Otra vez tú

Capítulo 25 - Elo

Elo condujo hasta Navacerrada con el coche lleno de tuppers, regalos y una planta que su madre insistió en que “revivía con el aire de la sierra”.
Entre el tráfico y las curvas, tuvo tiempo de pensar en todo y en nada a la vez: en Leo, en su piso vacío de Madrid, en la promesa que se habían hecho al despedirse y en si el roscón de Reyes seguiría teniendo la figurita del año pasado.

Cuando por fin apareció el cartel de Bienvenidos a Navacerrada, suspiró. El aire olía a leña, las montañas estaban cubiertas por un polvo fino de nieve y las casas parecían decoradas para una postal de Navidad.
Aparcó frente a la plaza y sonrió al ver al mismo perro de siempre tumbado junto al bar. En los pueblos, ni los animales cambian.

Bajó del coche y el frío le dio una bofetada cariñosa.
—Vale, esto sí que no lo echaba de menos —murmuró, subiendo la bufanda hasta la nariz.

Apenas había dado dos pasos cuando escuchó una voz detrás:
—¡Eloísa, hija! ¡Pero mira quién vuelve a la civilización!

Era Maruja, su vecina, con un abrigo rojo y una bolsa del supermercado que parecía pesar más que ella.
—Hola, Maruja —dijo Elo, intentando no reír—. ¿Cómo está?
—Aquí, sobreviviendo al frío y al cotilleo. Aunque dime una cosa… ¿vienes sola otra vez este año?

Elo sonrió, encogiéndose de hombros.
—Sí, sola. Y con más bolsas que ilusión, pero sola.
—Ay, hija, a tu edad yo ya tenía tres pretendientes y una receta de croquetas.
—Pues mira, yo tengo tres series pendientes y un gato del vecino que me visita, ¿vale igual?
Maruja la miró, pensativa.
—Depende. ¿El gato te ronronea o solo te ignora?
—Depende del día. Como los hombres.
Maruja soltó una carcajada sonora.
—Esa lengua tuya… no te la quita ni el frío.

Elo se despidió con una sonrisa y siguió su camino, sintiéndose extrañamente en casa.

Cuando llegó a su casa, su madre salió a recibirla envuelta en un delantal con estampado de gallinas.
—¡Por fin! —exclamó—. Ya pensaba que te habías quedado atrapada en la autopista.
—Tráfico, mamá. Y Maruja.
—Uf, peor lo segundo.

Su padre apareció detrás con una copa de vino en la mano.
—Mira quién ha vuelto. La periodista internacional.
—Becaria en el periódico universitario, papá —corrigió Elo, riéndose.
—Eso, eso. Internacional de espíritu.

—Qué morro tienes —dijo ella, abrazándole—. Lo tuyo sí que es marketing.
—Lo mío es orgullo paternal, que es parecido pero sin nómina —contestó él, guiñándole un ojo.

Elo dejó las bolsas en el suelo, suspirando con alivio al sentir el calor de la chimenea y el olor a sopa.
—Vale, oficialmente me declaro en modo hibernación.
—Perfecto —dijo su madre—. Pero antes de hibernar, te sientas, comes y me cuentas todo lo que no me has contado por teléfono.
—Uff, ¿hay examen?
—Hay croquetas. Tú decides.

Elo se rindió con una sonrisa.
—Croquetas gana siempre.

Más tarde, cuando ya estaba tirada en el sofá con una manta y el móvil en la mano, el teléfono vibró. Mara, como siempre, apareció justo a tiempo para romper la paz.

—¡Cuenta! —fue lo primero que escuchó Elo al descolgar.
—Hola a ti también.
—No me cambies de tema, Elo. Quiero saberlo todo. ¿Cómo fue la despedida? ¿Lloros, drama, música de fondo, confeti?
—Algo así —rió Elo, cerrando los ojos—. Fue bonito. De esos momentos que parecen sacados de una película, pero que funcionan.

—¿Película mala o buena? —preguntó Mara, alzando una ceja—. Porque si es mala, necesito palomitas y un sofá con manta.
—Buena, Mara. Muy buena. Incluso con momentos ridículos, pero… auténtica.

—Ay, qué envidia me das —dijo Mara con un suspiro exagerado—. Lo más romántico que he vivido últimamente es que el del bar me puso extra de espuma sin cobrarme.
—Pues eso también cuenta —replicó Elo, con una sonrisa—. No subestimes el poder de un buen cappuccino.

—Pero oye —continuó Mara, con esa voz que parecía cantar los secretos—, yo también estoy feliz. Estoy con Andrés, y su familia es un caos adorable: turrón volando, el abuelo contándome batallitas y los primos haciendo carreras por el pasillo. Por fin siento que pertenezco a algo… a alguien.

Elo sonrió, apoyando la cabeza en el respaldo del sofá, mientras fuera el cielo comenzaba a pintarse de naranja y rosa.
—Qué bien… me alegro mucho, Mara.

—Te lo dije —canturreó su amiga—. Solo necesitabas a alguien que te hiciera reír antes del café, no después. Y tú… necesitabas que alguien te empujara un poquito al desastre romántico con garantía de devolución.
—Sí, claro —respondió Elo, riendo—. Y tú con tu título de “cupido profesional sin licencia” haciendo de las tuyas.
—Exacto. Cupido con tarifa plana y sin límite de mensajes de WhatsApp.
—Y un 80% de probabilidades de que acabe metida en un lío —bromeó Elo.
—Bueno… eso es parte de la diversión. Y por cierto —añadió Mara, más seria por un segundo—, si Leo merece la pena, esto es solo el principio.
—Eso espero… —susurró Elo, mirando por la ventana cómo los copos de nieve comenzaban a caer suavemente sobre los tejados—. Me da buena espina.

—Ah, eso suena a declaración de principios —rió Mara—. Yo diría que se te nota hasta en la voz.
—Pues que se note —contestó Elo, rodando los ojos y sonriendo—. A ver si aprendo a disfrutar de algo sin mirar el reloj cada cinco segundos.
—Esa es la actitud —asintió Mara—. Y tranquila, que si algo va a ir mal, ya me tendrás para montar el drama con palomitas y manta.



#1684 en Novela romántica

En el texto hay: risas, amor, coqueteo

Editado: 04.11.2025

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