Otra vez tú

Capítulo 48 - Leo

Desde que volví a la mesa con mis amigos, sentía la mano y el pecho ardiendo. Cada vez que recordaba el roce de los dedos de Elo con los míos, un calor intenso me recorría el cuerpo. Estuve a punto de dar el paso, de besarla allí mismo, pero algo me frenó. No era prudencia, ni miedo; era puro vértigo. Quería saborear cada segundo, prolongar ese instante como si pudiera retenerlo para siempre.

—Tío, estás raro —dijo Dani, sacándome de mis pensamientos.
—¿Raro yo? —pregunté, tratando de sonar natural.
—Sí, más perdido que una cabra en un garaje. No dejes que te pase nada con la cerveza —bromeó Andrés, dándome un codazo amistoso.
—Todo bajo control —respondí, con una sonrisa que no llegó a mis ojos.

Me reí, jugué con la botella de cerveza, pero no podía apartar la mirada. La veía moverse, hablaba con el grupo, reía, y algo dentro de mí se tensaba cada vez que notaba que estaba incómoda. Esa sensación… era casi intolerable.

El tío que estaba con ellos se inclinaba un poco más cerca cada vez que podía, comentaba cosas, se reía de sus propias bromas, y yo sentía que no podía soportarlo. Cada gesto, cada inclinación de cabeza, cada sonrisa demasiado cercana me hacía hervir de celos.

—Leo… ¿te pasa algo? —preguntó Andrés, con una ceja levantada.
—Nah, nada —mentí, aunque mi tensión lo decía todo.
—No me engañas, te conozco demasiado —añadió Dani, mirándome con complicidad—. Creo que deberías ir a rescatarla antes de que acabe en brazos del tío ese.

No hizo falta más. Mi decisión fue instantánea. Me levanté de la mesa, dejando la cerveza a medias, y me abrí paso entre la gente hasta que la vi. Estaba con su grupo, sonriendo, pero el aire alrededor suyo parecía cargado, un poco rígido, como si supiera que alguien la estaba observando. Y yo lo estaba. Cada gesto suyo era una llamada que no podía ignorar.

Me acerqué despacio, con calma, sin forzar nada. Al llegar a su lado, extendí la mano y le sonreí.

—Elo —dije, bajando un poco la voz para que nadie más lo escuchara.
—Leo… —respondió ella, y en esa sola palabra hubo alivio, nervios y complicidad.

Me giré hacia el grupo de amigos de ella. Federico me miró con curiosidad, y yo no perdí la oportunidad de ser educado, formal y encantador.

—Hola, soy Leo —dije tendiéndole la mano, firme pero natural—. Encantado.
—Federico —respondió él, sorprendido, estrechando mi mano con una sonrisa tensa.

Volví mi atención a Elo. Sonreí y, en un tono bajo, apenas audible para ella:

—¿Lista para irnos?

Ella me miró, con esa mezcla de juego y agradecimiento que siempre me desarmaba, y asintió ligeramente.

—Sí… creo que sí —susurró, desviando un poco la mirada hacia Federico y el resto del grupo, como despidiéndose.

—Entonces vámonos —dije, ofreciéndole mi brazo.

Elo se rió suavemente, y su mano rozó la mía al tomar el brazo. Era un contacto ligero, pero suficiente para que el mundo alrededor desapareciera. Ella se despidió con una sonrisa de Federico y del resto del grupo, y yo solo podía pensar en que, por fin, estábamos solos de nuevo.
Mientras caminábamos hacia la salida, sentí cómo mi pecho se expandía y se contraía al mismo tiempo. No solo estaba emocionado; estaba vivo, completamente consciente de que cada segundo con ella valía más que cualquier otra cosa en mi vida.

—Gracias por… rescatarme —dijo Elo, con una sonrisa algo tímida, rozando mi brazo al tomarlo.

—Te note incómoda —le respondí, bajando la voz y observando sus gestos con atención.

Ella suspiró, mirando al suelo unos segundos antes de levantar la cabeza y encontrarse con mi mirada.

—Sí… —empezó, con un hilo de voz—. Federico ha tomado un poco de más y… bueno, estaba bastante insistente y demasiado atento. Me estaba incomodado.

Asentí, comprendiendo al instante, y le ofrecí una sonrisa tranquilizadora. —No te preocupes. Ya no tienes que aguantarlo. Ahora estoy yo —dije, intentando transmitirle seguridad sin perder la suavidad en la voz.

Elo se relajó un poco, apoyándose ligeramente en mi brazo mientras caminábamos hacia… no sabíamos exactamente dónde, pero eso ya no importaba. Por primera vez en meses, parecía que todo lo que nos había separado estaba desapareciendo, y solo quedábamos nosotros, dejando que las palabras y los silencios hablasen por nosotros.

Mientras caminábamos, yo mantenía mi mirada en ella, atento a cada gesto, a cada pequeño cambio en su expresión. No podía dejar de pensar en cómo seguía sintiendo todo con una intensidad que me sorprendía y me asustaba a partes iguales.

—¿Te apetece… ir a tomar un café? —pregunté, con la voz un poco más baja de lo habitual, intentando que sonara natural, aunque por dentro me temblaba todo.

Elo levantó la vista hacia mí, evaluándome con esa mezcla de sorpresa y complicidad que siempre conseguía desarmarme. Luego sonrió, suave, casi tímida.

—Sí… nos vendría bien. Así hablamos —dijo, apoyándose un poco en mi brazo mientras caminábamos—. Necesito aire y despejarme de toda la insistencia de antes.

Sentí un alivio inmediato. No era solo que aceptara; era que quería estar conmigo. Aunque fueran solo unos minutos, aunque no supiéramos qué vendría después, ese sí era un comienzo.



#1684 en Novela romántica

En el texto hay: risas, amor, coqueteo

Editado: 04.11.2025

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