Otra vida para el Gato

Capitulo 10

La decisión de Ikal llega una mañana fría, mientras ayudo a Zyanya a ordenar sus hierbas medicinales. Su voz grave me sobresalta, rompiendo el silencio que se había instalado entre nosotros dos.

—Oye, niño, vámonos —dice simplemente, su figura es iluminada por la luz de sol que se refleja en la ventana—. Empaca lo necesario.

No necesito preguntar. Lo veo en la tensión de su mandíbula, en cómo cada palabra parece arrastrarse fuera de su garganta como si le doliera pronunciarla. Ha tomado una decisión, y conozco suficiente a Ikal para saber que no ha sido fácil. Miro a Zyanya, que sonríe con una mezcla de tristeza y esperanza al ver que él ha decidido ayudarme.

Me guía hasta la parte trasera de la casa, donde el murmullo de los pacientes no llega. Sus ojos, oscuros y profundos como pozos, me estudian con una intensidad que me hace sudar frío.

—Voy a ser tu maestro— declara con cada palabra medida.

El nudo en mi garganta se aprieta. No es como lo escribí en mi novela, pero el destino parece empeñado en seguir el mismo camino. Ikal será mi maestro.

—Pero necesito que entiendas algo —continúa, acercándose hasta que puedo oler el aroma a hierbas y cuero que siempre lo acompaña—. Si veo la más mínima señal de que te convertirás en el monstruo de la profecía, si detecto un atisbo de verdadera oscuridad en ti... —Hace una pausa, y el aire entre nosotros se vuelve pesado—. Te mataré antes de que puedas parpadear.

Trago saliva y asiento. No esperaba menos de él. Hay algo casi reconfortante en su brutal honestidad.

—No podemos quedarnos en la capital—, explica, su mirada desviándose hacia la casa donde Zyanya trabaja. El cariño en sus ojos cuando mira en esa dirección es evidente—. Ser la mano derecha del rey significa tener mil ojos sobre cada movimiento. Además... ya he puesto en suficiente peligro a quienes me importan.

—¿A dónde iremos?

—Al bosque de los antiguos —responde—. Es el único lugar donde podré entrenarte sin llamar la atención. Los viejos chamanes solían llevar allí a sus aprendices, antes de que el rey centralizara toda la enseñanza mágica en la capital y abriera la escuela de hechicería antigua.

Un escalofrío me recorre la espalda. El bosque de los antiguos. Las palabras resuenan en mi mente, despertando recuerdos de lo que escribí, es el lugar donde Tez y Víctor tienen su batalla final, el hogar del antagonista. La emoción y el miedo se mezclan en mi estómago. Por un lado Ikal tiene razón, es el lugar perfecto para aprender a controlar mis poderes lejos de ojos curiosos. Nadie se atreve a adentrarse en sus profundidades, ahí habitan criaturas que solo existían en mis historias hasta hace poco. No se llama el bosque de los antiguos por capricho; es tierra de dioses y monstruos, de leyendas que caminan entre cada piedra, árbol y rama. Por otro lado, no puedo olvidar que, en mis borradores, es el lugar donde Tez encuentra su final a manos de Víctor. Aunque nunca terminé de escribir esa escena, el destino que planeé para él —y para mí— pesa como una losa sobre mis hombros.

El viaje comienza esa misma tarde. La despedida de Zyanya es breve pero intensa, no logro escuchar lo que le dice, pero parecen ser palabras significativas. La veo abrazar a Ikal con una familiaridad que hace que aparte la mirada, sintiendo que soy un intruso en un momento privado.

—Cuídense— dice ella, presionando un paquete de hierbas en mis manos. Sé para qué son, Zyanya me enseñó un poco de sus conocimientos todos estos días a su lado. Sus ojos brillan con lágrimas contenidas—. Y tú —se dirige a Ikal—no seas demasiado duro con él.

—Sabes que debo serlo —responde él, pero hay una suavidad en su voz que rara vez le he escuchado.

El bosque de los antiguos resulta ser un lugar imponente. Los árboles son enormes, sus copas tan densas que apenas dejan pasar la luz del sol, y hay gran cantidad de plantas que estoy seguro no existen en mi antiguo mundo. Ikal establece nuestro campamento en un claro junto a un arroyo, lo suficientemente lejos de cualquier ruta comercial para evitar encuentros indeseados. Aunque nadie se atreve a poner un pie en este lugar.

—Ni se te ocurra vagar tú solo por los alrededores —dice Ikal mientras arroja otra rama al fuego que acaba de encender—. Este lugar parece silencioso y tranquilo, pero créeme, está plagado de animales salvajes y criaturas antiguas que no dudarían en comerte.

Asiento, observando cómo las llamas devoran la madera. Las sombras se mueven en su rostro haciéndolo parecer aún más intimidante. El bosque a nuestro alrededor parece vivo, respirando, observándonos. Cada crujido de rama, cada susurro del viento me pone los pelos de punta.

Una pregunta me carcome por dentro.

—Ikal... —me atrevo a decir, eligiendo mis palabras con cuidado— ¿El rey no se dará cuenta de que no estás? Tu trabajas para él, cuando me capturaste estabas en Mazahua ¿No crees que será sospechoso que desaparezcas así sin más?

Él remueve las brasas con una rama, y por un momento, sus ojos reflejan el fuego de una manera que me hace estremecer.

—Tengo libertad de ir a donde me plazca, a menos que el rey me dé una orden directa —responde con voz grave—. Mi rol es principalmente deshacerme de las amenazas a la corona. —Hace una pausa, y sus siguientes palabras llevan un peso significativo—. Paso mucho tiempo en el bosque de los antiguos, es normal en cierto sentido.




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