Otra vida para el Gato

Capítulo 9

Los últimos dos días han sido extraños. La desconfianza inicial se ha ido diluyendo como un cubo de hielo en agua tibia, dando paso a una rutina casi doméstica que me resulta de cierta forma reconfortante. Zyanya ha estado cuidando de mí como si fuera uno más de sus pacientes, aunque sospecho que hay algo más profundo en su mirada cuando me observa, es casi maternal. Tal vez ve en mí al hijo que perdió, o quizás simplemente ve a un niño perdido que necesita ayuda.

Esta noche los tres nos sentamos a la mesa para cenar. Es la primera vez que compartimos una comida así, como si fuéramos... no me atrevo a pensar en la palabra familia, la única que me hacía sentir así era mi madre, cuando cenábamos solos en casa mientras mi padre estaba emborrachándose en quién sabe dónde.

El aroma del guiso que Zyanya ha preparado llena la pequeña habitación, mezclándose con el persistente olor a hierbas medicinales que parece impregnar cada rincón de la casa. Ya me he acostumbrado al olor fuerte de esas hierbas, y no es que me queje.

—Come más— dice Zyanya, sirviendo otro poco en mi plato—. Necesitas recuperar fuerzas.

Observo cómo Ikal la mira de reojo, su expresión es una mezcla de resignación y algo que no logro descifrar aún. Durante estos días lo he visto observarme cuando cree que no me doy cuenta, estudiando cada uno de mis movimientos como si buscara respuestas a preguntas que no se atreve a formularme en persona.

—Gracias— murmuro, tomando otra cucharada. Como tantas otras cosas desde que llegué a este mundo, los recuerdos se sienten distantes, borrosos. No me sorprende, no soy yo mismo, soy Tez ahora.

—Hay algo que no entiendo —dice Zyanya después de un momento de silencio— ¿Cómo supiste qué hacer con el niño? La forma en que absorbiste la maldición... eso no es algo que un nahual común pudiera hacer. Es imposible en alguien tan joven.

Bajo la cuchara lentamente, considerando lo que voy a decir. La verdad completa de quién soy es imposible de contar, pero quizás una parte de ella...

—No lo sé— admito finalmente—. Yo... no recuerdo nada antes de despertar en esa celda. Es como si no fuera yo mismo, como si el universo me hubiera lanzado aquí.

El silencio que sigue a mi confesión es pesado. Veo a Ikal enderezarse en su silla, su atención completamente enfocada en mí por primera vez. Ya le había dicho a él que no recordaba nada y no me creyó, ahora tal vez está considerando la posibilidad de que no es una mentira.

—¿Nada? —pregunta Zyanya, su voz más suave de lo habitual— ¿Ni siquiera... lo de tus padres?

Niego con la cabeza, sintiendo un nudo en la garganta.

—Solo sé lo que me han contado. Que los maté, que mi poder se manifestó y ellos... pero no lo recuerdo. A veces sueño con sombras y gritos, pero nada más.

Zyanya deja su cuchara y se inclina hacia adelante, sus ojos brillando con una repentina comprensión.

Yolitia —dice, como si acabara de resolver un enigma particularmente complejo sobre mí—. Debe ser eso.

—¿Yolitia? —La pregunta sale de mi boca antes de que pueda detenerla.

—Es cuando uno de los dioses antiguos elige a un mortal como su extensión en nuestro mundo —explica ella, su voz adquiriendo un tono reverencial—. A veces, el poder es demasiado para el recipiente y borra todo lo que era antes. Es como “nacer de nuevo”, yolitia.

La palabra se repite en mi mente: yolitia. Renacer. La ironía no se me escapa; de alguna manera eso es exactamente lo que me ha sucedido, aunque no de la forma que Zyanya imagina ¿Pero y si hay algo más? ¿Y si mi llegada a este mundo, y a este cuerpo, no fue un simple accidente? El pensamiento me estremece, ¿podría ser que algún dios antiguo hubiera guiado mi consciencia hasta aquí con un propósito que aun no comprendo? No quiero pensar en ello ahora mismo. Además, en mi vida anterior era un don nadie, ¿por qué un dios se interesaría en mí?

—Esas son supersticiones absurdas —interrumpe Ikal por primera vez, aunque noto que su voz carece de su usual tono cortante—. No hay evidencia de que algo así exista.

—¿No? —Zyanya lo mira desafiante— ¿Cómo explicas entonces que un niño sin entrenamiento pudiera hacer lo que hizo el otro día? ¿Cómo explicas que pudiera transformarse en otra persona con tanta precisión cuando la mayoría de los nahuales tardan años en dominar algo así?

—Suerte de principiante —murmura Ikal, pero puedo ver la duda en sus ojos.

—Tonterías. Necesita ver a un adivino —declara Zyanya con firmeza—. Alguien que pueda ver más allá del velo, que nos diga qué está pasando realmente.

—Es demasiado peligroso —protesta Ikal—. Si alguien lo reconoce...

—Conozco a alguien —interrumpe ella—. Alguien discreto, que no hace preguntas.

Su mano encuentra la de Ikal sobre la mesa. Veo la batalla interna en el rostro de Ikal, el conflicto entre su deber y algo más profundo que está empezando a despertar.

—Por favor. Si tengo razón, esto podría cambiarlo todo. Si no hacemos algo podríamos estar condenando la voluntad de un Dios.

Finalmente, Ikal suelta un suspiro que parece venir desde muy adentro.

—Está bien —concede—. Pero con condiciones.




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