Otra vez tú

Capítulo 13 - Elo

El silencio entre ellos pesaba como si la calle entera hubiese decidido desaparecer. Ni el murmullo distante de la ciudad, ni el zumbido de las farolas, ni siquiera el frío de la madrugada lograban atravesar esa burbuja invisible que se había formado a su alrededor.
Elo lo sintió antes de pensarlo: el corazón golpeándole el pecho, acelerado, desbocado. Leo, con su altura, se inclinó para apoyar la frente contra la suya, y de pronto el mundo quedó reducido a eso… a la calidez de su respiración mezclándose con la suya, al leve temblor que le recorrió la espalda como un relámpago contenido.

Él era demasiado alto, estaba demasiado cerca, demasiado todo. Su pecho rozaba el de ella con cada inhalación, como si el aire se hubiera vuelto más denso, más pequeño, atrapándolos. Sus manos, casi por instinto, buscaron apoyarse en su pecho, a la altura de la clavícula. Notaba el latido acelerado bajo la tela de la camisa y eso no ayudaba a calmar los suyos, que parecían ir a la par.

Elo no sabía si empujarlo, si huir o si quedarse quieta para siempre en ese instante.
Y lo peor —o lo mejor, según cómo se mirara— es que no quería apartarse.

—Esto… —susurró sin fuerza, elevando la vista hacia sus ojos grises, oscuros, intensos, tan cerca que casi podía contarle las pestañas—. No sé…

Leo la miraba desde arriba, y esa mirada la atravesó de una forma que le hizo doler el pecho. Había deseo, sí. Pero también había algo más: una contención feroz, como si él mismo estuviera librando una guerra interna entre lo que quería y lo que debía hacer. Y Elo lo entendía demasiado bien, porque dentro de ella ocurría exactamente lo mismo.

—Lo sé —respondió él, con la voz baja, rasgada, como si las palabras le costaran—. Yo tampoco debería… pero cada segundo aquí contigo es imposible de ignorar.

Elo cerró los ojos un instante, intentando ordenar algo en medio de aquel caos. Pero el roce de su aliento cálido sobre su piel la desarmó por completo. Un escalofrío le recorrió la espalda, tan real que tuvo que apretar los dedos sobre su chaqueta para no temblar más.

Estaba demasiado cerca.
Y sin embargo, no lo suficiente.

—Eres un desastre… —murmuró, con una sonrisa torpe que no pudo contener—. Y yo… yo también.

Leo soltó una risa baja, casi un suspiro. Y esa risa le retumbó en el pecho como si le hubiera tocado directamente el corazón. Él la envolvía con su altura; ella apenas le llegaba a la barbilla, y esa diferencia la hacía sentir vulnerable… pero no de un modo que asustara. Era más bien una rendición lenta, silenciosa, como si su cuerpo ya hubiese decidido lo que su cabeza aún se negaba a aceptar.

Los dedos de Elo se movieron apenas, rozando la tela de su camisa. No fue un gesto planeado, sino un impulso traidor que la acercó un poco más a él.
El aire entre ambos se volvió aún más espeso.
Sus respiraciones, sincronizadas sin quererlo, marcaban un ritmo propio.

No se besaron. No hacía falta.
Cada milímetro de distancia, cada roce accidental de las manos, cada respiración compartida era una confesión muda. Una promesa que ninguno de los dos había pronunciado, pero que ambos comprendían demasiado bien.

Elo sintió cómo el frío de la calle quedaba relegado al fondo, borrado por la calidez que nacía de él, por esa tensión suspendida que le erizaba la piel. Y por un instante, un único y perfecto instante, pensó que si daba un paso más… no habría marcha atrás.

Permanecieron así, quietos, respirando juntos, con el corazón en la garganta y los labios peligrosamente cerca. Y Elo, aunque sabía que aquello era una locura, aunque todo en ella gritaba que se apartara, no lo hizo.

Porque en el fondo… no quería hacerlo.

Permanecieron así, quietos, respirando el mismo aire, atrapados en una burbuja que no les pertenecía a nadie más. Elo sentía su corazón martillearle las costillas como si quisiera escaparse, y si Leo seguía tan cerca, estaba bastante convencida de que su cerebro iba a dejar de funcionar en cualquier momento.

Y entonces…

—¡Mierda! —masculló Elo, sobresaltándose.

Un golpe seco resonó detrás de ella. El cubo de basura metálico que había al lado de la entrada del edificio acababa de caerse porque, aparentemente, el gato del vecino había decidido hacer su aparición estelar. Un maullido ofendido llenó el aire.

Leo se separó apenas, sorprendido, y Elo pegó un respingo tan torpe que casi se tropieza con sus propios pies.

—¿Estás bien? —preguntó él, conteniendo una risa.

—Sí, sí… perfectamente —contestó ella, enderezándose como si no acabara de pelearse con la gravedad—. Solo… es un gato ninja. Muy peligroso. Ataque sorpresa.

Leo soltó una carcajada baja que hizo que Elo quisiera esconderse en un agujero. Sentía las mejillas ardiendo y, por si fuera poco, sus manos seguían apoyadas en su pecho como si fueran ventosas emocionales.

—¿Sueles tener este tipo de ataques felinos en la puerta de tu casa? —preguntó él, divertido, inclinándose un poco más sobre ella.

—Sí, es parte del contrato de alquiler —replicó Elo, rodando los ojos—. Si no sobrevives al gato del vecino, no puedes vivir aquí. Muy exclusivo.

La risa de Leo llenó el espacio, cálida, limpia, tan distinta al silencio contenido de segundos atrás. Y Elo, sin quererlo, se rió también. Un poco nerviosa, un poco rendida.



#1684 en Novela romántica

En el texto hay: risas, amor, coqueteo

Editado: 04.11.2025

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