Otra vez tú

Capítulo 47 - Elo

No lo podía creer.
De verdad, no lo podía creer.

De todas las personas que podían aparecer en ese bar, en esa noche concreta, en ese preciso momento… tenía que ser él.
Leo.

Mi cerebro tardó unos segundos en procesarlo.
Primero lo vi de lejos, entre luces cálidas y ruido de vasos, y pensé: no puede ser.
Luego se giró, y sí, era él.
Con esa misma expresión serena que siempre disimulaba más de lo que sentía, con el pelo un poco más largo, la camisa remangada y esa forma tan suya de mirar… como si el resto del mundo desapareciera.

Y claro, el corazón se me fue a los tobillos.

—¿Estás bien? —preguntó Clara, una de mis compañeras de El País, que me había pillado en modo estatua—. Has puesto cara de haber visto un fantasma.
—Más o menos —contesté, intentando sonreír.

No era un fantasma.
Era peor. Era Leo. Vivo, tangible, guapísimo.
Y, por lo que pude comprobar segundos después, muy real.

Porque apenas llegamos al bar, antes incluso de que pudiera esconderme detrás de mi copa, se acercó a saludarme.
Así, sin anestesia.
Con una sonrisa nerviosa, un “hola” que me sonó a terremoto, y esa mirada que me desarmó como si el tiempo no hubiera pasado.

No fue una gran conversación, apenas unas palabras, un roce fugaz en el aire.
Pero me dejó en una nube.
Literalmente.

Durante los minutos siguientes solo pude pensar en eso.
En su voz, en cómo olía, en el temblor que me recorrió cuando me rozó sin querer el brazo.
Y en lo injusto que era que mi cuerpo siguiera recordando cada detalle de él.

Intenté recomponerme. Me subí al escenario con el micro en la mano, dispuesta a cantar con mis compañeros del periódico. Era karaoke, no la final de Operación Triunfo, pero en ese momento sentía como si tuviera a medio Madrid mirándome.

La música empezó, las luces giraron, y yo hice lo que pude para fingir normalidad.
Canté, reí, improvisé pasos de baile con Clara, pero mi cabeza no estaba ahí.
Mi cabeza estaba buscándole.

Entre la gente, entre las mesas, entre las luces.
Sabía que estaba. Lo sentía.
Era como si cada vez que él levantaba la mirada, mi cuerpo lo supiera antes que mis ojos.

Y cuando lo encontré —porque, por supuesto, lo encontré—, mi voz tembló apenas un segundo.
Él estaba allí, observándome, con una media sonrisa que no supe si era ternura, nostalgia o puro desconcierto.
Yo fingí que no lo veía, pero la mentira me duró lo que dura un estribillo.

A mi lado, Federico no dejaba de hacer comentarios entre canción y canción.
—Increíble, Elo. Tienes una energía brutal —dijo, acercándose demasiado al micrófono.
—Gracias —respondí, sonriendo sin ganas.
Últimamente estaba demasiado pendiente. Al principio me hizo gracia, pero ahora… me incomodaba un poco.

Cada vez que se inclinaba hacia mí para hablar, me tensaba. No era miedo, pero sí una alerta.
Y, por alguna razón, en ese instante solo pensaba en Leo.
En lo diferente que era la forma en que me miraba él.
Sin invadirme. Sin necesidad de decir nada. Solo mirándome como si ya lo supiera todo.

Cuando la canción terminó, aplaudí, sonreí, saludé al público y solté el micro con un suspiro.
Necesitaba aire.
Literalmente.

Me abrí paso entre la gente, ignorando los gritos de “otra, otra”, y me dirigí al baño.
El espejo me devolvió una versión de mí misma un poco más despeinada, con las mejillas encendidas y los ojos brillando.
Intenté calmarme, respirar, repetir mentalmente: tranquila, Elo, es solo un chico. Solo es el chico al que sigues queriendo aunque no lo admitas ni bajo tortura.

Genial. Muy tranquilizador.

Me mojé las muñecas, me recogí el pelo, y me quedé unos segundos mirando el reflejo.
Sabía que si me quedaba ahí dentro mucho tiempo, alguien vendría a buscarme.

Abrí la puerta y, al salir, lo vi.
Apoyado contra la pared, con las manos en los bolsillos y esa sonrisa ladeada que me había desarmado mil veces.

—Otra vez tú... —dije, sin poder evitarlo, y una mezcla de sorpresa y exasperación recorrió mi voz.

Y el mundo se detuvo.
No las luces del bar, no la música, no el murmullo alrededor.
Nosotros. Solo nosotros.

Nos miramos, y no hizo falta decir nada más.
Todo lo que habíamos callado, todo lo que nos había separado, estaba ahí, flotando entre los dos.
El miedo, el deseo, las ganas, las dudas.

—Estaba esperándote —dijo, sin moverse.

No era una frase espectacular, ni de película, pero era su voz, y eso bastó para que se me olvidara cómo se respiraba.

—¿Ah, sí? —pregunté, intentando sonar tranquila mientras mi corazón hacía cardio sin avisar.
—Sí. —Se encogió de hombros—. No pienso dejarte escapar otra vez sin decir nada, Elo.

Escapar.
Bonita elección de palabra.
Porque eso fue justo lo que hice meses atrás: salir corriendo antes de que todo se rompiera más.

—No sabía que venías aquí —dije, solo por decir algo.
—Ni yo. Mis amigos me arrastraron. Supongo que el destino tiene sentido del humor.
—O muy mala leche —respondí, y él soltó una risa baja, esa que siempre me hacía sonreír aunque no quisiera.



#1684 en Novela romántica

En el texto hay: risas, amor, coqueteo

Editado: 04.11.2025

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