Otra vez tú

Capítulo 34 - Leo

No sabía muy bien cómo había acabado sentado en el sofá de Elo, con una taza de café entre las manos y un silencio que parecía tener vida propia.
Ella había ido directa a la cocina nada más entrar, como si preparar café fuese una excusa legítima para no tener que mirarme.
Y yo la había seguido con la torpeza habitual de quien no sabe si está invitado o a punto de ser expulsado del país.

El piso olía a flores y a champú.
A Elo, básicamente.
Todo lo que tenía que ver con ella olía bien. Incluso la tensión.

—¿Quieres azúcar? —preguntó sin girarse.

—Como venga —contesté, y me odié un poco por sonar tan… neutral.
Como si no acabara de besarla en el portal con la desesperación de alguien que lleva demasiado tiempo aguantándose las ganas.

Dejó las tazas sobre la mesa y se sentó en el sillón de enfrente, con las piernas cruzadas y las manos rodeando la suya.
No dijo nada.
Yo tampoco.

Durante unos segundos absurdamente largos, solo se oía el ruido del tráfico que subía desde la calle y el latido acelerado de mi corazón, que parecía tener más prisa que yo por decir algo.
Y entonces, sin avisar, levantó la mirada.

—¿Tienes algo que contarme? —preguntó.

Ahí supe que algo no iba bien.
Tenía esa calma rara, esa que llega justo antes de la tormenta.

Intenté sonreír.
—Depende… ¿de qué hablamos?

Ella no respondió. Solo desbloqueó el móvil, tocó un par de veces la pantalla y me lo tendió.
En la pantalla, el mensaje.
Y la foto.

Florencia y yo, en la misma mesa.
Yo con la sonrisa diplomática del que prefiere morirse antes que parecer incómodo.
Y Florencia, con esa pose suya de “mirad lo bien que seguimos llevándonos”.

Me quedé en blanco. Literalmente.
El corazón me dio un golpe seco, y por un segundo pensé que había leído mal.

—¿De dónde ha salido esto? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.
—A mí me lo mandaron —dijo Elo, bajando el móvil.
—¿Quién?
—No lo sé. Pero Mara cree que fue Florencia.

Me pasé una mano por el pelo, intentando procesar.
—No puede ser… —murmuré—. No, no… no haría algo así.

Elo arqueó una ceja.
—Bueno, pues lo ha hecho. Y lo que más me molesta no es la foto, Leo. Es que nunca me dijiste que ibas a verla.

Ahí me callé.
Porque no había nada que pudiera decir que sonara bien.
Y, sobre todo, porque tenía razón.

Respiré hondo.
—Tienes razón —dije al fin—. Fui un idiota, pensé que, si te lo contaba, iba a parecer que todavía me importaba. Y como no quería que sonara a drama… lo omití.

Ella soltó una risa breve, incrédula.
—Ah, claro. O sea, mentir por omisión. El clásico.

—No fue mentira —intenté corregirme, pero sonó aún peor—. Fue… una mala estrategia.
—Brillante —dijo, con una ironía suave—. Porque ahora parece justo lo contrario: que sí te importa.

No tenía defensa.
Y lo peor es que lo sabía.

Respiré hondo, buscando las palabras.
—Fue en Nochevieja —dije al fin—. No era una cena improvisada ni nada raro. Era un plan que teníamos de antes… cuando todavía estábamos juntos. Mis padres ya lo sabían, su familia también. Y, cuando todo se rompió, pensé que se cancelaba, que no iría.
Me encogí de hombros, sintiéndome más ridículo con cada palabra.
—Pero al final apareció. Sin avisar. Y ya estaba allí todo el mundo, y… —solté una risa sin humor—, y yo solo quería que la noche se acabara sin que nadie notara el desastre.

Elo me miró, sin pestañear.
—Y en vez de contarme eso, decidiste callarte.

—Sí —admití—. Porque pensé que, si te lo decía, sonaría a excusa. A pasado sin cerrar. Y no era eso, te lo juro. Fue solo… una cena incómoda, una despedida que nadie pidió y que yo no supe gestionar mejor.

Ella bajó la mirada hacia su taza.
—Pues precisamente por eso tendrías que haberme hablado.
—Lo sé —dije enseguida—. Pero tenía miedo de que te doliera, de que pensaras que seguía habiendo algo entre nosotros.
—Y ahora —respondió con calma—, lo único que pienso es que no confías en mí lo suficiente como para decirme la verdad.

Sus palabras me atravesaron despacio, sin dramatismo.
Y dolieron justo por eso: porque eran verdad.

Me incliné hacia delante, sin apartar la mirada.
—Tienes razón. No debería haberme callado. Ni dejado que ella tuviera ningún espacio, ni una foto, ni nada.
Fui un imbécil. Pero te juro que, cuando te he visto hoy… lo único que he pensado es que no quiero volver a cagarla así.

Elo no respondió.
Solo dejó la taza sobre la mesa y suspiró, agotada.
Y en ese gesto, tan simple, me di cuenta de lo mucho que la había hecho dudar de algo que nunca debería haber temblado.

—No necesito que seas perfecto —dijo al fin, con la voz baja—. Solo sincero.
—Lo sé —dije.

Y, por primera vez, no la toqué.
No intenté besarla ni arreglarlo con un gesto romántico.
Solo me quedé ahí, mirándola, esperando que no se me cerrara del todo la puerta.

Y en ese silencio, mientras el café se enfriaba entre los dos, tuve la certeza de algo:
que si Elo me daba otra oportunidad, esta vez no pensaba guardarme ni media verdad.



#1684 en Novela romántica

En el texto hay: risas, amor, coqueteo

Editado: 04.11.2025

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