Otra vez tú

Capítulo 38 - Leo

Después de aquella noche de sábado —la de los sushis a deshora, el baile torpe en el salón y los besos entre canción y canción—, todo con Elo era… increíble.
Había algo en ella que me sacaba del eje, pero en el mejor sentido posible.
Por primera vez en mucho tiempo, sentía que no estaba forzando nada. Que no tenía que calcular cada palabra o cada gesto. Que podía simplemente estar.

Y entendí, por fin, lo que Andrés quería decir cuando hablaba de Mara con esa mezcla de resignación y sonrisa tonta.
Eso de que te guste tanto alguien que te desordena, pero te hace sentir en casa.

Elo era eso.
Desastre y refugio al mismo tiempo.
Una combinación peligrosa, lo sabía, pero imposible de evitar.
Era capaz de ponerse seria durante media hora para defender teorías absurdas y después reírse hasta las lágrimas de su propia tontería.
Y yo me quedaba mirándola, pensando que no había nada más brillante que verla ser ella misma.

Así que sí, después de esa noche, todo iba rodado. Mensajes, risas, planes improvisados.
Hasta que, claro, el universo decidió probar mi nivel de madurez emocional.

Fue un martes.
Estábamos en el café de la universidad —ese con las mesas pegajosas y el aroma permanente a café recalentado— cuando Andrés apareció con el móvil en la mano y cara de funeral.
Yo estaba tan tranquilo, revolviendo el azúcar en mi taza, pensando en escribirle a Elo algo estúpido, como siempre.
Tenía el mensaje casi listo:

> “Si Freud tenía razón y todos tenemos un Ello, un Yo y un Superyó… ¿tú cuál crees que es el que me hace escribirte a las tres de la mañana?”

Lo releí, sonreí como idiota y estaba a punto de mandarlo, cuando Andrés se plantó delante mío.

—No te asustes, ¿vale? —dijo con tono serio.
—Tío, cuando alguien empieza con eso, normalmente me asusto —contesté.

Suspiró, me dio el móvil, y ahí estaba.
La historia.

Florencia.
Yo.
Una foto vieja, de hace meses, en un restaurante de luces cálidas y copas de vino.
Y el texto, en letras blancas sobre fondo rosado:
“Algunas cosas no se olvidan 😉”.

Sentí una mezcla de incredulidad y estupor.
—No puede ser… —murmuré, pasándome la mano por el pelo.
—Ya, pero es —dijo Andrés, intentando no reírse.
—¿Por qué haría esto?
—Porque es Florencia —contestó él, como si fuera la explicación más lógica del mundo.

Me quedé mirando la pantalla.
No era la foto en sí lo que me preocupaba. Era el hecho de que Elo podía verla.
Y Elo… no era del tipo que monta escenas.
Era del tipo que sonríe, asiente y después desaparece sin hacer ruido.
Y ese silencio suyo —esa calma glacial— daba más miedo que cualquier enfado.

Me quedé mirando la pantalla.
No era la foto en sí lo que me preocupaba. Era el hecho de que Elo podía verla.
Y Elo… no era del tipo que monta escenas.
Era del tipo que sonríe, asiente y después desaparece sin hacer ruido.
Y ese silencio suyo —esa calma glacial— daba más miedo que cualquier enfado.

—Vale… —dije, dejando el café a medio beber—. Tengo que arreglar esto.
—¿Cómo, exactamente?
—Con… control de daños —improvisé.
—¿Y eso en tu idioma significa…?
—Significa que voy a hacer algo muy estúpido, pero con buenas intenciones.

Andrés se rió.
—Como siempre, entonces.

Y tenía razón. Porque si algo definía mi vida sentimental, era una sucesión de decisiones estúpidas bienintencionadas.

Solo que esta vez, el desastre iba a ser público.

Saqué aire, intentando pensar con claridad, aunque sabía que la claridad no era mi fuerte.
Y entonces lo vi: la foto perfecta en mi galería.

Era de la última salida de los cuatro: Elo, Mara, Andrés y yo. Cenando en aquella terracita con luces cálidas y la noche estrellada como fondo.
Elo estaba apoyando la cabeza en mi hombro, relajada, riéndose de algo que Mara acababa de decir, y yo la miraba… completamente perdido.
Mirándola como solo se podía mirar cuando estabas enamorado hasta los huesos.
Mara, lista con la cámara, había capturado ese instante exacto donde todo lo demás desaparece... solo quedábamos nosotros dos.

Andrés, que estaba revolviendo su café con cara de detective privado, se inclinó para mirar la pantalla.

—Madre mía… —dijo con exageración—. Esto es… casi ilegal de lo bonito que es.
—¿Qué? —pregunté, sin apartar la vista de la foto.
—Que tú y Elo parecéis sacados de un anuncio de perfume.

Subí la foto a Instagram y, por primera vez, escribí algo romántico de verdad:

> “Hay momentos que merecen repetirse una y otra vez… y este es uno de ellos 💫 #OtraVezTú #SinPalabras”

Andrés me dio un codazo:

—Bien, Romeo… ahora a esperar reacciones.

—Tranquilo, esta vez no hay vuelta atrás.

Pulsé “publicar” y me senté, consciente de que la bomba estaba en marcha.
Porque, sinceramente, no podía imaginar una mejor manera de dejar claro lo que realmente importaba: que con ella, todo lo demás desaparecía.

Y si Florencia quería hacer drama, pues que lo hiciera.
Yo ya había elegido a mi caos favorito, a mi sonrisa favorita, a mi otra vez tú.



#1684 en Novela romántica

En el texto hay: risas, amor, coqueteo

Editado: 04.11.2025

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