Otra vez tú

Capítulo 9 - Elo

Había pasado un mes desde aquel día en la biblioteca, y Eloisa seguía pensando en él.
No constantemente —no era tan trágica—, pero sí lo suficiente como para que su nombre se colara, sin permiso, en los huecos de su cabeza.
Como una melodía que no suena, pero que tampoco se apaga del todo.

A veces lo recordaba al despertar, sin motivo. Otras, mientras esperaba el autobús, o cuando oía a alguien reírse con ese tono grave y contenido que le recordaba a él.
Era absurdo, lo sabía. Apenas se conocían. Pero había algo en esa historia inconclusa que se le había quedado atascado, como una frase sin punto final.

No volvieron a hablar. Ni un mensaje, ni un encuentro casual, ni un “hola” perdido en los pasillos del campus.
Solo aquella conversación breve, medio torpe, entre libros caídos y una bibliotecaria con mirada de guerra fría.

Y, aun así, cada vez que Elo repasaba aquel momento, recordaba las miradas de Leo.
No fueron miradas cualquiera: había en ellas algo contenido, una mezcla entre ternura y distancia, como si él quisiera decirle algo… y al mismo tiempo se prohibiera hacerlo.
Eso era lo que la descolocaba. Esa sensación de que algo había empezado justo cuando ya estaba condenado a no avanzar.

Pero todo se había vuelto aún más confuso unos días después, cuando Mara le contó algo durante un café en el campus.

—Por cierto —dijo su amiga, removiendo el azúcar con aire inocente—, Andrés me habló de Leo.

Eloisa levantó la vista de su taza. —¿Ah, sí?

—Sí. Dice que es… complicado. Que últimamente anda bastante en su mundo, que no habla mucho con nadie.

Elo frunció el ceño, intentando no parecer demasiado interesada.
—¿Complicado cómo?

Mara se encogió de hombros. —No lo sé. Andrés dice que está raro, como si tuviera mil cosas en la cabeza. Que está en una relación complicada con alguien. Antes era más sociable, o algo así.

El silencio cayó entre las dos, denso pero lleno de cosas que Elo no dijo.
“Complicado” podía significar tantas cosas… y ninguna clara.

Intentó fingir indiferencia. —Bueno, tiene cara de pensar mucho. No me sorprende.
—No te hagas la lista —replicó Mara, con esa mezcla de sarcasmo y ternura que solo las mejores amigas dominan—. Sé que te ha dolido un poquito.

—No. —Elo bebió un sorbo de café demasiado largo—. Solo… no me lo esperaba, supongo.

—Pues ahí lo tienes —dijo Mara, encogiéndose de hombros—. Otro motivo para olvidarte de él.

Desde entonces, cada vez que Mara la veía distraerse, soltaba alguna versión de esa frase: “Olvídate de él, Elo.”
Y Elo lo intentaba, de verdad. Pero olvidarse de alguien no era tan sencillo como borrar un archivo.
Había imágenes que se negaban a desaparecer: la sonrisa de Leo, su voz tranquila, la forma en que la miró aquel día en la biblioteca mientras ella se hundía entre libros y vergüenza.

Los días se sucedieron con su rutina habitual: clases, trabajos, café a deshoras, y una sensación de tedio que no lograba espantar.
A veces veía a Mara y a Andrés paseando por el campus, riéndose de cualquier tontería, y no podía evitar sentir una punzada de envidia, pequeña pero persistente.
No por Andrés, claro, sino por esa tranquilidad que tienen quienes no se pasan la vida dándole vueltas a lo que podría haber sido.

Una tarde, sentadas otra vez en la cafetería del campus, la conversación volvió al tema inevitable.

—Deberías dejar de darle vueltas —dijo Mara, soplando la espuma de su café—. Fue solo un cruce.

—Ya. Un cruce con catástrofe incluida —ironizó Elo—. Me cayó encima media biblioteca, ¿te acuerdas?

—Literalmente. —Mara sonrió—. Si eso no es el universo diciéndote “no insistas”, no sé qué es.

Elo suspiró, mirando por la ventana.
El otoño empezaba a notarse en Madrid. Las hojas se amontonaban en los bordes del campus y la gente estrenaba bufandas con entusiasmo casi infantil.
Le gustaba esa época: el aire fresco, el olor a castañas asadas en la esquina… pero desde hacía semanas sentía que algo le faltaba, como si su cabeza se hubiese quedado atascada en aquel “otra vez tú” que Leo le había dicho entre risas.

No era enamoramiento, se repetía.
Tampoco obsesión.
Era solo curiosidad.
Curiosidad por alguien que la miró de una forma que nadie la había mirado en mucho tiempo.

Y, sin embargo, por más lógica que intentara aplicarle, la ecuación no cuadraba.
Porque si todo había sido tan banal, ¿por qué cada vez que Andrés mencionaba a Leo, su estómago se encogía un poco?
“Leo esto, Leo lo otro…”, decía él sin malicia, y Elo sonreía por educación, fingiendo que no le afectaba.
Pero sí lo hacía.
Le afectaba en silencio, como una corriente subterránea que la arrastraba sin que pudiera evitarlo.

A veces intentaba imaginar en qué pensaría Leo.
Le inventaba historias: tal vez tenía mil preocupaciones, tal vez estaba enredado en sus propias contradicciones, o tal vez simplemente ni siquiera recordaba aquel encuentro.
Elo, en cambio, no podía borrarlo.

A veces intentaba imaginar a la "relación complicada" de Leo.
Le ponía cara, voz, incluso.
Seguro que era una de esas chicas con el pelo perfectamente liso, que sabían combinar la ropa sin pensarlo, que hablaban con calma y nunca tropezaban con los carritos de la biblioteca.
Elo, en cambio, siempre llegaba tarde, se manchaba el jersey con café y decía lo primero que se le pasaba por la cabeza.
Competir con ella era, simplemente, ridículo.



#1684 en Novela romántica

En el texto hay: risas, amor, coqueteo

Editado: 04.11.2025

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