Our Imperfect Life.

"¿Qué ocultas?" (Reescrito)

Marianne

No puedo creer lo que estuve a punto de hacer.
Y no lo digo por culpa ni por moral… sino porque sabía que si David me besaba, no me habría detenido.

—Marianne, tienes que madurar. Y hacer madurar a Lea —dijo Lizzy, con esa mirada suya que corta más que cualquier grito.

—Lo sé, pero… su acento, su físico… ¡por Dios! Ni tú podrías resistirte.

—No. Porque yo no tengo novio.

—Lizzy…

—No me vengas con “Lizzy” ahora —replicó con fastidio—. Soy tu mejor amiga, y también la única que te dirá cuando la estás cagando. No tengo nada en contra de que tengas tus encuentros con extraños —me miró, sabiendo que eso me picaría—. Bueno, sí. Me molesta. Porque no sabes en lo que te metes. Pero si vas a hacerlo… termina con Russell.

—He intentado hacerlo, pero tengo miedo.

—¿Miedo a qué? Si ustedes funcionan mejor como amigos. Él lo entenderá.

—Lo amo.

—Como amigo.

—Lo deseo.

—Eso es otra cosa, Marianne. Tienes una obsesión con acostarte con él, no amor. Y si no lo frenas, vas a arruinar una amistad que vale más que todo eso.

—No puedo…

—No es justo para ninguno. ¡Por favor! Casi besas al nuevo.

—No es cierto.

Mentira. Claro que lo era.

“¿Por qué estás con Russell?”, me había preguntado. Y no supe qué responder. Solo recordé el momento exacto en que casi lo traicionaba: Él, arrinconándome contra el árbol del jardín.
Yo, mirando sus labios. David, con ese tono bajo que erizaba todo.

—Podría besarte ahora mismo —susurró.

—Hazlo —respondí, apenas respirando.

“¡No!”

Fue la voz de Lea. O algo dentro de mí.

—Russell no me lo perdonaría —murmuró él, apartándose un poco—. Ya me odia.

—Russell no lo sabrá.

—No debo.

—Ambos queremos.

“No. No con alguien que conoce a Russell.”

Y justo cuando nuestros labios se rozaban…

—Marianne.

La voz de Lizzy. Ese tono seco, que siempre aparecía cuando estaba a punto de hacer una estupidez.

Nos separamos de golpe.

—Lo siento —dijo David antes de irse.

—Tú y yo tenemos que hablar —soltó Lizzy, clavándome la mirada.

Solo pude asentir. Me llevó a un rincón del patio y empezó su sermón.
Y tenía razón.
Siempre la tenía.

—No soy yo quien tiene que perdonarte —dijo antes de marcharse.

Me quedé con un nudo en la garganta.

Dos clases más. Dos malditas horas más de fingir normalidad.
Revisé el celular.

Tentación: Hola, nena ;)
Lea: Hola sexy ;)
Tentación: ¿Qué haces justo ahora?
Lea: En clases :(
Tentación: Suena aburrido :p
Lea: Como no tienes idea :'(**
Tentación: ¿No te gustaría estar conmigo ahora mismo? ;)
Lea: Por supuesto que sí, guapura ;)
Tentación: Ven. Quiero repetir lo de ayer. Mi pequeña zorrita tiene una deuda conmigo ;)
Lea: Me encantaría, pero esta clase es importante :$
Tentación: No mientas, zorrita. Soy tu amo, y esto es una orden. Ayer dijiste que hoy no tendrías nada importante.
Lea: …Está bien. Llego en unos minutos.
Tentación: Te espero ;)

Guardé el teléfono.
Sabía que Lizzy se enojaría, pero el impulso ya estaba decidido.
Me levanté y salí del aula sin mirar atrás.

Lizzy

Odiaba discutir con Marianne.
Era mi mejor amiga, pero su problema no era Russell ni David. Era su adicción al sexo.

Nunca supe qué la llevó a eso, pero la conocía lo suficiente para adivinar dónde estaba ahora.

Quedaban dos clases de física. La maestra dijo que era repaso. Si ya entendíamos el tema, podíamos irnos. Solo cinco lo hicimos. Obvio, Marianne no era una de ellos.

La busqué. No contestó llamadas. Demasiado predecible. Así que decidí caminar a casa.

Y ahí estaba Nathan, solo, sin su novia ni su grupo habitual. Ridículo o no, me gustaba. No por popular, sino por lo que había detrás de esa máscara de “chico problema”.

—Hola, Nath.

—Hola, Lizzy. ¿Vas camino a casa?

—Así es.

—Te acompaño entonces.

—Gracias.

Caminamos juntos. Sin tensión, sin plan. Solo silencio cómodo.

—¿Puedo preguntarte algo? —me animé.

—Ya lo hiciste, pequeña.

—En serio, Nath.

—Pregunta, pequeña.

Sonreí, aunque me moría de vergüenza. Era el único que me decía así.

—¿De dónde conoces al chico nuevo, a David?

Se detuvo. Vi cómo cambiaba su expresión.

—¿Cómo sabes que lo conozco?

—Se nota —mentí.

—Pequeña… confío mucho en ti. Y aunque a veces sea un idiota con todos, contigo no quiero serlo.

—Entonces dime.

—David y yo… no terminamos bien. Éramos amigos, muy cercanos. Pasó algo, y todo se jodió.

—¿Qué pasó?

—No puedo contarlo.

—¿Es algo ilegal?

Sonrió con esa ironía suya.

—Prefiero que pienses que sí, antes de que sepas la verdad.

No insistí. No habría respuesta. Nos despedimos frente a mi casa. Lo vi entrar en la suya, dos puertas más allá. Y, aunque no lo admitiría en voz alta, me dolía lo mucho que lo quería.

Marianne

Había tenido una de las mejores sesiones de mi vida. O eso creí, hasta que terminé y sentí el vacío de siempre. Me vestía cuando él me tomó por la cintura, empujándome otra vez a la cama.

—Como tu amo, te ordeno que no te vayas aún —susurró, rozando mi oreja.

—Mi “amo” no tiene derecho a ordenarme nada si ni siquiera sé su nombre.

—¿Así que lo quieres saber?

—No quiero seguir viéndote sin saber con quién me acuesto.

—Enrique —dijo, con media sonrisa.

—Muy bien, amo Enrique —dije, apartando su mano del sostén—. Pero si seguimos, necesito horarios. No puedo faltar siempre.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.