Era aun muy de mañana cuando el padre de Margarita encendió el televisor para mirar el noticiario. El hombre de las noticias lo confirmó de inmediato «Otro santa ha muerto» dijo el periodista. La madre de Margarita miró al padre con preocupación… ninguno de los dos dijo nada.
Margarita, que jugaba con sus muñecas en un rincón de la sala, lo había escuchado también, pero ella no se preocupó. Es más, era la tercera vez que mataban a Santa en lo que iba de navidad, siempre la misma noticia. Apenas habían pasado dos días desde la última vez que le mataran, y por si fuera poco, en la navidad pasada lo habían matado cinco veces. Pero esto no era de preocupar, claro que no, pues sin importar cuantas veces le mataran, Santa Claus siempre regresaba con vida para continuar repartiendo juguetes. Según el parecer de Margarita, y por lo que antes le había dicho su madre, Santa era inmortal.
Después de desayunar, el padre de Margarita se había hecho con su abrigo de lana y se alistaba para irse al trabajo. Aquel día hacía una gran nevada. Hacía tanto frio que ha Margarita le temblaban las manos, por eso decidió usar guantes, también se tomó una taza de chocolate caliente con jengibre.
—No vayas, cariño —dijo la madre de Margarita cuando el padre ya estaba para salir. —Las cosas no están bien allí afuera, es peligroso.
—Tengo que hacerlo, cielo —repuso el padre—, si no me presento en la tienda el jefe va a despedirme. Además, hoy es el último día, después de eso será Miguel quien se haga cargo de todo.
—Prométeme que no saldrás de la tienda, cariño, pase lo que pase, prométeme que no saldrás.
El padre de Margarita se acercó a la madre y la besó en los labios.
—Lo prometo. —dijo él cuando sus labios se hubieron separado.
Seguido de esto, el padre de Margarita abrió la puerta y salió de la casa. Un viento helado irrumpió entonces en la vivienda y acarició la cara a Margarita. La madre se apresuró en cerrar la puerta y el viento se calmó al instante.
—¡Que frío está hoy! —exclamó la madre.
—Sí, madre, muy frío. —repuso Margarita, y enseguida volvió a jugar con sus muñecas.
—¿Te parece bien que vayamos hoy a visitar a tu padre, Margarita?
—¿A la tienda? —dijo la niña con emoción.
—Si, a la tienda.
La idea de ir a la tienda era de gran alegría para Margarita, sobre todo cuando era Navidad, no tanto porque allí trabajaba su padre, claro que no, acababa de ver a su padre en la casa. Margarita amaba ir a la tienda porque allí había un paraíso de juguetes… montones de juguetes. Y no solo eso, en la tienda también estaba Santa... el inmortal Santa Claus.
Pasaba ya del medio día cuando la madre de Margarita vino al cuarto de su hija para informarle de que ya era la hora.
—Debemos irnos, Margarita, tu padre debe de tener hambre.
—Sí, madre, solo termino con esto y ya nos vamos—. Dijo Margarita con lápiz y papel en manos.
—¿Qué tienes ahí, para qué es eso?
—Es una carta que hice para Santa. Voy a pedirle una muñeca, una gran muñeca.
La madre de Margarita se sonrió y en el acto se giró sobre sus pies para luego abandonar la habitación de su hija. No bien había bajado las escaleras cuando Margarita salió del cuarto para decirle que ya había terminado la carta. Ambas salieron juntas.
Afuera estaba frio, muy frio. La madre se apresuró para que Margarita subiera cuanto antes al automóvil. No quería que la pequeña pescara un resfriado. La madre subió después, cerró la puerta con premura y suspiró, parecía nerviosa, hasta tardó en encontrar las llaves del carro. No estaban en su bolso, las encontró después en uno de los bolsillos de su abrigo. Margarita se divirtió mucho viendo como su madre se preocupaba.
—La casa del señor George es horrible, madre —dijo Margarita mirando hacia la vivienda de su vecino.
De todas las casas que había en el sector, la casa del señor George era la única que no lucía los fabulosos adornos y luces de la Navidad. A Margarita no le gustaba la casa del señor George. Cada año era igual, el señor George nunca decoraba. Decía que aquello era una pérdida de tiempo, que las luces navideñas solo servían para aumentar la tarifa de la factura eléctrica. Tampoco permitía que a las afueras de su casa se cantaran villancicos. En pocas palabras, el señor George no gustaba de la Navidad. Por lo demás, era un hombre de trato amable, aunque a veces bastante tímido.
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Editado: 10.12.2018