Otra vez tú

Capítulo 4 - Leo

Leonardo se había prometido no volver a poner un pie en una fiesta universitaria. Jamás. Ni aunque le ofrecieran puntos extra, ni aunque fuera la última cerveza fría del planeta.
Y, sin embargo, ahí estaba: apoyado contra una pared medio pegajosa, sujetando una botella y fingiendo que la música ensordecedora no le estaba provocando una crisis existencial.

Intentaba parecer tranquilo, el típico tío que observa sin participar. Pero por dentro, su cabeza era una feria de alarmas:
«No te acerques.»
«Estás comprometido.»
«Recuerda a Florencia en París.»
Y la más insistente:
«No hagas ninguna estupidez.»

Spoiler: su mirada no hacía ni caso.

No podía evitarlo. Cada vez que la veía —esa chica del huracán de risas, la que había estado hablando con Mara hace un rato—, se le desordenaban todos los pensamientos. No sabía su nombre, pero sí sabía que se reía como si el aire fuera suyo. Se movía entre la gente con esa mezcla imposible de torpeza y gracia que solo tienen las personas que no están intentando impresionar a nadie.

Leonardo frunció el ceño, irritado consigo mismo. No había venido a eso.
Había venido a acompañar a un amigo, a dejarse ver un rato, a confirmar que las fiestas universitarias seguían siendo lo mismo de siempre: luces parpadeantes, cerveza caliente y conversaciones que se evaporan a los dos minutos.

Pero ahí estaba ella, riéndose de algo que alguien había dicho, moviendo las manos al hablar, con esa vitalidad que hacía que todo alrededor pareciese un poco más gris.

Perfecto —pensó—, ya estás perdido.

Intentó mirar a otro lado. El techo, el suelo, el techo otra vez. Nada servía. Cada vez que parpadeaba, sus ojos volvían a encontrarla.

Suspiró. Tenía que racionalizarlo.
Florencia estaba en París, sí, pero eso no significaba que pudiera ir por ahí comportándose como un idiota. No era una tentación, ni un desafío. Solo estaba observando.
Observando desde la distancia.
Eso era todo.

Mentira número uno de la noche.

Su cerveza, de pronto, le pareció demasiado ligera para aguantar el peso de todo aquello.

—¿Leonardo Duarte? —preguntó una voz femenina a su lado, mitad sorpresa, mitad curiosidad.

Giró la cabeza. Lucía. Claro. Gafas redondas, sonrisa amable, compañera de clase de Psicología Social. Siempre sentada en la tercera fila, con apuntes llenos de colores.

—Lucía —saludó, esforzándose por parecer sociable—. Qué sorpresa verte por aquí.

—La sorpresa es verte a ti —contestó ella, divertida—. Siempre pareces demasiado formal para este tipo de saraos.

Leonardo sonrió con una ironía contenida.
—Estoy intentando romper con los estereotipos.

—¿Y cómo va eso?

—Fracaso absoluto, pero con estilo.

Lucía soltó una risita. Conversaron un rato, saltando de temas triviales a anécdotas de clase. Ella hablaba mucho —del profesor García, de los trabajos, de la nueva cafetería del campus—, y Leonardo respondía con frases automáticas, el piloto académico activado:
«Sí, totalmente.»
«Es verdad.»
«Me pasa igual.»

Pero su cabeza estaba en otra parte.

Porque al fondo, entre la multitud, ella seguía allí.
La vio inclinarse sobre una mesa para decir algo a una amiga, con esa sonrisa natural que parecía iluminarle la cara.

Y entonces, sin saber cómo, su atención se rompió en mil pedazos.

Lucía seguía hablando, gesticulando con entusiasmo, y él solo podía escuchar la risa de aquella chica. Una risa que atravesaba el ruido como un destello.

Hasta que, de repente, sus miradas se cruzaron.

Un segundo.
Solo uno.

Pero suficiente para que el corazón le diera un vuelco tan ridículo que casi se le atraganta la cerveza.

Lucía lo miró, confundida.
—¿Estás bien?

—Sí, sí —improvisó, buscando dignidad—. Me ha parecido ver a alguien que…

—¿Conoces?

—No —respondió demasiado rápido.

Lucía sonrió, ladeando la cabeza.
—Ajá —dijo, con ese tono de quien entiende más de lo que parece.

Leonardo le devolvió una sonrisa torpe y se bebió el resto de la cerveza solo para tener algo que hacer.
Poco después, Lucía se despidió, diciendo algo sobre buscar a una amiga.
Gracias, pensó.

Cuando se quedó solo de nuevo, exhaló despacio.

La música seguía, las luces titilaban, la gente reía.
Y ella… seguía allí, como un punto fijo en medio del caos.

Leonardo intentó analizar la situación con frialdad científica, lo cual —para su desgracia— era su reflejo natural.

Observación: sujeto femenino de energía expansiva y carisma inconsciente.
Efecto: genera atención colectiva sin esfuerzo aparente.
Hipótesis: no es consciente del impacto que produce.

Sonrió solo.
Era absurdo, todo era absurdo.
Y, aun así, le resultaba imposible apartar la vista.

«Florencia estaría escandalizada», pensó.
Florencia, tan ordenada, tan elegante, tan París. Diría algo tipo: “Leonardo, por favor, no pierdas el tiempo en fiestas sin propósito”.
Y seguramente tendría razón.
Pero había algo en esta distracción que se sentía… más real que cualquier conversación con Florencia sobre tesis o congresos.



#691 en Novela romántica

En el texto hay: risas, amor, coqueteo

Editado: 04.11.2025

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