Otra vez tú

Capítulo 36 - Leo

Han pasado cinco días.
Cinco días desde que le dije a Elo que estaba enamorado de ella, y ella… bueno, no salió corriendo.
Que, sinceramente, ya me pareció una victoria.

No me ha vuelto a besar (todavía), pero me deja quedarme a su lado en el sofá sin poner cara de “vete o te mato”, lo cual considero un progreso importante.
También me ofrece café sin amenazas veladas, y eso, según mis cálculos, equivale a reconciliación parcial con derecho a sonrisas.

He aprendido a no forzar nada.
La dejo respirar, me dejo respirar, y nos vamos encontrando en cosas pequeñas:
un mensaje por la mañana, un meme que me manda en mitad del trabajo, un paseo al salir del metro.
Nada de grandes gestos, solo esa especie de complicidad tranquila que hace que todo parezca fácil… incluso cuando no lo es.

Aunque, claro, “tranquila” y “Elo” son palabras que rara vez conviven en la misma frase.

Por ejemplo, el martes.
Quedamos a comer “rápido”, porque los dos teníamos lío.
Su idea de “rápido” era un restaurante mexicano que “tenía buenas reseñas”.
La mía, un bocadillo y salir pitando.
Spoiler: ganó ella.

Todo iba bien hasta que decidió pedirse unos tacos “de los que no pican nada, lo juro”.
Tres bocados después estaba con los ojos llorosos, abanicándose con la servilleta y bebiéndose mi refresco mientras juraba que aquello llevaba lava en vez de salsa.

—No pican, ¿eh? —le dije, aguantando la risa.
—¡Cállate o te los hago tragar! —respondió entre toses y risas, con la dignidad completamente chamuscada.

Yo intenté no reírme (fracaso total), y al final terminé ofreciéndole mi postre “por razones médicas”.
Resultado:
ella se recuperó, me robó medio pastel y me dejó con el plato vacío y la sospecha de que me había tomado el pelo desde el principio.

—Te lo compenso la próxima —me dijo, muy seria.
—¿Y eso cuándo es exactamente? —pregunté.
—Cuando me vuelva a salir el gusto en la lengua —respondió.

Y ahí supe que estábamos bien.
O al menos, mejor.

Desde entonces, las cosas se sienten… distintas.
Más suaves, más fáciles.
A veces la noto mirándome como si todavía intentara descifrarme, pero ya sin el muro de desconfianza de antes.
Y otras, cuando se ríe sin darse cuenta, me entran unas ganas terribles de decirle que me tiene completamente perdido.

Aunque prefiero no hacerlo, todavía.
Porque a este ritmo, si lo digo otra vez tan pronto, igual vuelve a poner la cara de “cuidado, que este chico se acelera”.

Así que, por ahora, me conformo con verla sonreír.
Y con pensar que, aunque no tengamos etiquetas, ni promesas, ni certezas…
hay algo en el aire, algo que parece empezar de nuevo.
Y, por primera vez en mucho tiempo, eso me basta.

Todo va bien.
O casi.

Porque, claro, Florencia.
Siempre Florencia.

No la busco, no le contesto más de lo estrictamente necesario, pero aparece igual: una llamada “solo para aclarar un par de cosas”, un mensaje con una excusa absurda (“he encontrado tu jersey, ¿quieres que te lo devuelva?”), una mención en un grupo de amigos como si nada hubiera pasado.

El problema es que nos conocemos desde el instituto, compartimos amigos, cenas, cumpleaños y esos malditos grupos de WhatsApp que nadie tiene el valor de abandonar.
Así que, aunque lo intento, Florencia siempre encuentra la forma de colarse entre los huecos.

Una foto que alguien sube, un “¿os acordáis de aquel viaje?”, y ahí está su nombre, recordándome lo que fue y lo que no quiero que vuelva a ser.

Y cada vez que veo su número en la pantalla, pienso en Elo.
En su forma de morderse el labio cuando duda, en cómo baja la voz cuando algo le emociona, en lo mucho que me costó ganarme de nuevo su confianza.

Así que, sí, me tiemblan un poco los dedos antes de contestar.
Porque sé que un paso en falso, una palabra mal dicha, y puedo estropearlo todo otra vez.

El domingo, por ejemplo, quedé con Elo para cenar.
Nada formal, solo sushi y una peli (elegida por ella, por supuesto, y con subtítulos porque “la versión doblada mata la esencia”).

Yo iba feliz, tranquilo, incluso con esa torpe ilusión de quien siente que las cosas empiezan a tener sentido.
Y justo cuando estaba de camino, me llamó Florencia.

—Solo un segundo, Leo —dijo, con ese tono que siempre suena a trampa—. Es sobre la presentación del libro de Nacho. Necesito saber si vas a ir.

La presentación de Nacho.
Por supuesto.
El mismo evento al que queria ir con Elo.

—Sí, voy —contesté rápido—. Pero no hace falta que me llames para eso. No vamos a ir juntos Florencia.

Hubo una pausa.
La reconocí al instante: la de “te voy a decir algo que no deberías escuchar, pero lo voy a soltar igual”.

—Sigues enfadado conmigo, ¿eh? —dijo al fin—. Pensé que después de Nochevieja habrías cambiado de idea.

Me reí, sin ganas.
—La única idea que tengo clara desde esa noche es que no deberías haber ido.

Silencio.
Y luego, su voz, más baja, casi un susurro.
—Entonces ella te ha hecho olvidar todo.



#1684 en Novela romántica

En el texto hay: risas, amor, coqueteo

Editado: 04.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.