El valle se extiende ante mí, un mar de hierba ondulante bajo un cielo que parece perder la luz del día. El viento silba entre las briznas altas, trayendo consigo el aroma a tierra húmeda del día anterior. He estado corriendo durante horas, mis patas felinas doloridas y mi estómago vacío retorciéndose de hambre. Pero al menos estoy fuera de ese pueblo, lejos de las manos que querían atraparme. Vivo para ver otro día.
Las sombras del atardecer comienzan a caer, pintando el mundo en tonos púrpura y naranja. Mis ojos felinos, más agudos en la penumbra, escanean el horizonte en busca de un refugio. Finalmente diviso un árbol lo suficientemente robusto para pasar la noche sin peligro, con sus ramas extendidas como brazos acogedores. Con un último esfuerzo, trepo por su corteza rugosa, mis garras hundiéndose en la madera mientras me arrastro hacia arriba.
Me acomodo entre las ramas más altas, mi pequeño cuerpo de gato temblando por el esfuerzo y el miedo. Desde aquí, puedo observar el horizonte sin ser visto, un centinela solitario en un mundo que me considera un monstruo. Es el único lugar en el que me siento a salvo, aunque sea pasajero. El viento agita las hojas a mi alrededor, su susurro casi como una canción de cuna macabra.
Con el paso del tiempo, mientras el cansancio se apodera de mí, mi mente comienza a vagar. Las reglas del mundo que inventé vuelven a mi mente con claridad, cada detalle tan nítido como si lo hubiera escrito ayer. Es irónico cómo, ahora que estoy atrapado en esta historia, debo seguir las mismas reglas que inventé para mantener la coherencia del mundo y no morir en él. La ironía me arranca una risa amarga, un sonido extraño que sale de mi garganta felina.
Las reglas del mundo..., hablemos de la magia. La magia, ese elemento que pensé haría mi historia más fascinante, porque las historias de fantasía me gustan así, busco algo con lo cual las personas se sientan más familiarizados, aunque no todos los libros se rigen por las mismas reglas; ahora es la cadena que me ata a un destino que nunca quise. No todos nacen con magia en este reino. Es un don raro, reservado solo para aquellos elegidos por un destino caprichoso. Aquellos que la poseen son identificados por un sello especial que aparece en su piel entre los 12 y 16 años. Ese sello no solo es una marca física, sino también una muestra de poder y estatus.
Recuerdo haber pensado que esta sería una manera interesante de introducir un sistema de clases en el mundo que estaba creando. La magia es poder, y el poder siempre atrae la atención, para bien o para mal. Qué ingenuo fui, estaba escribiendo mi propia sentencia.
Y luego están los poderes especiales que vienen con esos sellos. Cada persona que manifiesta magia obtiene una habilidad, algunas más raras y codiciadas que otras. Los sanadores pueden curar enfermedades y heridas, ofreciendo esperanza y alivio. Los elementales controlan los elementos de la naturaleza: fuego, agua, tierra y aire, moldeando el mundo a su voluntad. Los nigromantes pueden manipular la muerte y los espíritus, caminando en el fino límite entre la vida y lo que hay más allá. Los adivinos ven el futuro, sus ojos nublados por visiones de lo que está por venir.
Pero hay dos habilidades que son temidas por todos, dos poderes que hacen que incluso los más valientes retrocedan con miedo. Una de ellas es el poder del karma, una maldición que devuelve cualquier daño infligido en igual o mayor proporción, una justicia poética y brutal. Y luego está el nahual, el poder que yo, Tez, poseo. O quizás debería decir, el poder que posee el cuerpo en el que estoy atrapado. Creo que ya me estoy haciendo a la idea, aunque la realidad de mi situación sigue siendo un peso aplastante en mi pecho.
Ser un nahual significa que puedo transformarme en animales, tomar su forma y, en esencia, puedo vivir como ellos. Es un poder que en otro contexto podría ser maravilloso, pero en este mundo es una maldición. El nahual no solo es una habilidad extraña, sino que también es vista como una amenaza. ¿Por qué? Porque un nahual con suficiente control podría cambiar su forma y pasar completamente desapercibido, convirtiéndose en cualquier criatura que desee y evadiendo a cualquier enemigo. Además, está la dichosa profecía, la cual dicta que un nahual es el que amenazará al mundo mágico de esta historia.
Con un suspiro que suena más como un maullido lastimero, dejo de pensar en las reglas del mundo que inventé. El cansancio me vence, y cierro los ojos, abrazado por las ramas del árbol que me ofrece refugio temporal. Mis sueños son inquietos, llenos de persecuciones interminables y rostros acusadores.
El amanecer trae consigo nuevas inseguridades, la luz del sol filtrándose entre las hojas y despertándome de mi sueño intranquilo. Bajo del árbol con movimientos cautelosos, mis patas rígidas por la falta de un descanso adecuado. El hambre, que antes era un malestar sordo, ahora es un dolor agudo que me oprime el estómago. Necesito encontrar comida pronto si quiero seguir adelante, si quiero tener alguna oportunidad de sobrevivir.
Continúo en mi forma de gato manteniéndome bajo la maleza, mis sentidos en alerta máxima. Cada sonido me hace tensar, listo para huir al menor indicio de peligro. A medida que avanzo, encuentro un camino de terracería. Desde allí, oculto entre la hierba alta veo carretas y personas a caballo pasar. Sus conversaciones llegan a mis oídos, y cada mención de un "animal extraño" o "criatura sospechosa" hace que mi corazón se acelere.
Las noticias de mi fuga se han extendido como un incendio en un bosque seco. No soy tan ingenuo como para pensar que no me están buscando. Probablemente estén tras la pista de cualquier animal que parezca fuera de lugar, por lo que debo mantenerme alejado, ser tan invisible como una sombra al mediodía.