Otra vez tú

Capítulo 2 - Leo

Leonardo Duarte no era de los que improvisaban constantemente, pero tampoco vivía con la rigidez de un robot. Tenía su rutina, sus hábitos y cierta disciplina, pero podía reírse de sí mismo, adaptarse cuando era necesario y hasta aceptar cambios inesperados… siempre que no fueran demasiado caóticos. Su vida funcionaba mejor con un equilibrio entre orden y flexibilidad, aunque en la práctica eso significara enfrentarse a situaciones que lo hacían resoplar y cuestionarse por qué había aceptado tal o cual compromiso.

Le gustaba levantarse temprano, tomar café negro sin azúcar y revisar los mensajes de sus profesores antes de perder el día en distracciones innecesarias. Sus apuntes de Psicología estaban organizados por colores, con esquemas y subrayados estratégicos que le permitían encontrar cualquier concepto en segundos. Podía parecer maniático, pero en realidad Leonardo disfrutaba de ese pequeño control; le daba seguridad, aunque a veces se permitiera pequeñas rebeldías, como tomarse un café extra o ver un capítulo de serie antes de estudiar, sin que nadie lo supiera.

Estudiaba Psicología con pasión. Analizar comportamientos, comprender emociones y anticipar reacciones era algo que lo fascinaba. Sus compañeros a veces se burlaban de su capacidad para detectar contradicciones en conversaciones simples, pero él lo veía como un entrenamiento mental, casi un juego. Sabía que esa habilidad le serviría para muchas cosas, menos para lo que estaba a punto de enfrentarse.

Y, claro, estaba Florencia. Su relación con ella era tranquila, cómoda y conocida: un amor que había empezado como amistad y, con el tiempo, había mutado a algo más profundo sin prisas ni sorpresas extremas. Estar con Florencia era como un refugio seguro; un terreno familiar donde no tenía que estar a la defensiva, ni improvisar, ni preocuparse por el caos de los sentimientos inesperados. Desde que ella se fue a París hace tres meses por una pasantía laboral, Leonardo la extrañaba, sí, pero no desesperadamente. Sabía que su relación era estable, rutinaria y sólida. Era un amor que no ponía su mundo patas arriba, que le daba paz más que adrenalina, y eso le gustaba.

Su amigo Andrés, en cambio, era un completo desastre. Carismático, espontáneo y con una habilidad innata para meterse en problemas, necesitaba compañía aquella noche para asegurarse de que Mara —su amiga y objeto de interés— no lo destruyera socialmente. Y Leonardo, como siempre, era su aliado involuntario. Porque si Andrés estaba involucrado, Leonardo sabía que su presencia sería imprescindible… aunque eso significara salir de su zona de confort y enfrentarse a situaciones imprevisibles.

—Vamos, Leo —dijo Andrés, esperándolo en la puerta con la típica sonrisa que mezclaba emoción y desorden—. No puedes quedarte encerrado otra vez. Es solo una fiesta.
—Para ti, tal vez —respondió Leonardo, ajustándose la chaqueta y tratando de recordar si había alguna excusa plausible para no ir—. Para mí es un desastre anunciado.
—No seas dramático. Además, Mara viene esta noche —añadió Andrés con un guiño cómplice—. Solo necesito que estés allí para asegurarte de que no haga ninguna locura.

Leonardo rodó los ojos, intentando imaginar qué tipo de locuras implicaba eso exactamente. Probablemente bailar en plan ridículo, hablar demasiado alto o inventar teorías conspirativas sobre cualquier chico que respirara cerca. Él podía soportarlo; su misión era observar y, si fuera necesario, intervenir discretamente.

Caminando hacia el coche, Leonardo repasaba mentalmente cómo sería la velada: luces intermitentes, música a todo volumen, risas mezcladas, grupos de estudiantes bailando y conversando. Intentó imaginar cómo sobreviviría allí sin sentirse demasiado fuera de lugar. No era su entorno natural, pero tampoco lo aterrorizaba. Podía manejarlo… con algo de ironía y distancia.

—¿Vas a quedarte mucho rato? —preguntó Leo mientras estacionaban cerca de la entrada.
—Dependerá de Mara—respondió Andrés —. Espero al menos tener un poco de suerte esta noche.

Al llegar, la típica escena de fiesta universitaria lo recibió: luces parpadeantes, cuerpos que se movían sin patrón y conversaciones superpuestas en un murmullo constante. A diferencia de otros, él no se sentía completamente fuera de lugar. Tenía un plan: observar, evaluar, adaptarse si era necesario. Su lugar estaba en la periferia, donde podía controlar lo mínimo indispensable y mantener cierta calma.

—Perfecto —dijo Andrés al bajarse—. Solo ayúdame a encontrar a Mara. Después puedes quedarte en una esquina y vigilar si quieres.
—Vigilar… sí, claro. Mi diversión consiste en notar tus movimientos imprudentes y tratar de persuadirte. Muy emocionante —respondió Leo con ironía, mientras pensaba que probablemente terminaría inventando un “manual psicológico de comportamiento en fiestas universitarias” solo esa noche.

Mientras avanzaban hacia la entrada, Leonardo respiró hondo, mezclando preparación con un toque de humor interno: “No te preocupes, Duarte. Solo observa, analiza y sobrevive. Y si alguien termina con la cabeza en un unicornio, toma nota. Esto puede ser útil para un estudio futuro”. Y, de alguna manera, eso lo hizo sentirse un poco más confiado mientras se adentraba en la multitud.

Y entonces la vio.

No era un encuentro, ni siquiera una interacción. Solo un vistazo fugaz mientras la multitud los separaba. Una chica de cabello corto y suelto, con una energía imposible de ignorar, riendo con alguien que no conocía, bailando con naturalidad y contagiando todo a su alrededor. Algo en ella capturó su atención de inmediato. Un destello de vida y espontaneidad que contrastaba con cada cálculo que Leo había hecho sobre esa noche.



#5220 en Novela romántica

En el texto hay: risas, amor, coqueteo

Editado: 14.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.