Otra vez tú

Capítulo 10 - Leo

El bar estaba lleno, pero Leo apenas lo notaba. Entre la música alta, las risas desbordadas y el zumbido constante de las conversaciones, sentía que todo se movía a cámara lenta, como si el mundo estuviera en otra frecuencia. Andrés había elegido aquel sitio para celebrar su cumpleaños: luces cálidas que envolvían las mesas, paredes de ladrillo visto que daban un aire bohemio, y una barra larga y estrecha que parecía más una trinchera que un punto de encuentro.

Florencia no había podido venir. Estaba otra vez en París, por trabajo —o al menos eso había dicho—. “Te llamaré cuando pueda”, había escrito en un mensaje corto, sin emoticonos, sin promesas. Leo no esperaba más: había aprendido, casi a la fuerza, que exigirle algo a Florencia era como gritarle al viento.

Las cosas con ella llevaban un tiempo raras. Había vuelto hacía un mes, después de pedirle un tiempo “para aclararse”, y él, por costumbre, cansancio o miedo a perder el equilibrio del todo, simplemente había aceptado. Pero nada era igual. La risa de antes se había vuelto un murmullo distante, los abrazos eran breves, y las conversaciones, una sucesión de silencios incómodos disfrazados de rutina.

Llevaba toda la semana repitiéndose que aquella noche sería sencilla: una cerveza con amigos, risas, charla y a casa. Sin complicaciones. Sin pensar en lo que ya no funcionaba.

Pero entonces la vio entrar.

Eloísa.

Desde aquella primera noche en que sus miradas se cruzaron, algo en él se había movido, un pequeño temblor bajo la piel que no había sabido ignorar. Y aunque nunca lo dijo en voz alta, sabía que todo había empezado a cambiar desde entonces.

Durante un instante, el ruido del bar desapareció. No hubo música, ni conversaciones, ni cumpleaños que celebrar. Solo ella, de pie en la puerta, con una chaqueta corta de cuero, el pelo recogido a medias, mirando alrededor como si buscara una salida de emergencia. Nunca una persona con gafas le habia parecido tan sexy. Debería tenerlas prohibidas.

Su primer pensamiento fue que no la recordaba tan guapa. El segundo, que claro que sí, que la recordaba exactamente así, solo que su memoria había intentado protegerle limando los bordes de lo que no quería volver a sentir.

Andrés fue corriendo a saludarla, con ese entusiasmo contagioso suyo.
—¡Elo! ¡Viniste! —gritó, abrazándola.
Mara apareció detrás, sonriente, saludando al resto del grupo.
Leo se quedó inmóvil, con la copa a medio camino entre la mesa y los labios.

Entonces ella lo vio. Apenas un segundo de duda, y después, un saludo leve desde lejos: una mano alzada, una sonrisa contenida que no terminaba de llegarle a los ojos. Nada más.

Leo sintió cómo el estómago se le encogía. Le devolvió el gesto con torpeza, como si tuviera que pensar demasiado en algo que antes salía solo. Por un instante, todo el bar pareció difuminarse: solo estaban ella, el brillo de sus ojos, y esa distancia que dolía más que cualquier palabra no dicha.

Se moría por acercarse. Por borrar esa barrera invisible, recuperar la ligereza de las primeras veces. Pero sabía que no debía. No ahora.

Sabía que Andrés, en algún momento de las últimas semanas, había mencionado a Florencia delante de Mara. Y Mara, con su lengua inquieta, no sabía guardar silencios. Si Elo lo sabía, si ya había juntado las piezas, entonces tenía sentido que lo evitara.

Aun así, una parte de él se resistía a aceptarlo. No le gustaba esa sensación: la de ser mirado con recelo por alguien con quien había compartido algo que —aunque breve— había sido real.

Ella lo vio.
Solo un segundo, pero bastó. Esa fracción de mirada contenía demasiado: sorpresa, incomodidad, algo que rozaba la ternura… y, sobre todo, distancia.

Durante la primera hora se mantuvo ocupado hablando con los demás. El bar estaba cada vez más lleno, y entre brindis y bromas logró distraerse. Hasta que, de reojo, la vio reír.
Elo estaba sentada junto a Mariano, un compañero de trabajo de Andrés. Él gesticulaba con entusiasmo, contando alguna historia ridícula, y ella reía con ganas, inclinándose hacia adelante.
Y ahí fue cuando Leo sintió esa punzada tonta, tan inmediata como irracional. Celos.

Intentó ignorarlo.
No tenía ningún derecho a sentirlos, y sin embargo, ahí estaban.
La risa de Elo le atravesaba el pecho, como un recordatorio de lo que no debía importarle.

—¿Todo bien? —preguntó Andrés, dándole una palmada en el hombro.
—Sí, sí. —Leo forzó una sonrisa—. ¿Tienes otra cerveza por ahí?

No sirvió de nada. Cada vez que intentaba unirse a una conversación, su mirada terminaba buscándola sin querer. Y cada vez que la encontraba, la veía sonreír, y no era a él.
Se sentía ridículo. Como si tuviera veinte años y le doliera no ser el centro de atención de alguien que apenas conocía.

Pero no era eso.
No era solo ego. Era… otra cosa.
Era esa sensación de que algo que podría haber sido importante se había quedado a medio camino, congelado en el aire, sin resolverse.

Cuando Elo se levantó para ir a la barra, él lo hizo también, casi sin pensarlo.
Coincidieron allí, entre empujones y botellas de vidrio.

Elo se giró de golpe, distraída, con la copa en la mano… y chocó de lleno contra alguien.

—¡Ah! —exclamó, dando un pequeño salto hacia atrás. La bebida se inclinó y un chorrito cayó sobre la chaqueta de Leo.

Él la miró con los ojos entrecerrados, intentando no reírse.
—Tenías que ser tú… otra vez —dijo, como si el universo tuviera un sentido del humor muy personal.

Elo parpadeó, completamente desconcertada.
—¡Tú! —exclamó—. ¡Estás… pegado a mi espalda!

Leo arqueó una ceja, divertido y medio rendido.
—¿Pegado a tu… espalda? —preguntó, dejando escapar una risa contenida—. Bueno… eso explica el impacto.

—¡No era mi intención! —protestó ella, intentando recomponerse mientras sujetaba la copa temblorosa—. Solo… bueno, sí, vale, un poquito de desastre.



#1684 en Novela romántica

En el texto hay: risas, amor, coqueteo

Editado: 04.11.2025

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