P E Ó N [ #1 - Los Fugitivos ]

Capítulo XIII

Había vivido toda mi infancia en el mismo lugar, no podía llamar a eso una desgracia por más que quisiera. Estaba con mis padres todo el tiempo, hasta con mis hermanos.

No éramos una familia de muchos recursos, pero sabíamos hacer milagros con lo que teníamos, por lo que nunca pasamos hambre. Todos en el lugar nos conocíamos, la zona sur de la ciudad es muy pequeña. Hemos formado amistades con todos los habitantes.

¿Qué puedo decir? Es una buena vida.

Pasé la mayor parte de mi niñez jugando con los chicos de las casas cercanas. Cosas como escondernos o tirarle piedras a unas botellas formaban parte de nuestra rutina diaria. Salíamos cuando el sol apenas se estaba levantando, y nos íbamos cuando la noche ya había caído. No teníamos preocupaciones.

Todos en este lugar éramos Peones de nacimiento, era casi imposible que uno de nosotros tubiese una pieza mayor cuando llegara a la edad. Estábamos resignados a vivir aquí, pero nadie se quejaba de eso.

Recuerdo que, un día, hace casi dos años, se corrió la noticia de que había una pieza superior entre nosotros. Lo primero que pensamos fue lo peor, que el estado había mandado espías para mantenernos a raya, informando de todos y cada uno de nuestros movimientos.

Se decía que era una mujer de aproximadamente veintiún años, que vivía junto a su hermana de ocho en la parte más alejada de la zona, era la última casa antes de salir al desierto.

En un inicio, todos tratábamos de evitar la zona, cruzando solo si era extremadamente necesario. Todos tratábamos de hablar en un tono bajo, los juegos hasta altas hora de la noche se acabaron, y la gente comenzó a permanecer en sus casas, sin querer salir.

Hasta que llegó ese día.

Tan solo un mes después de que ellas llegaron a la zona sur, ocurrió un ataque del ejército, por lo que todos las culpamos. No había otra razón para que el ejército nos invadiera, no habíamos hecho nada en su contra.

El asalto dejóa tres personas con heridas de un tamaño considerable, pero no mortales.

Nosotros, los Peones, teníamos completamente restringido el acceso al hospital cercano, destinado solo a nuestra clase. El estado siempre había dicho que ese lugar solo atendería nacimientos y uno que otro herido, si tenía el dinero suficiente.

Nos explotaban.

Los tres estában acostados sobre el suelo de una casa que funcionaba como clínica, atendida por una de nosotros. Todos en el lugar la conocíamos como “la Doc”, ya que nunca reveló su verdadero nombre.

Ella era muy cariñosa con todos sus pacientes, y siempre había logrado que se mejoraran o recuperaran, éra nuestra última esperanza.

Tras intensas horas de cuidados, ningúno de los tres mostró una mejoría, todos estábamos perdiendo nuestras esperanzas. Los tres hombres morirían a la mañana siguiente.

Yo estaba en el interior de la clínica cuando escuché un disturbio justo afuera de la clínica. Todos salimos a observar qué pasaba, y ahí, justo frente a nosotros, se encontraba la mayor de hermanas que habían llegado recientemente. Tenía un pelo largo de color negro atado en una cola, unos ojos de color café claro, su rostro era redondo. Tenía un cuerpo balanceado, además de ser alta, según nuestro estándar.

Verla ahí parada hizo que me hirviera la sangre, parecía que todos reaccionaban igual que yo.

–¿¡Qué haces aquí!?

–¿¡Has venido para acabar con ellos!?

–¿¡Quién te ha enviado!?

–¡Responde!

Ella se mantenía en silencio sin importarle lo que le decían. Ella avanzaba firmemente hacia la cabaña. Yo corrí hacia el interior y tomé un cuchillo. Tenia la intención de defender a los tres heridos a toda costa.

–¿¡Qué es lo que quieres!?

Avanzó hasta estar a unos metros de la puerta, y, contrario a lo que todos esperaban, se postró, colocando una rodilla en el suelo, como si pidiese algo.

–¿Al fin conoces tu lugar?

–¿Acaso vienes a disculparte por lo que hiciste?

–¡Todo esto es tu culpa!

Algo me decía que era inocente.

–¡No tienes nada que hacer aquí!

Ella solo guardaba silencio. Es en ese momento, mientras estaba arrodillada con la cabeza hacia abajo, que uno de nosotros lanzó el primer golpe. Una patada directo a su rostro.

Debido a la fuerza del golpe, ella cayó al suelo mientras tomaba su nariz, de la cual brotaba sangre. Sin duda estaba rota. Se lo merecía.

–¿Te crees especial solo por tu pieza?

Otra patada, esta impactó de lleno en el costado de la chica. Ella solo se retorció.

–¡No deberías mirarnos hacía abajo! ¡Todos ustedes son iguales!

Otro golpe en el rostro. Ella trataba desesperadamente de cubrirse el rostro para evitar más golpes.

–Acábenla.

Cuando alguien dio esa orden, todas las personas presentes comenzaron a golpearla. Decenas de patadas eran impactadas contra su cuerpo, al mismo tiempo que unas cuantas rocas fueron lanzadas contra ella. Sin duda, estában furiosos, por lo que querían desquitarse con alguien. Estaban completamente cegados.



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En el texto hay: clasessociales, combates, apuestas

Editado: 16.08.2020

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