pérdida de tiempo.

—Va a ser divertido —dijo Mara mientras se miraba al espejo por última vez.
—Eso dices siempre antes de que algo salga mal.
—¿Por qué eres tan negativa?
—No soy negativa. Soy realista con estilo.



#5220 en Novela romántica

En el texto hay: risas, amor, coqueteo

Editado: 14.10.2025

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