Otra vez tú

Capítulo 28 - Leo

El techo de mi habitación tiene una grieta con forma de relámpago. La descubrí hace meses, pero hoy parece que se mueve cada vez que parpadeo.
O igual soy yo, que llevo demasiado rato sin dormir.

Son las seis de la mañana. Afuera suenan petardos rezagados y algún vecino grita un “¡feliz año, coño!” con más entusiasmo que equilibrio. Yo sigo aquí, tumbado, con el móvil apoyado en el pecho y la cara caliente de tanto reírme.

Aún me cuesta creerlo.
Aún me cuesta creer que ella esté en mi vida.

Estuvimos hablando toda la noche. De todo y de nada.

De las uvas rebeldes que casi la asfixian, de su abuela guardando los turrones como si fueran lingotes, de su vestido —que, sinceramente, debería estar prohibido si uno quiere conservar la calma—.

Reímos tanto que por un momento olvidé que había kilómetros de por medio.
Casi.

Porque cada vez que el silencio aparecía, me recordaba lo mucho que la echaba de menos.

—No sabes el drama que ha sido abrir el cava —decía ella entre risas—. Mi padre casi empotra el corcho contra la lámpara. Ha sido una película de acción en directo.
—Eso te pasa por dejarle sin supervisión —bromeé—. Deberíais tener un protocolo familiar para eso.
—Sí, claro. Protocolo Elo-Navideño: mantener a los adultos alejados del alcohol y los objetos voladores.
—Suena bastante realista, la verdad.
Ella se echó a reír, esa risa suya que te desarma aunque no quieras.

—¿Y tú qué? ¿Algún caos en tu casa?
—El clásico. Mi abuela insistiendo en que coma doce uvas por cada deseo, mi tío intentando brindar con cerveza y mi madre haciendo vídeos que nadie quiere ver.
—Eso sí que es tradición —dijo, apoyando la barbilla en la mano—. Me gusta que tu familia parezca sacada de una serie.
—Y a mí me gusta que tú parezcas el capítulo que se me olvidó grabar.
—¿Perdón? —rió—. ¿Eso se supone que era un cumplido?
—No lo sé. Es tarde y tengo el cerebro frito, pero suena bien, ¿no?
—Depende. Si el capítulo era de comedia romántica, puede. Si era de drama, te cuelgo.
—Definitivamente comedia romántica. Con final feliz, espero.

Se quedó en silencio un momento, sonriendo. Esa sonrisa pequeña, la que no enseña dientes pero lo dice todo.

—Ya veremos —susurró.

Pasó un rato. La conversación se volvió más tranquila, más suave. Hablamos de los planes para el nuevo año, de pelis, de chorradas varias.

Hasta que, sin venir a cuento, ella preguntó:
—Estaba pensando… ¿tú qué crees que opinaría Freud de la Navidad?
Yo parpadeé, incrédulo.
—¿Perdón?
—Freud. La Navidad. Todo ese despliegue emocional, el exceso de comida, los traumas familiares… Seguro que tendría una teoría buenísima.
—Elo —dije entre carcajadas—, no tengo ni puta idea.
—¿Cómo que no? ¡Tú eres de los que leen cosas raras!
—Sí, pero estudio Sociología, no Psicoanálisis.
—Bueno, da igual. Invéntatelo.
—Vale. Freud diría que la Navidad es una metáfora del complejo de Papá Noel.
—¿Eso existe?
—Lo acabo de inventar.
Ella rió tan fuerte que se le escapó un bostezo.
—Eres chistoso.
—Y tú estás delirando del sueño.

—Puede —murmuró, ya con los ojos medio cerrados—. Pero me caes bien, Leo. Me gustas.
—Y tú a mi. Mucho. Sobre todo cuando te duermes en mitad de una videollamada.
—Pues… acostúmbrate —balbuceó—. Porque pienso hacerlo… a menudo.

Y ahí se quedó. Dormida.
La pantalla seguía iluminando su cara, tranquila, respirando despacio.
Yo me quedé mirándola, con el corazón desordenado.

Nada. Ni un movimiento. Solo su respiración suave, el brillo débil del móvil y mi voz perdida en mitad del silencio.

Me reí bajito, pasándome una mano por el pelo.
—Estás fatal, Leo. Muy fatal.

Corté la llamada, pero me quedé mirando la pantalla unos segundos más.
Elo, dormida, con la sonrisa aún dibujada.

Y pensé que si el año empezaba así, con ella… no me importaba no dormir nunca más.

No consigo dormir.

Son las seis y pico y el techo sigue mirándome con cara de pocos amigos.
Intento cerrar los ojos, pero en cuanto lo hago, aparece ella. Elo, y también Florencia.
Y entonces el sueño se esfuma como si nunca hubiera existido.

La cabeza me devuelve la escena con toda la precisión de una película que no quiero volver a ver.
La puerta abriéndose, su perfume reconocible, las miradas curiosas de mis tíos, y mi madre soltando el temido:
—¡Flor! Qué alegría verte, cariño. Anda, siéntate junto a Leo.

Perfecto.
Maravilloso.

Ella sonrió con esa confianza que siempre tuvo —y que yo nunca supe si admirar o temer—, y se sentó a mi lado como si nada.
Como si no hubiésemos roto hace semanas.

Como si no hubiésemos discutido por WhatsApp.

Intenté disimular, concentrarme en el plato, en el pan, en cualquier cosa que no fuera su codo rozando el mío.
Pero no. Mi madre, en su infinita sabiduría, decidió inmortalizar el momento.

—Venga, una foto, los dos, que hacéis tan buena pareja.

Y antes de que pudiera reaccionar, flash.
Yo con cara de funeral, ella sonriendo como si estuviéramos comprometidos.



#1684 en Novela romántica

En el texto hay: risas, amor, coqueteo

Editado: 04.11.2025

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