Era el interior de una habitación completamente oscura.
En medio de tal penumbra, había una silla con una persona atada a ella. Se podía ver demacrada, como si tuviese mucho tiempo encerrada sin ver la luz del sol alguna vez. Era una mujer de aproximadamente veintitrés años de edad. Sus rasgos eran imposibles de notar debido a la escasa iluminación.
Ella estaba sentada, completamente en silencio, mientras su cabeza estaba agachada. El cabello caía por delante de su cabeza, ocultando su rostro de todos. Con sus pies, ocasionalmente marcaba un pequeño tic tac con su pie derecho.
—He estado en esta habitación por mucho tiempo. ¿Cuántos años han pasado?
La chica mantenía sus pensamientos distantes. Ella había terminado aquí gracias a cierta persona, él había tratado de protegerla a toda costa, sin importar lo que le pudiese suceder.
—¿Podré alguna vez volver a verlo?
Ella deseaba esto con todo su corazón.
Desde que nació, había sido perseguida por el simple hecho de portar una pieza diferente a la normal, había un Rey en su cuello, y no era cualquier Rey, sino el llamado Rey Blanco, una de las dos piezas más fuertes en el mundo. Ella no tardó mucho tiempo en enterarse de esto. Huyó de casa al encontrar a sus padres planeando entregar a su hija al ejército mientras ella estaba dormida, para así evitar problemas futuros. Si hasta su familia la había vendido, qué esperaba de los demás.
Ella solo tenía una idea en su mente, reencontrarse con el que había sido su amor hasta antes de que fuese capturada hace tiempo.
La vista de la chica se había adaptado por completo a la oscuridad de su entorno. No había visto la luz del sol en mucho tiempo, un escaso rayo de luz se reflejaba en la pared cuando la puerta de la habitación era abierta para alimentarla. No era una vida agradable.
Estaba sumergida en sus pensamientos cuando, de pronto, la puerta se abrió de par en par, dejando entrar un rayo de luz a la habitación, iluminando la silla donde la chica estaba sentada, revelando sus rasgos físicos y mostrando su verdadero estado.
Su cabello era de color completamente blanco, manchado en partes con un fuerte rojo, este caía cubriendo su rostro. Sus ropas blancas estaban rasgadas, salpicadas con manchas hechas por sangre seca. La silla donde estaba sentada también tenía rastros de sangre por algunas partes. Se podían observar múltiples cicatrices en los brazos y piernas de la chica.
Un hombre entra a la habitación vestido con un traje de diseñador de un color negro con un pañuelo rojo, seguido de una mujer arropada con un vestido largo de noche de color rojo, el cual arrastraba por el suelo. Su apariencia no era tan diferente. Su cabello y ojos eran del mismo color que su ropa, haciendo contraste con su piel clara. Su figura estaba muy bien formada, no tenía prominentes curvas, pero sí las necesarias para hacer caer a cualquier hombre. Podemos resumir que tiene una apariencia madura.
–Mira qué tenemos aquí.
El hombre da un paso adelante y se acerca a la chica, mientras sostiene un puro entre sus dedos, le da una bocanada y le suelta el humo en la cara, como si se burlara.
–Parece una buena ganga.
Acerca su mano vacía y toma el rostro de la chica, levantándola para poder ver sus facciones. Ella se ve demacrada, sus ojos color esmeralda se veían apagados, como si no tuviese ganas de vivir ya. Supongo que sería una buena idea matarla en este lugar.
—No vale nada en este estado.
Los pensamientos del hombre eran retorcidos. Él solo la miraba como si fuese un simple objeto.
—Supongo que ese es el trato que reciben los que desobedecen los deseos de los altos mandos.
–John, ¿puedes dejarla en paz? Recuerda lo que vinimos a hacer.
¿Dónde se ha escuchado antes ese nombre?
Claro, se trata del Sargento John. Su canosa cabeza denota su avanzada edad, la cual ronda cerca de los sesenta. Tiene un cuerpo atlético, por lo que puede moverse con suma facilidad sin tomar en cuenta su edad. Sus ojos oscuros no se despegan de la chica sobre la silla.
–Supongo que no se puede evitar.
Su voz sonaba grave. Tomó otra bocanada de su puro y se dio la vuelta, dándole la espalda a la chica mientras avanzaba hacia la salida.
–Supongo que es tu turno. Hazlo mejor que la vez anterior.
–Lo sé.
–Ellos cuentan contigo, Elymar.
El objetivo de ambos era tratar de convencerla de trabajar con ellos. Lo único que le pedían era que, en caso de ganar el Juego que se aproximaba, deseara lo que los altos mandos le dijesen, a cambio, ella viviría sin problemas junto a los hombres, o mujeres, que ella quisiera. Era la última oferta para lograr convencerla.
Las otras ocasiones no habían resultado, ya que no se había podido llegar a un acuerdo, pero esta vez sería diferente. Ahora traían una nueva propuesta.
Después de cierto tiempo, ella comenzó a decir que quería volver a ver a alguien, por lo que se dio a la tarea de encontrar a esa persona para asegurar la participación de la chica. Pero la sorpresa ocurrió cuando, al investigar a ese chico, descubrieron que era el Rey que les faltaba. El llamado Rey Negro.