Tony, con sus cuarenta y ocho años bien cumplidos, sabía que estaba volviéndose cada día más… neurótico.
Había mañas y manías que dejó en el pasado. La fobia a tocar cosas que otros manoseaban, la necesidad de estar hasta arriba de alcohol para evitar reconocer que extrañaba a sus padres o ser un jodido sociópata ya no eran uno con su ser. Pero en su lugar, pequeñas mañas más… ridículas ahora dominaban sus días.
Cada día que pasaba más odiaba el desorden. Jamás fue especialmente pulcro o vivía acomodando todo, pero ahora de verdad hallaba más paz en ver un entorno bien acomodado y pulcro, que el caos en el que solía crear. Su paciencia mermaba considerablemente cada año y su sentido del humor también.
Por supuesto que si solo fuera eso, hasta podría sobrellevarlo, pero no, también necesitaba dormir del lado derecho de la cama y tenía que bañarse al despertarse y una hora después, cuando terminaba su primera rutina de ejercicios. El café lo debía tomar negro, fuerte y amargo. Odiaba el olor al cigarrillo y la sola mención del canal de deportes lo irritaba, esto carecía de lógica, pero tampoco lo estudiaba a fondo. Cambiaba de sparring cada pocas semanas —tres exactamente, tampoco con nada de lógica— y no toleraba más la música ruidosa que ahora estaba de moda.
Tony lo intentaba, pero resultaba más fuerte que él. Los problemas grandes en su vida estaban en el olvido, pero aquellas mañas de viejo loco eran mucho más fuertes cada día. Sentimiento que lo perseguía, en especial mañanas como esa, donde había despertado con un maldito hábito que mientras más lo intentaba controlar, más lo sobrepasaba.
No sabía si describirlo como un tic, como un impulso o un reflejo. Solo podía decir que era algo fuerte que lo atravesaba poniendo en marcha su cuerpo sin que él le ordenara nada. Y por si fuera poco, cuando le ordenaba frenar, más veces lo hacía.
Había entrado por las puertas de la empresa hacía unas tres horas, y había hecho aquello una ridícula cantidad de cinco mil veces. Y no, no exageraba.
—Vas a decirme —preguntó Rhodes, sobresaltándolo, mientras sus impulsos se salían de su control, otra vez—, de quién esperas tan patéticamente un mensaje.
—De tu hermana —soltó ácidamente, completamente abochornado.
Sabía de sobra que era ridícula la compulsión y la repetición con la que miraba su celular.
—Me llamó preguntándome si podía revisar ese viejo cacharro, que dices es un auto, que le regalaste por su cumpleaños. Quedó en avisarme cuando Jim se vaya con los niños.
—Eres un sucio degenerado. —le dijo indignado, más nada sorprendido—. Mi hermana es una mujer casada y debería darte asco Stark, es muy joven para tí.
«No, no lo es» pensó sonriendo profundamente, desesperando a Rhodes en el proceso.
Volviendo a deslizar los ojos por la pantalla de su celular, pensó en que la hermana de su amigo de hecho, era una mujer joven de apenas treinta años. Con ojos color caramelo y un cabello negro tan rizado que Tony siempre se preguntó cómo lo domaría. Era una chica encantadora con una sonrisa tan fácil y relajante que nadie diría que, ese hombre con cara seria y gesto recto, era hermano de semejante belleza. Era por ello que Rhodes la tenía bien escondida. Pero lo cierto es que la joven tenía la edad ideal para hombres como él. Si es que le preguntaban.
—¡Vamos Stark! —se quejó lanzándole violentamente una bola de papel con la que estaba jugando—. ¿Quién es la chica que te tiene así de idiotizado?
—Nadie. —tajó molesto, mirando otra vez la pantalla.
Aquello empezaba a ponerlo de mal humor, pero no podía dejar de hacerlo. Había intentado llegar a un acuerdo consigo mismo, desesperado por no perder toda la dignidad de una vez, y se dijo que cuando Parker se reportara, iba a ordenarle terminar con aquella estúpida misión.
—Por qué... —dijo intentando olvidar el maldito celular—, ya qe viniste a esconderte de Gordon, —añadió con una sonrisa socarrona mientras volvía la atención a la prótesis que descansaba sobre su mesón—, no me cuentas qué te dijo ese pomposo idiota sobre los dos contratos que Osborn tiene con la milicia.
—Yo no necesito esconderme.
—No lo parece —murmuró terminando de soldar una pieza que Rhodes juraba se rompió “sola”—. ¿Qué te dijo?.
—No lo hago. —volvió a responder ofuscado, demostrando que estaba escondiéndose—. Pero solo dijo lo que ya sabíamos. Siguen trabajando en la fórmula que le dio al Cap esos músculos y ahora empezaron a intentar mezclarnos con Aliens… Francamente —suspiró girando en la silla aburrido—, ¿por qué demonios piensan que eso es una buena idea? Es simplemente asqueroso.
—A ti te lucirían unas escamas —murmuró distraídamente mirando el celular una vez más—, combinarán con tu sangre fría…
—¡Tony! —le gritó haciendo que alzará el rostro sorprendido.
—¿Qué? —gruñó perdiendo la paciencia.
La sórdida mirada de su amigo brilló mirando el celular que hábilmente escondía en los bolsillos delanteros de sus cómodos joggins y sintió el sonrojo subirle por el cuello. No había nada extraño con el celular, solo quería que el mocoso se reportara. Ni más ni menos. De hecho, solo quería meterse con él por el desastre de la noche anterior.
Lo único malo que él notaba era que ya habían pasado y dejado atrás la primera mañana y el maldito niño seguía escondiéndose. Como si fuera una jodida avestruz, Parker tenía metida la cabeza bajo tierra y Tony perdió la paciencia después de que le dejara sin responder el mensaje de la noche anterior. Su silencio lo único que hacía era empeorar las cosas, y de paso, estaba agriando completamente su humor. No era divertido si el chico le arrebata la posibilidad de divertirse a costas suyo.
—No es asunto tuyo —le espetó, dejando que su rostro reflejará que no iba a dar su maldito brazo a torcer.
Le gustaba tener el control sobre sus rarezas. No necesitaba debatir sobre lo patético que era su accionar.
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Editado: 13.07.2021