Nathan
Desde mi ventana los observaba. Lizzy y Karla, hablando como si fueran amigas… en el columpio frente a mi casa. Irónico. Hace apenas unas semanas se habrían ignorado.
Convencer a Lizzy de este encuentro no fue fácil. Accedió solo porque le dije que era importante… y porque sería en mi casa, conmigo presente. Sabía que algo tramaba Karla. Y tenía razón.
Tomé mi celular. Otra tanda de mensajes de Melody. Ya no eran insultos, sino disculpas. Pena ajena.
Bajé a la cocina, preparé jugos y unas botanas, y salí con ellas. Me senté en la mecedora de la entrada.
—¿Y bien? ¿Me dirán ya cuál es el misterio?
Ambas intercambiaron una mirada incómoda.
—Es un tema entre nosotras —dijo Lizzy, con voz tensa.
—Lo siento, Nathi —agregó Karla—. Si ella no quiere contarlo, yo tampoco puedo.
Suspiré y miré el cielo anaranjado.
—Karla… no quiero parecer grosero, pero ya casi oscurece. ¿Quieres que te acompañe a casa?
—Oh, no. Descuida. Voy a ver a una amiga.
Lizzy la miró con desconfianza.
—Una amiga que viene de fuera —agregó Karla, rápido.
—¿Te llevo?
—No, gracias. Pero deberías hablar con Lizzy.
Liz la fulminó con la mirada. Karla se acercó a ella, le susurró algo que no entendí, y se fue.
Quedamos solos.
Lizzy no me miraba. Sabía que Karla lo había hecho a propósito. Sabía lo que sentía.
—¿Y bien? —pregunté, rompiendo el silencio—. ¿Me contarás qué pasó?
—Yo… tengo problemas con Melody.
Eso no lo vi venir.
—¿Melody? ¿Tú? ¿Problemas?
—Ella cree que soy la razón por la que terminaron.
—¿Qué? Ni siquiera lo sabías.
—Exacto. Pero Karla dice que… planea algo. No sabe qué.
—No te preocupes. Te voy a proteger.
Dije esas palabras sin pensar en el daño que podrían hacer. Vi su rostro. Sus ojos brillaron de ilusión.
Y me sentí como un maldito por no poder corresponderle.
—No creo que sea buena idea —dijo, bajando la voz—. Russell, Marianne… incluso David, probablemente me defiendan.
Russell. Siempre él.
—No está de más que yo también esté. Y si Melody ve que te protejo… dolerá más.
—Nath… yo…
No, por favor, no lo digas.
—Lizeth —me acerqué y me senté a su lado—. Sé que Melody puede odiarte por muchas razones. Y quizás una de ellas… soy yo.
Ella levantó la mirada, insegura.
—Siempre fuiste especial para mí. Eres como una hermana menor, Lizzy.
Sus ojos se humedecieron. Se levantó, yo también, y nos abrazamos fuerte. Sabía que estaba llorando por dentro. Llorando por algo que nunca tuvo y que nunca tendría.
—Te quiero, Nath.
—Y yo a ti, pequeña caramelo.
Russell
Mis padres se habían ido más temprano de lo previsto.
 Fui directo al hospital.
Dimitry seguía dormido, pero su estado había mejorado. Los médicos decían que era cuestión de tiempo.
Me quedé ahí, junto a él. No tenía intención de volver a casa esa noche.
La mañana siguiente, una voz suave me despertó.
—Russell…
Parpadeé. Aide. Me sonreía, como si supiera que me aferraba a un sueño que ya no entendía.
—No te esperaba —dije, con voz ronca.
—No podía dejarte solo.
—Gracias por todo.
—No agradezcas todavía. Esto apenas comienza.
—Confío en ti.
—No vine solo a darte ánimos —dijo con un guiño—. Vine a recordarte que tienes clases.
Suspiré.
—Lo sé. ¿Es tarde?
—Por quién me tomas. Ten —me entregó una bolsa—. Cambio de ropa. Tus útiles los tiene Zoel.
—Gracias…
—¿Cuál gracias? ¡Cámbiate, mocoso!
Reí un poco y fui al baño. Antes de salir, me acerqué a Dimitry.
 Le hablé en voz baja:
—Tal vez no me recuerdes. Tal vez nunca nos conocimos. Pero yo… haré que llegues a verme como un hermano. No por la sangre, sino por elección.
Al salir, Aide me detuvo en la puerta.
—Russell… eres más que un cliente. Eres mi amigo. Y aunque no debería decírtelo: cuídate. Lo que viene… no será fácil. Pero también será importante. Dimitry despertará antes de lo que imaginas. Concéntrate en lo que de verdad importa. Tienes a alguien muy especial cerca. No lo olvides.
Asentí, sin entender del todo.
Zoel me esperaba afuera. Me dejó en la escuela y se despidió.
Sentí un escalofrío inexplicable al entrar al aula. No había nadie, pero… como si alguien más estuviera ahí, observándome. Un susurro que no reconocía. Nada real, pero… me tranquilizaba.
No tenía ganas de ver a Marianne.
 No después de lo que vi. No era reproche, solo… algo que dolía.
Me recosté en la butaca y cerré los ojos.
 El mundo giraba demasiado rápido.
Entonces, escuché voces.
—Me debes una explicación —decía una.
David.
—Ya lo sé —respondió Marianne—. Pero no aquí.
—Estamos solos.
No tanto, pensé.
 Sentí otra vez esa presencia… invisible, cercana, que me recordaba a alguien. Pero no… no podía ser.
—David, por favor… Enrique es…
—¿Un amigo? Vamos.
Silencio.
—¿Qué tan malo fue, Marianne? Él te llamó Lea.
Lea.
 Así que así se llamaba su otra parte.
—Yo…
—No puedo creer que me sienta atraído.
¿Qué…?
En mi intento por moverme, tiré mi cuaderno y el libro de matemáticas.
 Traté de fingir que dormía.
 Fallé.
Los escuché entrar.
 Marianne se acercó, su voz era baja.
—Russell… ¿qué haces aquí tan temprano?
Abrí los ojos apenas.
 La luz me daba el efecto perfecto de recién despertado.
—¿Lo ves? —le dijo a David—. Inconsciente de todo.
La miré. Estaba molesta.
—Marianne, yo no creo que…
Sonó la campana. Los compañeros comenzaron a entrar.
Me quedé en silencio. David no obtuvo respuesta. Yo tampoco la tenía.
Y en un rincón de mi mente, una sensación familiar me acompañaba, como si alguien invisible me guiara… sin que yo supiera quién.