El plan se desmorona en un instante. La mano callosa me atrapa con una fuerza inesperada, y el pánico me invade. Antes de que pueda reaccionar, me encuentro sumido en la oscuridad sofocante de una bolsa de tela. El mundo se reduce a sonidos amortiguados y movimientos bruscos. Escucho la voz del hombre, firme y convincente, asegurando a los guardias que se encargará de mí.
—Este no es el nahual que buscan— dice, y siento que saca mi cabeza de la bolsa. El aire fresco golpea mi rostro felino, y parpadeo ante la repentina luz. Mis ojos grises quedan expuestos ante los guardias. Para mi sorpresa, asienten, convencidos por alguna razón que no alcanzo a comprender—. Me lo llevaré, es un gato negro, de algo servirá.
La oscuridad vuelve a envolverme cuando me mete de nuevo en la bolsa. El movimiento me marea, y escucho el eco de sus pasos resonando en lo que imagino son calles estrechas. La tensión crece en mi interior con cada segundo que pasa. ¿Quién es este hombre? ¿A dónde me lleva? ¿Qué planea hacer conmigo?
Finalmente, el crujido de una puerta rompe el monótono ritmo de los pasos. El mundo deja de moverse cuando me arroja al suelo sin reparo. La bolsa se abre y me sacudo desorientado. Ahí está él, mirándome desde arriba con una intensidad que me hiela la sangre. Sin duda es un chamán, puedo verlo mejor ahora. Parece tener unos cuarenta años, pero sus ojos... sus ojos son los de alguien que ha vivido mucho más.
—Así que aquí estás, Tez Morquecho— dice, con una voz que me aplasta. Me estudia, evaluando cada centímetro de mi forma felina como si pudiera ver a través de mi disfraz.
Intento mantener la compostura, devolviéndole la mirada sin mostrar miedo, aunque en el fondo esté aterrado. En el silencio que parece eterno saca un trozo de pan de su bolsa y lo arroja a mis pies. Mi estómago ruge, traicionándome, pero me contengo. La desconfianza me mantiene alerta.
—¿Qué pasa? ¿Crees que está envenenado? —pregunta, y para mi sorpresa se agacha, arranca un trozo del pan y se lo lleva a la boca—. No seas tan desconfiado. Si quisiera matarte ya no estarías aquí.
Su tono es tranquilo, pero hay algo en él que me pone los pelos de punta. Observo cómo mastica, y lentamente, me acerco al pan. Comienzo a comer, sin quitarle los ojos de encima. Cada movimiento suyo, cada palabra, parece cargada de un significado oculto.
—El rey ha puesto una buena recompensa por tu captura— continúa, cruzando los brazos—. La mitad del reino te está buscando, ¿sabes? Chamanes, cualquier persona con sello mágico, hasta los sanadores están detrás de ti. Hay una cacería, y tú eres la presa ¿Qué te parece eso?
Sus palabras me golpean. La realidad de mi situación se hace aún más clara y aterradora. No tengo dónde esconderme, no hay lugar seguro en este mundo.
—Sabes que no puedes seguir así, ¿verdad? —prosigue, su voz mezclando compasión y dureza—. Eres un nahual, y aunque los nahuales son maestros del disfraz, tú no eres más que un niño. No tienes control sobre tu poder. En tu estado actual apenas puedes transformarte en un gato, y eso es todo.
Trago el último bocado, la rabia ardiendo en mi interior. Odiaba admitirlo, pero cada palabra era cierta. Me siento impotente, atrapado no solo en este cuerpo sino en mi propia ignorancia. El chamán parece divertirse con mi dilema.
—La profecía se cumplirá pronto— dice, y sus ojos brillan con un conocimiento que me aterra—. El héroe que viene más allá de las estrellas llegará, y cuando eso suceda, las cosas cambiarán. Para bien o para mal.
Víctor. El nombre resuena en mi mente. El héroe de mi historia, el chico destinado a salvar al reino. Todo está moviéndose hacia su llegada. Y este chamán, de alguna manera, parece conocer las reglas mejor que yo.
De repente, su mano se cierra alrededor de mi cuello felino. Su agarre es firme, doloroso.
—Transfórmate— ordena, su voz baja y amenazante.
No tengo opción. Cierro los ojos y dejo que el cambio suceda. Es doloroso, como si cada célula de mi cuerpo gritara en protesta. Cuando abro los ojos, estoy de nuevo en el cuerpo de Tez, un chico de catorce años, vulnerable y expuesto.
El chamán me observa con una mirada indescifrable.
—¿Por qué un niño como tú mataría a su familia? —pregunta, y el peso de esa pregunta me aplasta.
No sé qué responder. No es mi crimen, no realmente. El verdadero Tez lo hizo antes de que yo llegara a este cuerpo, y esa pregunta me carcome a diario. Pero no puedo revelar mi verdadera identidad. Si quiero sobrevivir, tengo que abrazar esta nueva realidad, por más dolorosa que sea.
—No lo recuerdo— murmuro, bajando la mirada—. Perdí el control de mi poder. No quise hacerles daño.
Sus ojos me atraviesan, buscando mentiras en mis palabras. Finalmente, suelta su agarre y da un paso atrás.
—Podrías estar mintiendo— dice—. Pero, de todos modos no me importa. Mi deber es llevarte ante el rey para que pagues por tus crímenes.
Su tono no revela si es una amenaza o una simple declaración de hechos. Mis opciones son limitadas, y lo sé. Señala la cama, ordenándome que me recueste.
—Descansa. Mañana partiremos a la capital— dice, como si mi destino ya estuviera escrito.
—¿Quién eres? —pregunto, necesitando al menos un nombre para este hombre extraño.