Otra vida para el Gato

Capítulo 3

Han pasado días, o quizás semanas; el tiempo se ha vuelto un concepto difuso en esta celda húmeda y fría. Las horas se deslizan como las gotas de agua en las paredes de mi celda, cada una llevándose un poco más de mi cordura.

Cada mañana —si es que puedo llamarla así en esta oscuridad— me despierto con la misma realización aplastante: He muerto. O al menos, el "yo" que conocía ha muerto, ya no existe un Alejandro. Estoy atrapado en el cuerpo de Tez Morquecho, el antagonista de mi propia novela, una creación que nunca pensé que cobraría vida, mucho menos que me consumiría. No importa cuántas veces lo repita en mi cabeza, las palabras siguen sonando a locura ¿Es esto un castigo divino? ¿Un mal sueño del que no puedo despertar? Daría lo que fuera por abrir los ojos en mi cama, en mi pequeño departamento, con el sonido familiar de la ciudad filtrándose por la ventana, pero esa vida parece ahora tan lejana.

Aquí estoy. Tez Morquecho. El asesino. El monstruo que ahora habito.

En las primeras noches, me resistí a aceptarlo. Me acurrucaba en la esquina más oscura de la celda temblando, esperando que todo fuera una pesadilla. Pero el frío de la piedra contra mi piel, el sabor metálico del agua que gotea del techo, el dolor en mis músculos... todo es demasiado real. Y pronto comprendí que quedarme paralizado por el miedo no me llevaría a ninguna parte. Si la historia de mi libro sigue el curso que planeé —y todo indica que así es— entonces sé que Tez tiene una oportunidad para escapar de aquí. Una oportunidad que yo mismo escribí, sin saber que estaría escribiendo mi propia salvación.

Si quiero sobrevivir, tengo que aprovechar esa oportunidad. Yo mismo tracé su destino y ahora puedo usarlo a mi favor. Recuerdo cómo lo escribí, cada palabra ahora grabada a fuego en mi memoria: después de meses de encierro, Tez escapa. Lo único que tengo que hacer es seguir los pasos que escribí en mi novela, como si fuera un guion para una obra macabra donde ahora soy el protagonista involuntario.

Lo primero ha sido entrenar mi mente, acostumbrarme a esta prisión, a los sellos mágicos que me limitan, a la rutina de los guardias. Por semanas me he obligado a mantener la calma, a observar cada detalle como si mi vida dependiera de ello. Y sé algo que es crucial para mi escape: el sello que me encierra no es perfecto. La barrera mágica no afecta todo, solo lo que se encuentra dentro de esta celda, incluyéndome. Lo que está más allá de los barrotes parece inmune a la magia que me mantiene cautivo. Es ahí donde puedo atacar.

Día tras día paso horas en la oscuridad, planeando. El guardia sigue trayéndome la comida, su rostro es siempre una máscara de burla y desprecio. Lo odio. Lo odio con una intensidad que me asusta, un sentimiento que no sabía que era capaz de albergar. Pero su desdén me favorece, lo hace descuidado y arrogante. He notado cómo se acerca demasiado cuando lanza la bandeja debajo de los barrotes, cómo a veces incluso se detiene para provocarme. Su arrogancia será su perdición, pero también mi salvación.

La tarde llega como un suspiro lento, casi como todos los días, pero hoy es diferente. Hoy estoy preparado. Me recuesto cerca de la puerta, casi rozando la línea invisible que separa mi celda de la libertad, aparentando estar débil, como si el encierro finalmente hubiera quebrado mi espíritu. Respiro de manera entrecortada, un sonido patético que rebota en las paredes de piedra. Mi corazón late con tanta fuerza que temo que pueda delatarme, pero me obligo a mantener la calma. Todo depende de este momento.

Los pasos del guardia resuenan en el corredor de piedra, siempre pesados y lentos, como el tick tock de un reloj que marca el tiempo hasta mi ejecución. O mi libertad. La reja se sacude cuando la abre para pasar la bandeja con comida, un sonido metálico que se ha grabado en mi memoria. Al verme tirado junto a la puerta se detiene. Puedo sentir su mirada sobre mí, evaluándome.

—¿Qué? ¿Ya te rindes, mocoso?— me dice con una risa cruel que hace eco en el corredor vacío. Su voz está cargada de desprecio y placer ante mi aparente debilidad. A través de los barrotes me da una patada en el costado, el impacto enviando ondas de dolor por mi cuerpo. Pero ya lo esperaba. Ese contacto, ese momento de proximidad física es exactamente lo que necesito.

Mi mano se desliza como una serpiente entre los barrotes encontrando su objetivo antes de que pueda reaccionar. Mis dedos rozan la piel expuesta de su tobillo, y en ese instante, todo cambia. La transferencia es inmediata, un vértigo violento que hace que el mundo gire como una montaña rusa. Por un momento siento como si mi consciencia fuera arrancada de mi cuerpo, estirándose y comprimiéndose, y luego... estoy en su cuerpo.

La transición fue un éxito. De repente soy más alto y más pesado. La pesadez de sus músculos y la firmeza de su postura me sorprenden, tan diferentes de la fragilidad del cuerpo de Tez. Pero no tengo tiempo para adaptarme a esta nueva perspectiva. Cada segundo es precioso y debo moverme rápido.

Con las llaves que cuelgan de su cinturón, abro la celda y entro. Mi cuerpo —el cuerpo de Tez— está tendido en el suelo, inerte, como una marioneta a la que le han cortado los hilos. Me arrodillo y comienzo a quitarle las cadenas; mis manos, quiero decir, las manos del guardia temblando ligeramente mientras lo hago. Por primera vez, observo a Tez como un extraño, y lo que veo me golpea con fuerza, es solo un niño, apenas catorce años, lo sé, yo mismo lo escribí, pero no deja de ser duro. Un asesino según la historia, pero viéndolo así tan vulnerable, me cuesta creer que este cuerpo frágil albergue el poder de una bestia temida por todo el reino en un futuro próximo.




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