Otra vez tú

Capítulo 6 - Leo

Cuando se dio cuenta, ya eran casi las cuatro y media.
La fiesta había perdido fuerza, aunque no del todo. Algunas risas se escuchaban desde el patio, un par de luces seguían parpadeando y el aire olía a vino y madrugada. Afuera, la noche todavía era espesa, de ese azul profundo que anuncia el amanecer, pero sin mostrarlo aún.

Leonardo llevaba al menos una hora hablando —o más bien escuchando hablar— a Eloisa.
Esta vez, el tema era Freud. O algo vagamente relacionado con Freud.

—Mirá, lo que quiso decir Freud con lo del subconsciente —explicaba ella, agitando la copa como si fuera una herramienta científica—, es que todos tenemos una versión oculta de nosotros mismos que solo sale cuando dormimos o cuando te enamorás.

Leo arqueó una ceja, intentando no reír. —No estoy seguro de que Freud haya dicho exactamente eso.

—Bueno, más o menos —replicó ella con un gesto despreocupado—. Además, ¿quién va a discutirlo? Está muerto.

Él no pudo evitar soltar una carcajada. Una de esas que salen sin permiso, que te sacuden el pecho. Hacía tanto que no reía así que casi se había olvidado de lo bien que se sentía.
Eloisa lo miró con orgullo, como si lo hubiera conseguido a propósito. Y probablemente lo había hecho.

Eloisa lo miró satisfecha, con aire triunfal.

—¿Ves? Te lo dije. Eres curable.

—¿Curable de qué?

—Del síndrome de seriedad crónica. Muy extendido entre los hombres que llevan camisas planchadas un sábado por la noche.

—No sé si me estás analizando o insultando.

—Un poco de las dos cosas.

Leonardo negó, divertido. Ella tenía esa energía caótica que descolocaba, pero de la mejor manera.

Eloisa se dejó caer en el respaldo del sofá, con los pies sobre la mesa y un gesto satisfecho.

Silencio. De los buenos.
Eloisa se estiró en el sofá, con los pies descalzos apoyados en la mesa, y suspiró. Su pelo estaba algo despeinado, su voz más suave, y la madrugada le pintaba la piel con un brillo cálido.
Leonardo la observó de reojo, intentando no hacerlo evidente. Había algo en ella que lo desarmaba. Ese desorden encantador que parecía no necesitar permiso para existir.
—¿Qué hora es?

—Las cuatro y media —dijo él, mirando su reloj.

—¿En serio? Pensaba que sería medianoche.

—Lo fue hace un buen rato.

—¿Siempre respondes como si narraras un documental?

—Deformación profesional.

—Ya, claro —murmuró ella, sacando el móvil del bolso—. Voy a escribirle a Mara, a ver si sigue viva.

Tecleó rápido: ¿Todo bien?
No pasaron ni treinta segundos antes de que apareciera la respuesta.

Mejor que nunca 😉

Eloisa soltó una risa baja.
—Parece que tu amigo y mi amiga se han perdido a propósito.

—No me sorprende. Andrés tiene un talento natural para eso —dijo Leo, medio riendo.

Hubo un segundo de pausa. Leo dudó, pero la idea le salió antes de pensarlo demasiado.

—Si quieres, te llevo a tu piso —ofreció, con su tono más neutro, como si no le importara tanto.

Eloisa levantó la mirada, sorprendida. —¿En serio?

—Claro. No me cuesta nada.

Ella sonrió, esa sonrisa suya que parecía encender las cosas. —Acepto. Pero antes tengo que ver que Mara esté bien con eso. Si tu amigo la deja tirada, voy a tener que cometer un asesinato.

—Eso no va a suceder —dijo Leo, intentando sonar tranquilo—. Andrés no le haría algo así jamás.

Eloisa se enderezó para escribirle a Mara. Leonardo la observó mientras tecleaba, todavía con esa mezcla de fascinación y desconcierto. No sabía en qué momento había pasado de “solo un rato” a estar deseando que ese rato no terminara nunca.

Elo volvió a escribir: Me vuelvo al piso. Leo, un amigo de Andrés, me lleva. No te preocupes.
Guardó el móvil y se levantó.

—Listo. Mara está viva, ilesa y aparentemente encantada con la situación.

Leonardo arqueó una ceja. —Eso suena a “mejor no preguntar”.

—Exacto —respondió ella con una sonrisa—. Pero ya que la dejo en buenas manos, me vuelvo. Prometo no hablar de Freud durante el trayecto.

—No hagas promesas que no puedes cumplir.

Elo soltó una carcajada y empezó a buscar sus zapatos entre los restos de vasos, abrigos y confeti olvidado. Leonardo la observó mientras se los calzaba, con esa mezcla entre cansancio y encanto natural que no se puede fingir. No tenía ni idea de por qué le resultaba tan fácil mirarla. Ni por qué no podía dejar de hacerlo.

Cuando salieron a la calle, el aire fresco les golpeó la cara.
El silencio de la madrugada era diferente, más nítido, como si el mundo contuviera el aliento antes de volver a empezar. Eloisa se estremeció y Leo le ofreció su chaqueta sin dudar.

—Gracias, científico social —dijo ella, envolviéndose en ella.

—De nada, genia de las conspiraciones.



#5220 en Novela romántica

En el texto hay: risas, amor, coqueteo

Editado: 14.10.2025

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