Dimitry
Russell no se parecía en nada a mí.
Quizá por eso lo eligió a él. Quizá por eso mamá me dejó. Sé que suena infantil, pero la herida sigue ahí, sin importar cuántos años pasen.
Él hablaba con Aide, pero yo no presté atención. Tenía hambre. Dolor en el cuerpo. Había despertado, pero no sabía cuánto tiempo había estado inconsciente. Por cómo me sentía, calculaba al menos dos semanas.
Había una ventana junto a la cama. Preferí ver por ella antes que mirar al "famosísimo Russell".
—Hola —dijo él. Lo ignoré, segundos.
—Entiendo que no quieras hablar —insistió—. Solo quería saber si estás bien. Perdiste mucha sangre y estuviste en estado crítico. Y...
—¿Quieres callarte? —lo interrumpí—. No tengo ganas de hablar contigo.
—¿Por qué no?
—Ni siquiera te conozco.
—¿Y cómo esperas que lo haga si no me hablas?
—¿Dije que quiero conocerte?
Lo vi molestarse. Al fin.
—No te estoy preguntando. Sé que buscabas a nuestra madre, pero no te llevaré con ella hasta que hables.
—Ni lo hagas. Todas mis ganas de conocerla se murieron cuando desperté y vi a esa demonio con cara de ángel.
Aide alzó una ceja. Claramente le molestó, pero se contuvo.
Russell, en cambio, rió.
—Ni yo podría describirla mejor.
—Se nota el lazo de sangre. Par de idiotas.
Silencio. Incluso él se quedó callado.
Una enfermera llegó con comida. No era buena, pero calmó mi estómago. Aide se marchó, dejándonos solos en un silencio tenso.
—¿Cómo terminé aquí? —fue lo único que atiné a preguntar.
—Tu investigador se metió con quien no debía. Nuestro... tu padre sigue siendo el líder de una mafia rusa, ¿cierto?
—¿Y tú cómo sabes eso?
—Lo suficiente para saber que somos hermanos por completo... y que no quiero acercarme a ese hombre.
—Haces bien.
—Pero me estoy acercando a ti.
—No porque yo quiera.
—Mamá no sabe que estás aquí.
—Ni falta que hace.
—Tiene que saberlo. Eres su hijo. Viniste a buscarla.
—Solo quería saber por qué me abandonó.
—Entonces pregúntaselo.
—Prefiero quedarme con la versión de mi padre.
—Deberías escucharla. La historia tiene dos lados.
—Se fue con otro. Es todo lo que necesito saber.
—¿No te da curiosidad por qué a ti no... y a mí sí?
Esa pregunta me dejó sin palabras.
Él sabía algo. O solo quería que yo me lo preguntara.
—No quiero saber.
—Por ahora. Igual lo intentaré. Tengo un lugar para ti. Quédate un mes. Después decides si quieres conocerla... o si prefieres seguir odiándome.
No tenía opción. Lo sabía.
—Está bien. Pero me quiero quedar con la demonio.
Russell rió. Y para mi sorpresa, yo también.
—Le agradas. No creo que se niegue.
Pasé dos horas aguantándolo. No me agradaba. Pero... había algo en él. Algo que me hacía preguntarme por qué él sí.
Cuando se fue, el silencio regresó.
Y con él, las preguntas. ¿Por qué a él? ¿Por qué me dejó a mí? ¿Por qué no volvió?
Sabía que mi padre no era un santo. Que su mundo era peligroso. Pero... ¿por qué salvar solo a uno?
La verdad, sí, tenía curiosidad.
[*flashback*]
—¿No crees que exageras? —preguntó Max.
—No. Esta es la oportunidad que siempre quise. No puedo quedarme solo con la versión de mi padre. Ya no soy ese niño de 15 que odia todo.
—¿Y si tu padre tenía razón?
—Entonces me regreso. Tomo el mando. Como él quiere.
—¿Eso quieres?
—Aún no lo sé.
—Tengo una hermana en México. Es investigadora. Podría ayudarnos.
—¿Y si mamá no está en México?
—Es un riesgo que debes correr, es la unica pista que tienes.
—Lo sé pero no sé si es buena idea.
—¿Qué no es buena idea?
Nos congelamos. Mi padre estaba en la puerta de la cocina. No lo habíamos escuchado entrar. Grave error. Por eso yo no era apto para liderar nada.
—Nada importante, padre.
—¿Seguro?
—Sí, señor.
—Dimitry, quiero que te encargues de algo hoy.
Claro. Siempre algo. Siempre una orden.
Quizá... debía arriesgarme. Tal vez... debí huir con Danna cuando ella lo hizo. Condené a Max. Me condené a mí.
—Está bien, padre.
A veces me pregunto si él aún la piensa. A mamá.
—Padre...
—¿Qué?
—¿Tú... extrañas a mamá?
Su rostro cambió. Frío. Rabioso.
—No. No extraño a esa mujer. Ella te dejó. Está muerta para mí. No la menciones nunca más.
Y se fue.
—Danna tuvo suerte —murmuré—. Pudo escapar. Lo mejor fue hacerlo sola. Sin ti. Sin mí.
Sabía que eso dolía.
—Sí. Porque, dime, ¿qué puede tener de bueno estar con dos idiotas que no entienden lo que es amar? —escupió Iker—. Aunque, en realidad, el único idiota aquí eres tú.
Tenía razón.
Yo no sabía amar.
—Está bien —le dije—. Dile a tu hermana. Pero yo también buscaré por mi cuenta.
Fue el error más grande de mi vida.
[*Seis meses después*]
México.
Habían dado con mi madre. Pero el investigador que contraté era un idiota. Se metió con quien no debía.
Ahora huía.
Yo. Dimitry Ivanovha. El hijo mayor del mafioso más temido de Rusia. Corriendo como un perro asustado.
No sé cómo nos encontraron.Solo sé que me seguían. Y que me escondí por más de media hora hasta que creí que había escapado.
Salí. Caminé rápido. Y entonces...
Caí. Un pozo. Una trampa. Oscuridad.
Lo último que vi fue cómo me vendaban los ojos. Lo último que escuché: sus risas mientras me golpeaban. Lo último que sentí: un golpe brutal. Luego, nada.
Silencio. Oscuridad.
...
Y entonces desperté.
—Dimitry.
Quizá... sí quiero saber.