Our Imperfect Life.

"Quiero saber más" (Reescrito)

Dimitry

Era difícil intentar acercarme a mi familia. Russell no decía más, y el demonio con cara de ángel se negaba a hablar.

Lo único que sabía era que mi padre no era el único con secretos; Russell también tenía los suyos. No comprendía su relación con Aide, especialmente porque ella parecía incluso mayor que yo.

Por ella supe que teníamos un bar. El bar había sido heredado a Russell por nuestro abuelo materno, un privilegio exclusivo para él. Aun así, Aide dijo que yo estaría a cargo hasta que él alcanzara la mayoría de edad y terminara sus estudios.

Todo sucedía tan rápido que me sentía perdido. Necesitaba contactar a Iker, pero no tenía mi teléfono. Necesitaba salir de allí y, sobre todo, respuestas.

Terminé mi comida. El demonio con cara de ángel se había ido y Russell tenía asuntos de la escuela. El doctor me revisó y dijo que, con suerte, me darían de alta al día siguiente. No podía esperar.

Recordaba mis sueños, una y otra vez la misma pregunta: ¿qué fue lo que la hizo dejarme? Nadie parecía dispuesto a darme respuestas.

La noche llegó y soñé de nuevo con aquel momento. A la mañana siguiente me dieron de alta.

Aide y Russell me llevaron a un pequeño departamento cerca de la ciudad. Al parecer era de Aide. Aún no entendía la relación entre ellos: Aide era mayor que Russell, pero parecían confiar plenamente el uno en el otro.

El departamento tenía buen tamaño para una o dos personas. No sabía cuánto tiempo me quedaría allí, pero debía asegurarme de que mis papeles estuvieran en regla.

—Bien, Dimitry —dijo Aide—. Por ahora viviré contigo hasta que mejores y me asegure de que no intentes escapar. La habitación principal será tuya, la de visitas para mí. No quiero chicas aquí.

Sonreí ante la petición. No planeaba traer a nadie; solo quería respuestas y salir de allí.

—No te preocupes, pequeño demonio angelical. No traeré a nadie mientras tú no traigas a nadie.

Aide frunció el ceño, pero sonrió.

—Ni creo que tengan interés en venir.

—¡Russell! —Aide lo llamó, molesta—.

Pero él solo se rió. Era una broma que entendían solo ellos. Pasearon un rato mostrándome el apartamento y bromeando entre ellos.

Cuando nos sentamos a comer, ya no pude contenerme:

—Quiero saber más. De ustedes y de mi familia.

Aide y Russell se miraron, listos para responder.

Marianne

Russell llevaba días evadiéndome, y David estaba sobre mí todo el tiempo. Necesitaba respuestas que no sabía ni podía darme. Además, Enrique seguía insistiendo en salir conmigo, aunque sabía cómo terminaban nuestras citas.

Accedí a una cita con David. Más incómodo que nunca, ahora que era compañero de equipo de Russell. Definitivamente había perdido interés en él y en las demás personalidades.

Nos sentamos frente a frente en una manta en el parque. Amaba los picnics.

—Y bien, Marianne, ¿finalmente me contarás?

—Promete que no le dirás nada a Russell.

—No creo. No le agrado mucho aún.

—Qué raro… los veía más unidos.

—Es por un proyecto. No desvíes el tema. ¿Quién era el chico de aquella noche?

—Bueno —suspiré—. ¿Sabes algo de psicología o psiquiatría?

—No, soy más de cocina y un excelente bromista.

—Deberías prepararme tragos algún día.

—Claro, cuando dejes de evadir mis preguntas.

—Existe un trastorno llamado disociativo de la personalidad. Yo lidio con algo parecido.

—En palabras simples para un humano que no sabe del tema, por favor.

—Comúnmente llamado personalidad múltiple.

—¿Fragmentado?

—Sí y no. Pero sin todo el drama de querer dominar el mundo.

—¿Y qué tiene que ver esto con el chico?

—A diferencia de lo que dicen, yo soy consciente de lo que hacen las otras personalidades. Una de ellas busca encuentros casuales.

—Así que era tu ligue.

—Algo así. Uso el sexo para escapar de la realidad. Enrique fue diferente.

—¿Te enamoraste? ¿Engañas a Russell?

—¡No! No estoy enamorada ni lo engaño. Lo nuestro terminó, y aunque me arrepiento, era necesario. Pero jamás lo dañaría. Enrique tiene poder sobre mí; me cuesta decirle que no. ¿Has sentido algo así con alguien?

Miré hacia abajo y suspiré.

—Sí. Lo entiendo. Pero esa noche no parecías feliz con él. ¿Qué pasó?

—Temía que mencionara algo frente a ti o a mis padres. Tengo miedo de él. No sería la primera vez que me atrapa y no soy correspondida.

—Es normal tener miedo de que rompan tu corazón. Pero hay que vivirlo para poder sanar. Además, no sabes cómo puede terminar.

—No, pero mis sueños me aterran: me veo llorando, abandonada, alguien me rompe el corazón.

David se acercó, tomó mi rostro y me besó. Su beso era tierno, con sabor a cereza. Pero no se sentía correcto. Él se separó. ¿Él también quería usarme? ¿Por qué no se sentía correspondido?

—¿Qué sentiste? —preguntó.

—Confusión, miedo. No se sentía correcto.

—Eso pasa cuando besas a alguien que no amas o por quien no sientes atracción.

—Pero tú me atraes.

—No hay química. No es correspondido.

—¿Por ti o por mí?

Se sorprendió. Tardó en responder.

—Supongo por ambos. ¿En quién pensabas al besarme?

—En… nada. Tus labios sabían a cereza, pero solo podía pensar que no era correcto.

—Al besar a Russell, Enrique y los demás, ¿en qué pensabas?

—Con Russell, lo tierno y lo doloroso de su rechazo. Con Enrique, adrenalina y pasión. Con los demás, solo adrenalina y olvidar todo.

—¿Alguna vez alguien te dio un beso que sintieras electricidad, mariposas o ternura suficiente para continuar sin contacto sexual?

—No.

—Eso es un beso correcto, de amor. Si Enrique te rompe el corazón, sanarás. Cuando sientas eso, quizá estés con la persona correcta. No solo se trata de sentir: fíjate en cómo te trata y si es el momento adecuado. Es lo más cercano a una conexión de almas gemelas.




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