Otra vida para el Gato

Capítulo 7

Mi corazón da un vuelco cuando lo reconozco. Es Sanse... es... es el mejor amigo de Víctor, y es mi personaje favorito. La realización me golpea como una bofetada, dejándome sin aliento por un momento. Ahí está él, de carne y hueso, tan real como el aire que respiro.

Un nudo se forma en mi garganta mientras los recuerdos inundan mi mente. Había creado a Sanse en un momento de profunda soledad, cuando la vida parecía derrumbarse a mi alrededor. La muerte de mi madre aún era una herida abierta, la mudanza me había dejado sin sustento, y las dificultades económicas se acumulaban como nubes tormentosas sobre mi cabeza. Mi padre alcohólico me perseguía, determinado a castigarme por abandonarlo, y yo... yo necesitaba desesperadamente un amigo.

Observo a Sanse con nuevos ojos. Su marca mágica, recién manifestada a los trece años, brilla tenuemente en su piel como una estrella recién nacida. Es extraño verlo así, tan joven y real, cuando hasta hace poco solo existía en mi imaginación. En mi historia, él era el compañero leal de Víctor, su apoyo inquebrantable en la misión de salvar el reino. Valiente, sincero, inteligente... todo lo que yo anhelaba en un amigo durante mis momentos más oscuros.

Una idea comienza a formarse en mi mente, peligrosa y tentadora como la luz a la polilla ¿Y si pudiera? Si pudiera tener a Sanse como aliado... Es una locura, lo sé. Él es fundamental para la victoria de Víctor, una victoria que termina con mi muerte. Pero si tengo la oportunidad de cambiar mi destino, es ahora. El destino que escribí ya no parece tan inmutable como antes, y mis esperanzas crecen.

Su mirada se encuentra con la mía, y contengo la respiración. Me pregunto si sus jóvenes pero talentosos ojos pueden ver a través del conjuro que Ikal ha puesto sobre los míos. Pero no, su mirada es clara y curiosa, sin rastro de reconocimiento o temor. Un quejido lastimero rompe el momento —el maestro Tachi, supongo, sufriendo por sus quemaduras en el piso superior—. Sanse mira brevemente hacia las escaleras antes de volver su atención a mí.

—¿Eres aprendiz del señor Ikal?— pregunta, su voz suave llena de genuino interés. Observo cómo su cabello castaño, ligeramente ondulado y rebelde, cae sobre su frente de manera descuidada, dándole un aire natural que contrasta con la formalidad de su pregunta.

Sé que Ikal me ha ordenado no hablar con nadie, pero... es Sanse. Las palabras salen de mi boca antes de que pueda detenerlas.

—Lo soy— respondo, y aunque técnicamente es una mentira, hay una verdad oculta en ella. Ikal es efectivamente el maestro de Tez en la historia que escribí, y ahora debo asegurarme de que esa parte de la narrativa se mantenga intacta.

La admiración que brilla en sus ojos me hace sentir culpable. Entiendo su reacción; Ikal tiene una reputación formidable en el reino. Es conocido por su desprecio hacia los niños y su falta de paciencia para enseñar, lo que hace que su supuesta aceptación de un aprendiz sea algo extraordinario.

—¿Cómo lo lograste? —pregunta, inclinándose ligeramente hacia adelante con curiosidad—. Mis padres intentaron enviarme primero con el señor Ikal, pero él rechazó la idea y recomendó al maestro Tachi.

Su voz se vuelve más animada mientras continúa, como si hubiera encontrado la confianza para abrirse.

—No me quejo, vivo aquí desde hace tres semanas, pero me estoy adaptando, y aunque las clases son duras, estoy aprendiendo mucho.

—Um... eso suena bien— murmuro, mi voz apenas es un susurro. La ironía de la situación no se me escapa, incluso en este nuevo cuerpo, en este mundo fantástico, mi vieja timidez persiste.

Otro quejido del maestro enfermo rompe el silencio que se forma entre nosotros, y veo a Sanse inquietarse ligeramente ante el sonido.

—¿Cómo te llamas? —pregunta, y siento que mi corazón se acelera. No puedo revelarle mi verdadero nombre. Tez Morquecho es un nombre que puede ser reconocido ahora mismo, incluso por un niño.

—Alejandro— respondo, aferrándome a mi antigua identidad como un náufrago a un trozo de madera.

—Alejandro, es un nombre raro— dice sin filtro, antes de que sus mejillas se tiñan de rosa y una expresión de vergüenza cruce su rostro—. Quiero decir, que no es muy común.

Me muerdo el labio para contener una sonrisa, encontrando extrañamente encantadora su honestidad directa. Por un momento, casi puedo olvidar quién soy y en qué me he convertido.

Sanse abre la boca para decir algo más, pero la voz autoritaria de Ikal resuena desde el piso superior, llamándolo. Me dedica una última mirada, una mezcla de disculpa y una promesa de continuar nuestra conversación más tarde antes de subir las escaleras para atender el llamado.

Lo veo alejarse y siento una extraña mezcla de nostalgia y esperanza. En este breve encuentro, Sanse ha demostrado ser todo lo que imaginé al crearlo: amable, sincero, curioso. Y ahora, más que nunca, entiendo por qué lo escribí así. En un mundo lleno de oscuridad y peligro, quizás él sea la luz que necesito para encontrar mi propio camino; voy a robarle la luz a Víctor —pienso mientras lo veo subir las escaleras—, necesito sobrevivir.

Me quedo solo en la planta baja, escuchando los crujidos de la madera vieja sobre mi cabeza. Los minutos pasan lentos, pesados, mientras mi mente divaga entre las posibilidades de tener a Sanse como aliado. Ikal baja finalmente, sus pasos firmes resonando en las escaleras, y su expresión me dice que la conversación que se avecina no será agradable.




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