Lunes
—Desde hoy y siempre te maldigo, cabeza hueca. —Trato de ocultar mi cabeza con la almohada para, de alguna forma, silenciar el molesto ruido del despertador.
Mi cuerpo se sentía pesado, y lamentaba enormemente haberme dormido a las dos AM mientras hacía nada en Facebook.
Y antes de que piensen que soy una mal hablada, no, no vayan a creer que siempre que me levanto a las seis de la mañana suelto una maldición, usualmente esa palabra no se ubica en mi vocabulario, pero en este momento, no saben cuánto estoy odiando a mi mejor amigo por haberse ido del país y haberme abandonado aquí.
Verán, les explico brevemente: Hoy comienzo el tercer semestre de mi carrera, por ende, debo levantarme a las seis de la mañana para poder ubicar mi nueva sección y horario. Y la razón del por qué maldigo a David es que, por su culpa, terminé estudiando una carrera que no me gusta del todo, mientras él abandonó el barco mientras pudo.
Estiré mis brazos, de manera que cada huesito de mi cuerpo sonase. Desactivé la alarma que no dejaba de sonar, y me senté en el borde de la cama mientras sopesaba el qué estaba haciendo con mi vida.
Admito que debía verme como alguna clase de zombi mientras miraba fijamente mi armario, y casi podía sentir que me estaba durmiendo nuevamente allí sentada.
No sé en qué momento reaccioné; cuando volví a mirar mi teléfono, ya eran las seis y quince.
Me levanté completamente y me dirigí al baño.
Las ojeras se marcaban levemente en mi rostro, evidencia de todas las noches que me acosté tarde mientras estaba de vacaciones.
Cepillé mis dientes, lavé mi cara y peiné mi cabello. Volví a mi habitación y me vestí con una camisa simple y un pantalón de jean.
Mi padre ya se encontraba despierto, y no sé cómo, ni de dónde, saca las energías para estar despierto a estas horas de la mañana.
— ¿Y eso que estás despierta a estas horas?
—Hoy comienzan las clases, pa.
— ¿Ya te vas? —Pregunta, mientras continúa preparando el desayuno.
—Sí, se supone que debería estar ahí a las siete y media, pero ya son las seis y treinta y cinco, voy súper tarde.
—Eso te pasa por quedarte dormida, todo el tiempo por estar hasta la madrugada en esa computadora tuya.
—Ajá, ya me voy. —Trato de esquivar su, ya conocido, sermón. Siempre me sale con lo mismo cada vez que puede.
—Al menos come algo, para que no vayas con el estómago vacío.
—No tengo tiempo, papá, voy tarde —recojo mi bolso del sofá.
—Bueno, al menos llévate la comida, para que te la comas allá.
Me entrega una pequeña biandita, la cual coloco dentro del bolso.
—Chao papi, te quiero. —Me despido de él, mientras le doy un beso en la mejilla.
—Chao mija, cuídese.
Antes de salir, le envío un mensaje a Ronny para que sepa que ya voy saliendo.
Luego de eso, rápidamente salgo de la casa, y me dedico a caminar las ocho calles correspondientes hasta mi parada de autobús.
Sería un día largo, sin duda.