Our Imperfect Life.

"Despertar" (Reescrito)

David

¿Qué tramaba Marianne?

El día pasó volando, pero la duda me perseguía. No pude hablar con ella de nuevo, y ahora estábamos en la última clase: física.

Desde mi lugar, observaba a Russell. No despegaba la vista de su celular. ¿Le estaría escribiendo ella?

"Concéntrate, David", me repetí. Pero no pude.

—Joven Lasso —la voz de la profesora me hizo saltar. Todos me miraron. Todos, menos Russell.

—¿Qué hay de interesante en su compañero Lébedev?

Todo… No, espera… ¿qué?

—Nada, profesora.

—Perfecto —replicó con una sonrisa sarcástica—. Me parece maravilloso que no le parezca interesante, porque justamente por eso usted y el joven Lébedev trabajarán juntos en todos los proyectos del semestre.

Russell y yo nos miramos, incrédulos.

—Profesora, yo…

—¿Va a aportar algo relevante?

Su mirada cerraba cualquier objeción.

—No… profesora.

—Entonces guarde silencio y preste atención.

Suspiré, frustrado. Arranqué un pedazo de hoja y escribí:

"Lo siento, en serio. No era mi intención."

Se lo pasé. Russell lo leyó, rió y me respondió:

"Haré que me encuentres interesante ;)"

Solté una risa suave. Tal vez… esto no iba a ser tan terrible.

Nos encargaron el primer proyecto: electromagnetismo.
Acordamos trabajar en su casa.

Russell

Los próximos meses no serían fáciles.

Pero mientras David no me metiera en problemas con Nathan, no veía problema en pasar tiempo con él.

No había hablado con Marianne en todo el día. Ella intentó alcanzarme al salir, pero usé a David como excusa para evadirla.

Íbamos camino a mi casa. El silencio era incómodo, casi tangible.

David rompió el hielo:

—Russell… lo siento por lo que ha pasado.

Lo miré.

—Yo también. Lo de Nathan y yo no tiene nada que ver contigo. No suelo tratar con gente nueva. No creo que me haya comportado de forma agradable contigo.

—Empecemos de nuevo. No sería inteligente llevarnos mal por los próximos cuatro meses.

—Tienes razón.

Al llegar a casa, David se quedó mirando alrededor. Yo fui a la cocina por agua.

—¿Estás solo?

—Sí. Mis padres viajan mucho.

—Los míos también.

—Qué coincidencia.

—No lo veo tan mal.

—Depende del día.

Subimos a mi cuarto. No sé si se sorprendió por el desorden o por los colores de la habitación, pero no dijo nada.

Avanzamos bastante en el proyecto. Durante una pausa, me preguntó:

—¿Cómo es tu relación con Marianne?

—Buena.

—¿Siguen juntos?

—¿A qué viene esa pregunta?

Vaciló.

—Es que… no parecen pareja.

—No todas las parejas son melosas.

La verdad: Marianne y yo acordamos no decirle a nadie que habíamos terminado.
No aún.

—Me gusta Marianne. Quiero acercarme a ella.

La confesión me molestó. No por celos… ¿o sí?

—Ella y yo… es complicado.

Antes de que pudiera decir más, mi teléfono vibró.

Aide: Dimitry despertó.

—Bueno —me levanté—, me encantaría seguir hablando, pero dejaremos esto por hoy. Tengo algo que hacer.

Dimitry

Dolor.

Eso fue lo primero. Dolor en los ojos, en la cabeza, en todo el cuerpo.
La luz era casi insoportable. ¿Dónde estaba?

Escuchaba una canción en un idioma desconocido. Un pitido constante acompañaba cada segundo.
Estaba recostado. ¿Dormí? ¿Cuánto tiempo?

—¿Diga?

Una voz dulce y femenina. Me sonaba familiar… como un recuerdo perdido.

Parpadeé. Todo se volvió más brillante. Cerré los ojos.

—Dime que no fue una ilusión —murmuró la voz.

¿Me hablaba a mí?

—Dimitry… si estás despierto, parpadea otra vez.

Obedecí. Su rostro estaba muy cerca del mío.

—Oh por Dios… has despertado.

Sonreía. Hermosa. Pero algo en mí se tensó.
Imágenes borrosas, recuerdos confusos… dolor de cabeza. Quise hablar.

—Aime…

—¿D-dónde… quién eres?

Mi voz salió ronca.

—Me llamo Aide. Estás en un hospital. Llamaré al médico. Después me cuentas todo, ¿de acuerdo?

Asentí débilmente.

No recordaba cómo llegué a México. Solo sabía que vine a buscar a mi madre y contraté ayuda… pero nada más.

El médico entró, revisión rápida. Nada grave, solo observación.
Aide regresó.

—Sé que viniste a buscar a tu familia.

—¿Tienes que ver con que esté aquí?

—No. Pero sé por qué viniste.

—Corrijo: vine a buscar a mi madre. Su familia no me interesa.

—Lo sé. Te investigué.

La miré, desconfiado.

—Fue Russell quien me lo pidió.

—¿Russell? ¿El esposo de mi madre?

—No. Tu hermano.

…Eso no era lo que esperaba oír.

—Él te encontró entre documentos y fotos en los cajones de su madre. Quiso hallarte desde entonces.

Mi estómago se apretó. ¿Mi madre sabía? ¿Por qué me dejó?

—Russell estará aquí en media hora.

—No quiero verlo.

Aide sonrió dulcemente al principio.

—Ay, mi vida, lo entiendo… —y luego su voz cambió, firme—. Pero no te estoy preguntando. Russell vendrá. Hablarán. Luego decidirán qué hacer con tu madre. Y si no quieres pasar otra semana inconsciente, más te vale cooperar.

Era un ángel… vengador.

—No puedes obligarme.

—¿Ah, no? ¿Y cómo crees que estás aquí? ¿Quién pagó? ¿Quién firmó?

Suspiré. No tenía salida.

—¿Y mi madre?

Dudó un segundo.

—No sabe que Russell te buscaba. Deja que él te lo explique. Por ahora… descansa.

Creí que se marcharía, pero no. Se sentó a leer en el sillón como si fuera su sala. Le pedí comida. Tenía hambre y muchas preguntas.

La comida del hospital era… aceptable. Estaba terminando cuando escuché pasos.

Aide cerró su libro.

—Prepárate. Aquí viene el famosísimo Russell.




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