Había pasado solo un día desde la foto.
Veinticuatro horas exactas desde que el universo decidió poner a prueba mi madurez emocional.
Y spoiler: suspendí con honores.
Porque, a ver… ¿cómo se supone que una reacciona al ver una foto del casi algo abrazado a su ex, sonriendo como si protagonizaran un anuncio de vino y reconciliaciones?
¿Llamas? ¿Ignoras? ¿Reclamas?
No sabía cómo reaccionar sin sonar tóxica ni posesiva.
Y, sinceramente, tampoco sabía si tenía derecho a estar dolida.
Porque, vamos a admitirlo: Leo y yo no teníamos un título.
No éramos “novios”.
Éramos “una historia en versión beta con risas, tensión y una conexión de esas que parecen un accidente cósmico bien orquestado”.
Así que no podía reclamarle nada.
Pero tampoco podía mirar la foto sin que me hirviera la sangre.
Él, con esa sonrisa de medio lado.
Ella, con esa mano en su hombro.
Mara, por supuesto, apareció con su radar de drama activado.
—Tienes la cara de alguien que lleva horas imaginando diálogos en su cabeza.
—No es cierto.
—Ajá. ¿Y ese gesto de “le diría mil cosas, pero soy demasiado digna”?
—No sé de qué hablas —mentí, mientras borraba por cuarta vez un mensaje que decía: “¿Y esa foto?”
Mara se sentó frente a mí, con cara de abogada defensora del drama ajeno.
—Vale —dijo, dando un sorbo a su café—, repasemos: recibes una foto de Leo con su ex, sin contexto, sin remitente claro… y tú decides no hacer nada.
—Estoy procesando.
—¿Procesando? Eso dicen los ordenadores cuando se están colgando.
Bufé y me dejé caer en el sofá.
—No quiero sonar tóxica, ¿vale? Ni posesiva. Ni “la loca del WhatsApp”.
—Cariño, no suenas loca por querer una mínima coherencia emocional.
—Sí, pero tampoco quiero parecer la típica que necesita aclararlo todo a las veinticuatro horas.
—Bueno, también puedes parecer la que se hace la cool, pero luego revisa su última conexión cada cinco minutos.
—Eso fue una vez, es que no quiero parecer una psicópata que interroga por WhatsApp a alguien con quien ni siquiera tiene una etiqueta.
—Por favor, Elo. No eres una psicópata, eres una mujer con conexión Wi-Fi y buena intuición.
—Gracias, pero mi intuición está fallando. Es que no sé qué somos. No hay etiquetas, no hay promesas… y aun así me dolió. ¿Eso cómo se llama?
—Se llama “bienvenida a las relaciones modernas”. —Mara sonrió—. No hay títulos, pero el drama sigue siendo de Shakespeare.
Me reí, a pesar del nudo en el pecho.
—Lo peor es que ni siquiera quiero discutirlo por mensaje. Quiero verle la cara. Quiero saber si esa sonrisa en la foto era por ella… o porque alguien le dijo “selfie”.
—Traducción: estás esperando el momento exacto para que la vida te monte una escena de película en el café de siempre.
—Exacto. Pero con mejor iluminación.
—Lo sé. —Mara dejó el café y se inclinó hacia mí—. ¿Y quién te la mandó? ¿El número desconocido?
—Sí. Sin nombre, sin foto, solo un “te dejo esto por si todavía confías tanto en él 😉”.
—Ese guiño grita “Florencia”.
La miré.
—No creo.
—Por favor, claro que fue ella. Tiene toda la energía de ex que no supera haber perdido protagonismo.
—Podría haber sido cualquiera.
—¿Cualquiera con acceso a tu número y tiempo libre para arruinarte el día? No, cariño. Fue ella. Cien por ciento.
—No estoy tan segura.
—¿Quieres que haga una encuesta en Instagram?
Rodé los ojos.
—No pienso caer en su juego.
—Ah, perfecto. Entonces, en lugar de enfrentarlo, vas a fingir que no has visto nada, mientras refrescas su perfil cada media hora.
—No refresco su perfil cada media hora.
—Sí, lo haces.
—Bueno, cada cuarenta y cinco minutos.
Mara se rió.
—Eres un caso de estudio.
—No sé cómo reaccionar —admití—. Si le pregunto, suena a desconfianza. Si no le pregunto, me carcome la duda.
Mara alzó las cejas, con esa mezcla de curiosidad y juicio que solo una mejor amiga puede sostener sin que la odies.
—¿Y no te molesta que no te haya dicho nada?
—Claro que me molesta. —Suspiré, dejando el móvil sobre la mesa—. No entiendo por qué no me contó que Florencia estaba allí. Que estaba con su familia, además. No costaba nada mencionarlo.
—Exacto. Ocultar algo así es peor que la foto en sí.
—Eso mismo pienso. Es el “no te lo conté porque no tiene importancia”, que siempre significa lo contrario.
—Mmm… —Mara asintió lentamente, como quien resuelve un caso policial—. Clásico error masculino versión 3.0: creer que omitir información es igual a evitar el drama.
Bufé.
—Spoiler: el drama igual llega, pero mejor vestido.
—Lamentablemente, cariño!—añadió ella, alzando su taza—. Entonces espera. Espera a verlo, a mirarle la cara. Si se pone nervioso, ya sabrás que algo hay.
—¿Y si no se pone nervioso?
—Pues entonces lo finges tú. Psicología inversa, cariño. Mano de santo.
Me reí, aunque todavía tenía un nudo en el pecho.
—Mara, eres una mezcla entre terapeuta, abogada del caos y villana de comedia romántica.
—Lo sé. Y te juro que en esta historia, Florencia no va a ganar.
La miré, divertida.
—¿Y qué propones, entonces?
—Que te pongas espectacular, sonrías como si no hubieras pasado la noche analizando una foto, y le recuerdes por qué tú eres la que le quita el sueño, no ella.
Sonreí. Por primera vez desde la maldita foto, algo dentro de mí se aflojó.
—Vale —dije, con una media sonrisa—. Pero si me desmorono, me compras churros.
—Hecho. —Mara me guiñó un ojo—. Pero no te vas a desmoronar. Vas a brillar. Y vas a hacerlo con rímel waterproof, por si acaso.