Leo no supo en qué momento pasó de sentir el calor de Elo rozándole el brazo… a tener a Florencia aferrada a su mano.
La cafetería seguía igual de llena, con su murmullo amable y olor a café recién hecho, pero para él todo se había vuelto un poco borroso. Florencia hablaba con soltura al camarero, pidiendo por los dos como si él no estuviera allí —como si todo estuviera perfectamente ensayado—.
—Un latte con leche de avena y un flat white, gracias —dijo ella, sin girarse, con esa seguridad de quien lleva el control de la escena.
Leo no dijo nada. Ni siquiera protestó. No era que no supiera pedir su propio café, pero… así era Florencia. Siempre tomaba la delantera. Y él, últimamente, simplemente… la seguía.
Elo, por su parte, estaba unos pasos detrás, con los brazos cruzados y esa sonrisa tensa que Leo ya empezaba a reconocer: la que se ponía cuando quería parecer tranquila, pero por dentro estaba buscando la salida de emergencia más cercana.
—Bueno —dijo Florencia, girándose hacia Elo con una sonrisa impecable—, ha sido un gusto verte. Qué coincidencia.
No fue solo lo que dijo, fue cómo lo dijo. Ligero. Elegante. Como si hubiera dejado una marca invisible en el aire, algo que sellaba territorio.
Elo parpadeó, como si no esperara la despedida tan repentina.
—Sí… lo mismo —murmuró, en voz baja.
Y entonces Florencia dio un paso hacia atrás, tirando suavemente de la mano de Leo. Y él… se vio arrastrado con ella. Literalmente. Como si todo su cuerpo fuera más lento que su cabeza, como si cada paso que daba hacia la mesa fuese, en realidad, un paso alejándose de donde realmente quería quedarse.
Leo la miró de reojo mientras se alejaban. Elo seguía en la cola, con esa expresión contenida que dolía más que si le hubiera dicho algo. No había rabia, ni reproche. Solo esa decepción silenciosa que se te queda pegada en el pecho.
—Adiós, Elo —dijo Leo, forzando una sonrisa.
Ella levantó apenas la mano, como si no supiera muy bien si saludar o simplemente desaparecer.
—Vamos —dijo Florencia, sin darle tiempo a mirar atrás.
Y Leo fue.
O mejor dicho, su cuerpo fue. Su cabeza se quedó en esa cola, junto a Elo, imaginando lo que habría pasado si en lugar de seguir a Florencia… se hubiese quedado.
Florencia encontró una mesa junto a la ventana, como siempre. Se sentó frente a él, sacó su móvil y empezó a revisar notificaciones sin siquiera notar que él no había dicho una palabra.
—Te he pedido tu flat white de siempre —dijo ella, con naturalidad—. Espero que no hayas cambiado de gustos en estos días.
Leo sonrió con un gesto torcido.
—No, tranquila… sigo siendo predecible.
—Perfecto —respondió ella, dándole un sorbo a su latte como si nada hubiera pasado.
Pero sí había pasado. Algo había pasado.
Porque mientras ella hablaba de un próximo viaje a París y de reuniones importantes, Leo no podía sacar de su cabeza la imagen de Elo girándose hacia él en la cola. Su risa nerviosa.
Desde donde estaba sentado, podía ver a Elo.
Ahí estaba, con su capuchino humeante frente a ella, concentrada en la pantalla de su portátil. Las gafas le daban un aire serio que no le pegaba nada con la sonrisa traviesa que recordaba. Tenía el ceño ligeramente fruncido, mordía el labio inferior de manera distraída, y cada pequeño gesto lo hacía sentir como si estuviera viendo una película a cámara lenta.
No podía apartar la vista. Estaba tan hermosa que cualquier intento de mirar hacia otro lado era imposible. Se preguntó si estaría esperando a alguien, si había quedado con alguien, o si simplemente estaba absorta en su trabajo.
Mientras Florencia hablaba, Leo solo podía imaginar cómo sería acercarse a Elo, sentarse frente a ella, decir algo estúpido y encantador a la vez, y ver cómo esa sonrisa nerviosa volvía a aparecer.
Pero no podía. No ahora. Florencia estaba ahí, con su latte humeante y su manera impecable de controlar el espacio. Y él, atrapado entre lo que debía y lo que quería.
Elo levantó la vista un instante, como si adivinara que alguien la observaba. Sus ojos se cruzaron con los de Leo solo por un segundo, y él sintió que todo su mundo se comprimía en ese instante. Una sonrisa rápida y nerviosa apareció en su rostro antes de que ella volviera a concentrarse en la pantalla.
Desde donde estaba sentado, Leo podía observar todo. Elo, con su capuchino humeante frente a la laptop, parecía completamente absorta en su mundo. Sus gafas le daban un aire intelectual irresistible, y Leo no podía apartar la vista. Se preguntaba si estaría esperando a alguien o simplemente se había refugiado allí para sobrevivir a la semana caótica que había tenido.
Entonces, Mara apareció acompañada de otra chica. Saludó a Elo con entusiasmo y se sentaron juntas, sumergidas en risas y charlas rápidas. Leo las miraba, incapaz de desconectar, mientras observaba los gestos nerviosos de Elo: el movimiento de sus manos sobre el teclado, la forma en que se inclinaba hacia adelante para explicarle algo a Mara. Cada pequeño detalle lo desarmaba.
Se perdió en el ritmo de su conversación, hasta que notó algo que lo hizo incorporarse ligeramente. Mara se giró hacia él. Y ahí estaba: atrapado. Mirando a Elo con una mezcla de fascinación y torpeza. Mara frunció el ceño, divertida, y Leo se sonrojó instantáneamente.