La música retumbaba en el salón como un latido constante, y Eloisa se movía entre la multitud con la naturalidad que siempre la caracterizaba. Las luces de colores danzaban sobre la gente, y el caos de vasos por el suelo y risas a gritos no la perturbaba; al contrario, parecía encajar perfectamente en él. Mara, su mejor amiga, estaba pegada a Andrés riéndose de algo que solo ellos entendían, pero Eloisa apenas le prestaba atención. Su mirada, inevitablemente, buscaba a otro.
Allí estaba él, apoyado en la pared, con una copa en la mano y esa expresión seria que le resultaba, por alguna razón, irresistible. Parecía fuera de lugar, como si el bullicio le molestara más de lo que quería admitir. Eloisa sintió un impulso travieso y se acercó, dejando que su sonrisa iluminara el espacio entre ellos.
—¿Siempre observas así o hoy te has pasado de concentración? —preguntó, alzando una ceja.
Él parpadeó, pillado en falta. —Solo estoy… estudiando el comportamiento humano.
—¿Y qué tal el experimento? —replicó ella, cruzándose de brazos, divertida.
—Inconcluso. Los sujetos de prueba son impredecibles.
Eloisa rió para sí misma, divertida por la manera torpe y seria con la que hablaba. Tenía razón: no tenía idea de cómo comportarse normalmente. Pero eso lo hacía… diferente.
—Y tú, ¿cómo te llamas, científico social? —preguntó, inclinando un poco la cabeza.
—Leonardo.
—Suena a nombre de tipo serio.
—No te equivocas.
—Ya me lo imaginaba —dijo ella, sonriendo con descaro.— Yo soy Eloísa. Elo y Leo, casualidades.
Ambos rieron. Eloisa notó cómo su presencia la hacía sentir extrañamente ligera, como si el resto de la fiesta desapareciera. La música cambió a una canción más lenta, y, de repente, el salón se sintió un poco más íntimo.
—Creo que tu amigo y mi amiga se han esfumado —comentó, mirando alrededor.
Leonardo echó un vistazo rápido. —Parece que sí.
—Genial. Abandonada en territorio enemigo —dijo ella, con un dejo de diversión.
—Podría ser peor. Podrías ser la que se tomó la última cerveza y ahora tiene que confesarlo.
—¿Cómo sabes que no he sido yo? —preguntó ella, acercándose un poco más.
—Lo sospechaba. Tienes cara de culpable.
Eloisa se rió, dejando que su risa se mezclara con la música, ligera y contagiosa. Notó cómo Leonardo la observaba con fascinación contenida. Había algo en él que la hacía querer provocarlo un poco más, ver cómo se rendía a la situación.
—Entonces, ¿qué hace un tipo serio como tú en un lugar como este? —preguntó, juguetona.
—Sufrir en silencio. —
—Ah, un mártir moderno. Qué interesante.
Eloisa se sentó en el respaldo del sofá, balanceando los pies mientras lo observaba. Él la seguía con la mirada, incapaz de apartarla.
—Deberías sonreír más. Te haría bien —dijo ella, de reojo.
—Y tú deberías hablar menos. —
—Imposible —replicó ella en su mente, divertida—. Si no hablo, me ahogo.
Él sonrió, rendido. Por un momento, el aire pareció cambiar de textura: más suave, más denso, más… eléctrico.
Eloisa lo notó. También notó que estaba demasiado cerca.
—Sabes, creo que podrías soltarte un poco —susurró, inclinándose hacia él.
Leonardo sostuvo su mirada, como si estuviera debatiéndose entre seguirle el juego o huir.
—¿Y si no quiero? —murmuró.
—Entonces te lo vas a perder.
El silencio que siguió fue breve, intenso. Y justo cuando la tensión empezaba a tomar forma, una voz desde el patio rompió el hechizo.
—¡Eh, Leo! ¡Tu amigo se ha quedado con la chica!
Eloisa se tapó la boca para no reírse.
—Qué pena, estaba a punto de comprobar si de verdad eres tan serio.
—Y yo si de verdad eres tan peligrosa.
—Lo soy.
—Lo sé.
Ella se giró, alzó su copa y brindó. —Por mi amiga y tu amigo!!!
—¡Al fin! —replicó él con solemnidad.
Eloisa no pudo contener la carcajada. Y sin saber muy bien cómo, minutos después, ambos estaban sentados juntos en el sofá, hablando como si se conocieran de toda la vida.
La conversación, de alguna manera, había terminado en teorías conspirativas.
—No me digas que crees que el hombre realmente llegó a la Luna —dijo Eloisa, mirándolo con una mezcla de burla y fascinación.
—Por supuesto que lo creo —respondió él, serio—. Hay pruebas. Videos. Testimonios.
—Videos que podrían haber grabado en un garaje de Hollywood —replicó ella, alzando las cejas.
—Eso es absurdo.
—¿Ah, sí? —Eloisa se inclinó hacia él, divertida—. Las sombras no coinciden, Leonardo. Las sombras.
—No coinciden porque… —titubeó él, intentando buscar una explicación científica que ella no le dejara terminar.