Chris Junior walker-Jones
—Tienes dos segundos para alejarte o te recordare quién fue el primero que probo tus deliciosos labios con sabor a malvaviscos...—mis bellos incordios comienzan a llorar al mismo tiempo haciendo que Camila se escabulla de entre mis dos brazos que estaban sobre la capota del auto y se giran para observarlos.
—Ya peques pronto estaremos en casa y les daré su baño, ya les cantare y estaran más cómodos—miro la hora y me doy cuenta de que por esa razón están incómodos mis dos incordios tienen una rutina con ella y al parecer no les gusta que se rompa aunque sean solo algunos minutos de retraso.
Nos subimos al auto mientras Camila les canta haciendo que se calmen aunque ambos son llorones certificados.
—Mi madre dice que yo era igual de llorón, pero eso se debe a que nací con problemas de salud ellos son solo un par de consentidos. Escuchen hijos no pueden monopolizar a Cami ella necesita tiempo para ella y sus necesidades primarias—expreso jocoso y ella se rie algo sonrojada.
—Después que ellos duermen tengo unas horas libres antes de tener que volver a atenderlos—musita y no sé si fue una invitación o que, veo como los colores le vuelven a subir al rostro e imagine que se dio cuenta de lo que dijo o lo comprendió.
—Bueno no quise decir que puedes yo…—se quedó en silencio y no pude evitar carcajearme.
—Tranquila Cami entendí muy bien, ahora vamos a hacerles la rutina juntos talves ellos me permitan estar con ustedes—digo divertido, pero ella no responde nada.
En cuanto llegamos al departamento preparamos todo para darles su baño, me encanto ver el amor en los ojos de Camila con los bebes, me dolía decirlo, pero ella los ama más que yo y la madre que los abandono.
En fin cerca de una hora después ambos están alimentados, bañados y dormidos, veo como Camila sale casi corriendo hacia su habitación y sonrió, debe estar algo avergonzada por lo sucedido en el auto.
Son casi las nueve de la noche cuando entro a mi habitación pido una pizza, me doy una ducha y solo con la parte de abajo de mi pijama voy a recibirla, preparo dos copas de vino y la pizza ya todo listo voy con Camila, espero no me rechace.
—Un momento ya voy —dice después que toco su puerta.
—Hola, pedí pizza, no me dejes comer solo, además estoy seguro de que tambien tienes hambre—ella observa mi pecho descubierto y su rostro es todo un poema que me da mucha risa, pero lo disimulo para no avergonzarla.
A veces se me olvida que aun es una adolescente, mayor de edad pero adolescente al fin y al cabo.
—La verdad es que no tengo mucha hambre, pero puedo comerme un pedazo y así te acompaño—responde saliendo de su habitación, ella ya tiene su pijama aunque esta vez usa una larga y de color blanco y con conejitos por todos lados.
—Me gusta tu pijama es muy diferente a las otras—le digo y ella sonríe.
—Ciertos dias del mes debo usar una igual a esta—no soy tonto asi que asumo le llego su periodo.
—Si hubiera sabido te hubiera comprado chocolates o caramelos—digo y ella me miró confundida, llegamos al balcón donde puse todo.
—No comprendo—expresa con gran confusión en su rostro.
Me siento mal de imaginar que su padre nunca la consintió en esos momentos tan incómodos para las chicas, en mi casa bueno en mi familia en general desde que son señoritas y sabes de alguna con el periodo esos días les enviamos chocolates, flores, caramelos y postres para consentirlas y asi sobrepasen mejor los cólicos y las hormonas revoltosas.
—Toma tu copa la pizza es hawaiana—cambio el tema ya que mañana le daré una bonita sorpresa.
Decir que estar con Camila me agrada es decir poco, ella es muy divertida aunque tímida y debo decir un poco infantil, lo normal para una persona de su edad si voy años atrás yo era mucho menos maduro que ella y no sabia anda de la vida o las dificultades que podemos llegar a encontrar.
—La unica y primera vez que salí a divertirme fue cuando te conocí y tambien a tus hijos, mi padre siempre fue un hombre machista que no consideraba necesario que las mujeres salieran a divertirse o hacer cualquier actividad fuera del hogar—expresa con desgano.
—¿Estudiaste?—cuestiono y ella asiente.
—Mi madre casi se muere rogándole pero acepto fui a una escuela para señoritas desde los 8 a los 12 años luego recibí clases en casa hasta los dos últimos años de secundaria que los tuve que hacer presencial, sin embargo no podía reunirme con ninguna compañera o salir todo era de la casa a la secundaria y viceversa, dijo que no era necesario más estudio y que aprendiera a cocinar, atender la casa y especialmente a mi esposo, nunca pude hacer tareas en grupo o ir a la biblioteca—escucharla desahogarse del infierno que vivió me hace sentir terrible ella parece que vivió en el siglo pasado y no en pleno siglo 21.
—Nunca tuve una bicicleta, patines o algo que pudiera lastimarme y por ende marcar mi piel, no sé lo que es correr por la casa o que me den puntadas y ni que decir de un hueso roto y las pocas veces que desobedecí vi como mi madre sufría las consecuencias asi que le obedecía siempre que podía solo por no ver sufrir a mi madre o peor aun golpeada, mientras crecía comprendí mejor la dinámica familiar y la acepte aunque ella trataba siempre de inculcarme otros valores y metas, la extraño mucho a pesar de todo fue una buena madre que me protegió y velo por mi hasta en el último minuto de su vida, no debió morir de esa manera tan cruel—las lágrimas brotan de sus bellos ojos haciéndome sentir mal ya que no puedo hacer nada para que deje de sufrir, la muerte de un familiar no tiene remedio más que el tiempo y muchas veces ni siquiera este calma el dolor.
—Quiero que entiendas que no todas las personas son asi, tuviste la mala suerte de nacer en una familia de mierda solo eso, por suerte te toco una madre fabulosa que supo protegerte hasta el final de sus días, me hubiera gustado conocerla—digo tomando su rostro con ambas manos ya que ha empezado a alterarse, sus sollozos son silenciosos por mi abrazo, mi piel se moja con sus lágrimas pero aun asi la sostengo.