Russell
No vi a Marianne al salir. Tampoco a Lizzy, supuse que estarían juntas, no me importó. Hoy tocaba deportes, pero mi ánimo decía que no.
Al llegar a casa, lo único en mi mente era su imagen.
Castaño claro, delgado, relajado.
Había muchos chicos. Y muchos momentos, pero tenía que ser justo hoy. Justo él. Entré a sacar mis cosas del vestidor y lo vi quitándose la camiseta para entrenar.
David.
Me asustó lo que pensé, lo que imaginé, lo que sentí.
Se suponía que debía pensar esas cosas por una chica, ¿no? No por un chico, y menos por uno que... odiaba.
O eso me decía.
Subí a mi habitación, cerré la puerta, encendí la laptop, modo incógnito, busqué algo que no veía desde hacía mucho, solo que esta vez, no bastaban dos chicos, esta vez quería uno que se pareciera a él: castaño claro, ojos entre rojizos, cuerpo delgado, apenas marcado por la natación.
Pensé en sus labios suaves, en sus manos, en cómo se vería treinta segundos antes de que yo entrara.
Comencé a tocarme, despacio, imaginando que sus manos eran las que me recorrían. Que ese chico de la pantalla era él. Que su respiración era real.
—David —susurré, antes de correrme.
Por unos segundos, solo hubo paz.
Y después, culpa.
Odiaba a David.
Tenía novia.
Quizá... ya era momento de aceptarlo, dejar de fingir. Tal vez no sería tan malo. ¿O sí?
No lo sabía. Lo único que tenía claro era que Marianne jamás me lo perdonaría.
Aun así, tomé el celular, pensé en llamarla, decirle todo, tal vez me ayudaría a volver a ser "normal".
"Ridículo".
Pero antes de marcar, sonó el teléfono.
—¿Hola?
—¿Hablo con Russell Nikolay Lébedev?
—Sí, soy yo.
—Lamento molestarlo, joven Lébedev, pero debo informarle que Dimitry Ivanovha ha sido localizado. Su estado de salud es delicado.
Me quedé en silencio.
—¿Está segura?
—Sí. Pronto recibirá la ubicación exacta por mensaje y correo. Si no dispone nada más, procederemos con lo necesario para atender al joven Ivanovha.
—Gracias... de verdad.
Colgué. La mente me daba vueltas.
Dimitry, mi hermano.
El mismo que tuve que dejar atrás cuando mamá y yo escapamos de Rusia, el mismo que se quedó bajo el poder de nuestro padre, el mismo que yo no había podido olvidar.
Me llegó la ubicación. La información. Él había logrado escapar hace dos años. Buscaba a mamá. Descubrió que estábamos en México. Pero no nos encontró. Y ahora... estaba en estado crítico.
Había caído con la gente equivocada. Quizá por necesidad. O desesperación. Y ahora, peleaba por su vida.
No podía decirle a mamá. No aún. Tampoco podía seguir guardándome todo. Solo había una persona que alguna vez supo algo de Dimitry.
Solo una.
Russell: Marianne... necesito hablar contigo.
Marianne: ¿Todo bien?
Russell: No... todo mal.
Marianne: ¿Qué tan grave?
Russell: Solo ven.
Ella siempre venía cuando la necesitaba. Por eso la amaba. Por eso la elegí. Por eso... me dolía más todo esto.
Éramos la pareja "perfecta". Nuestras familias eran cercanas. Nuestra relación ayudaba a sus negocios. Éramos mejores amigos, con historia, con confianza. El único problema era uno que ambos sabíamos: No estábamos hechos para esto.
La amaba. Pero no como ella quería. Ni como yo fingía.
Tardó más de lo usual. Unos veinte minutos. Cuando llegó, no preguntó. Solo se sentó. Y le conté todo. Sobre Dimitry. Sobre Rusia. Sobre la llamada. Sobre su estado.
Ella escuchó. Se preocupó. Lloró un poco. Hicimos un plan. Lo ayudaríamos. Primero a estabilizarlo. Luego... ya veríamos.
Pero aún había algo más. Y no sabía cómo empezar.
—Marianne... hay otra cosa.
La vi tensarse.
—¿Sobre Dimitry?
—No. Sobre mí. Sobre nosotros.
—¿Qué ocurre?
—No sé cómo lo vas a tomar. Tampoco cómo decirlo.
Ella bajó la mirada.
—Sé que no soy la mejor novia... que tal vez insisto demasiado en avanzar, pero... te amo, Russell. Y si tengo que esperarte, lo haré. Lo que sea necesario.
—Marianne...
—Podemos funcionar. Podemos intentarlo de nuevo.
—Marianne...
—No quiero que esto termine.
—No eres tú...
—La típica frase. No, Russell. Te esperaré. Puedo ser la novia que quieres. Solo dime qué necesitas.
—Marianne, es que... soy yo. En verdad.
Silencio.
—¿Por qué? —dijo, con voz rota—. Sé que me amas.
—Porque... se necesita más que amor.
La miré. Estaba por romperla. Pero no había forma de evitarlo.
—No te deseo.
Sus ojos se llenaron de lágrimas.
Y con ellas, su alma entera.
Sabía que no se trataba solo de mí.
Se trataba de lo que ella pensaba de sí misma.
De lo mucho que luchaba por sentirse suficiente.
—¿Qué me falta, Russell? ¿Qué me falta para que me desees?
—Nada. No te falta nada. Eres hermosa. Sexy. Increíble. Podrías volver loco a cualquier chico...
—Pero no a ti.
—No es tu culpa.
—Dame la oportunidad. Déjame demostrarte que puedo... que puedo darte lo que necesitas. Puedo ser muy buena en...
—Marianne —la interrumpí, suave, pero firme—. Por favor, déjame terminar.
Se quedó en silencio.
—Me costó aceptarlo. Me duele decirlo. Pero...
Respiré hondo.
—El motivo por el cual nosotros no funcionamos... es porque creo que soy gay.
Silencio, pesado, eterno.
—¿Lo crees... o lo eres?
—Estoy 90% seguro.
—¿Estás seguro de esto?
—Más que de muchas cosas en mi vida.
—Entonces... debes saber algo tú también.