Otra vez tú

Capítulo 14 - Leo

Han pasado varios días desde aquella noche… y, sinceramente, estoy jodido.

Por más que lo intente, no hay forma humana de sacar de mi cabeza el instante en que me quedé a dos milímetros de besarla. De sentir cómo encajábamos en ese silencio tenso y eléctrico que nos envolvió frente a su portal.

Podría decir que exagero, que fue “un momento”, una tontería… pero no. No fue un momento cualquiera. Fue el momento. Ese que se queda grabado en la memoria como una marca invisible, como un antes y un después.

Y mientras tanto, Florencia.

Florencia y sus conversaciones que antes me parecían agradables, fluidas, incluso reconfortantes. Ahora… no sé qué decirle. No sé cómo fingir que me interesa la forma en que su compañero de trabajo calienta el café en el microondas, o su agenda repleta de viajes.

Porque Florencia vive a medio camino entre aquí y París.
Cada dos por tres se marcha: reuniones, estancias de trabajo que parecen no tener fin. Lo hacía desde siempre, y al principio esa independencia me gustaba. Me atraía. Me daba espacio. Ahora lo agradezco.

Cuando me llama desde allí, con ese tono perfecto y controlado que siempre ha tenido, siento que estamos en universos distintos. Ella habla de cenas con colegas y calles parisinas; yo pienso en Elo, en su risa nerviosa, en cómo me miró aquella noche.

Y no es culpa suya.

Es mía. Porque estoy en otro sitio. Porque cada vez que cierro los ojos, no veo a Florencia en la orilla del Sena. Veo a Elo frente a su portal, temblando y riéndose sin saber muy bien por qué.

Me froto la cara con las manos, frustrado. No quiero hacerle daño a nadie. Ni a Florencia, que no se lo merece, ni a Elo, que ni siquiera sabe lo mucho que me está removiendo todo. Pero seguir así es… cruel. Para todos.

La última vez que quedé con Florencia, hablamos apenas diez minutos antes de que la conversación muriera de inanición. Ella notó que yo estaba en otra parte. Lo sé porque me miró con esa mezcla de confusión y decepción que me perforó el pecho.

Y aún así, no fui capaz de decirle nada.

Cobarde. Eso es lo que soy.

Apoyo la cabeza en el respaldo del sofá y respiro hondo. Necesito ordenar esto. Necesito dejar de mentirme. Lo que siento por Elo no es una tontería pasajera. No es un capricho. Es algo que me descoloca, que me agarra del pecho y no me suelta.

Y mientras más tiempo pase sin hablar con Florencia, peor será.

Además… también está ese maldito recuerdo: Elo frente a mí, temblando, con las mejillas encendidas, respirando tan rápido que casi podía sentir el pulso de su corazón desde donde estaba. Si hubiera dado un paso más, si hubiera dejado que el impulso ganara…

—Joder… —murmuro, apretando el puño contra la rodilla.

No puedo seguir como si nada.

Sé que tengo que ser honesto con Florencia. Sé que tengo que arreglar esto antes de acercarme a Elo otra vez. No porque ella me lo haya pedido, sino porque es lo correcto.

Y, aunque no lo diga en voz alta, hay una parte de mí que no puede evitar imaginar cómo sería si esa noche… no nos hubiésemos quedado en la línea. Si la hubiese besado.

Y es precisamente por eso que tengo que dejar de vivir en este limbo.

Porque o doy un paso al frente… o la pierdo sin haberlo intentado.

Abrió el móvil. Vio los mensajes de Florencia, un par de fotos de la cena a la que ella había ido. “Ha sido un día eterno. Te echo de menos.”
La leyó dos veces antes de bloquear la pantalla sin contestar.
Suspiró, hundiéndose en el sofá.
Eloisa.
Solo su nombre le bastaba para encenderle el pecho y complicarle la cabeza.
Y mientras el reloj avanzaba hacia la medianoche, comprendió que no era capaz de olvidarla.
Que, por más que intentara convencerse, ella seguía allí.
En cada pensamiento.
En cada maldita duda.
Y, sobre todo, en ese punto exacto donde el deseo y la culpa se mezclaban hasta doler.

La noche siguiente, Leonardo necesitaba despejarse.
Llevaba todo el día con la cabeza revuelta, sin poder concentrarse ni cinco minutos.

Así que le escribió a Andrés.
¿Unas cañas? Necesito hablar.
La respuesta llegó rápido:
Eso suena a terapia. En veinte, en el bar de siempre.

El bar estaba medio lleno, con el murmullo justo para no tener que gritar ni pensar demasiado. Andrés ya lo esperaba en la mesa del fondo, con una cerveza a medio terminar y cara de “sé que vienes a soltar un dramón”.

—Tío, tienes una pinta lamentable —fue lo primero que dijo—. ¿Problemas con el trabajo o con Florencia?

Leo soltó una risa seca. —Ojalá fuera solo el trabajo.

—Uf. —Andrés alzó la ceja—. Entonces esto promete.

Pidieron otra ronda y, mientras el camarero se alejaba, Andrés se inclinó hacia delante.
—Venga, suéltalo. Llevas diez minutos moviendo el vaso como si tuvieras una relación complicada con el hielo.

Leo resopló, pasándose la mano por la cara. —Es que últimamente todo es un lío.

—Sí, eso ya lo sabíamos. —Andrés le dio un golpecito al vaso—. ¿Florencia?



#1684 en Novela romántica

En el texto hay: risas, amor, coqueteo

Editado: 04.11.2025

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