Our (fanfic Starker)

Delirios

Habían pasado siete días desde que Peter había sido rescatado, pero todavía todo se sentía demasiado fresco en su memoria como para decir que había quedado atrás. Deseaba terriblemente poder dejar toda aquella locura en el pasado, olvidar y continuar; pero claro que si fuera un chico con tanta surte, no hubiera terminado metido en ese laboratorio para empezar.

Recordaba en varios intervalos del día haber despertado en una nueva habitación, con una nueva luz blanca, en una camilla —más cómoda eso sí— pero igual de fría.

Quizá el recuerdo lo asaltaba en la ducha o de un forma tan aleatorio que aparecía cuando Peter salía a sacar la basura. Era tan inconsistente que le costaba mantenerse concentrado en cosas insignificantes. Quizá se le aparecía en medio de una charla o en cuando cruzaba la calle. No había quien pudiera dictaminar cómo o dónde lo asaltaría, pero pasaba y por eso había tenido que seguir con su vida en pausa mientras todo volvía lo más a su lugar posible.

Seguir negándose a ver a una profesional de la salud era un error que May le marcaba a diario, pero Tony, Rhodes y Happy lo apoyaban lo suficiente para que ella no siguiera insistiendo.

Y no es que no creyera en la ayuda que podían darle, es que a Peter le daba pánico dejar que alguien entrara en su cabeza. Era zona prohibida para cualquiera que no fuera él.

Y eso que él poco hacía por entrar y escarbar ahí para ver que había bajo la fingida superficie. La calma era efímera y solo era posible si entre los recuerdos azarosos volviera a él uno de cuando despertó lejos de aquella locura.

Cuando los recuerdos no se equilibraban por sí solos y Peter solo recordaba lo otro, era cuando tenía días malos y terminaba encerrado con ataques de pánico, sudado y gimiendo en su cama. En su lugar, si entre la mezcla de recuerdos aparecía el del momento en que abrió los ojos en la sede, se sentía miserable y avergonzado, pero mil veces mejor y completamente funcional.

Peter recordaba ávidamente la sensación de pánico envolverlo, el terror enfriar su piel y el regusto de sus lágrimas agolparse tras su paladar. Miedo, tanto miedo. No quería despertar más, ya no lo soportaba, no tenía fuerzas en su interior para soportar un minuto más de aquella locura. La diferencia fue que esa vez, cuando empezó a llorar y revolverse —olvidando completamente cualquier vestigio de dignidad o decoro— el que le sujetó las muñecas con cuidado y sin herirlo, haciendo gala de una delicadeza que solo renovó la angustia en su pecho, no fue el sádico de Marcell, si no su mentor y héroe personal: Tony Stark.

Diría que en su vida había visto cosas más hermosas que ese par de ojos whiskys, pero en verdad sería mentir. Cuando los ojos de Peter chocaron con el suave caramelo frío y letal, éste hubiera podido caer de rodillas desconsolado y agradecido.

La verdad es que Peter sentía sus mejillas enrojecer de solo recordar la poca compostura que mostró, la nula entereza con la que saltó de su camilla y se aferró desesperando al cuello del señor Stark; todo luego de constatar que no estaba atado y que nada le impedía aferrarse a la enloquecedora verdad de que al fin estaba a salvo.

Lleno de agradecimiento e incredulidad, lo apretujó entendiendo que no había sido un sueño nacido de la desesperación y que el IronMan de carne y hueso, o bueno, el de acero y circuitos, lo había ido a rescatar. El punto era que en verdad al fin lo habían salvado y no si había huesos o cableado detrás. Le daba lo mismo, así hubieran mandado a quien sabe quien en su rescate era lo mismo, era lo malditamente mismo.

Otra cosa que Peter no podía dejar de recordar —logrando alcanzar un rojo imposible en su rostro y una incomodidad cuasi épica— era como sus manos se hundieron en la suave cabellera castaña y como los hombros del millonario se tensaron al sentir que Peter le pegaba sus húmedas mejillas al cuello. El bochorno lo perseguiría hasta el fin de sus días, y Peter lo sabía, pero casi se sentó, o en verdad se tiró, en su regazo sin poder contener el alivio que lo envolvió.

Como el señor Stark era un hombre con tacto y más paciencia de la que Peter pudiera creer, le dio ligeras palmadas en la espalda hasta que recuperó la cordura. Algo que le tomó muchísimo más de lo que era sano decir.

Pero Tony no fue cruel, no se lo sacó de encima, no se separó de él pese a lo mucho que lo habrá deseado con esa ligera manía que aún sostenía al contacto tan estrecho. El gran Tony Stark solo le rodeó los hombros, lo apretó contra su cuerpo y lo contuvo mientras los sollozos de Peter lo sacudían. Siempre tranquilo, siempre paciente, siempre repitiendo dos firmes y suaves palabras: Ya pasó.

Incluso, cuando sus sollozos empezaron a agitarlos con excesiva fuerza, el mayor solo reafirmó su agarre en la cintura de Peter y lo apretó con más firmeza, meciéndolo en un tranquilizador vaivén hasta que ya no le quedaron lágrimas.

Desde ese día la seguridad tenía olor para él y este era suave y a boscoso. O al menos a eso olía la colonia que traía el señor Stark y no había nada que para Peter pudiera oler mejor.

Pese a que se imaginaba lo pesado que era soportar a un crío llorando, Peter no pudo contenerse. Todo al fin había acabado. Al final estaba a salvo, ya nadie más lo lastimaría, ya no lo torturarían; Peter era libere y al fin todo acabó.

O eso hubiera sido lo ideal.

Lo siguiente que llegó a decir —obviamente entre hipidos e indecorosos ruidos— fue que lo habían infectado con material bacteriológico y eso le reportó una nueva pila de exámenes. Por supuesto, el doctor de la Sede no era un hombre siniestro u atemorizante. Era un hombre de edad media, con una sonrisa amable y casi tan hablador como él solía serlo. Peter no sabía ni tenía en claro nada, pero casi podía jurar que nunca iba a poder hablar con soltura alguna vez.

Siendo lo más alejado a Dan que se pudiera el moreno le sonrió con tranquilidad y le dijo que no se tenía que hacer problema, que lo iban a curar y que debía estar muy orgulloso de su propio cuerpo. Peter lo miró con odio, pero este aclaró inmediatamente que lo decía porque estaba curándose a sí mismo con ahínco y sin descanso.




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