P E Ó N [ #2 - Los Gobernantes ]

Capítulo V

Me presento, soy Amelie Lauz.

Nací en un territorio cerca de lo que antiguamente fue Polonia, en una ciudad que no recuerdo el nombre, el mapa mundial no ha sufrido grandes cambios en los últimos mil años.

No recuerdo perfectamente el nombre de mis padres, pero tampoco es un dato necesario para mí. Desde el día en que nací, mi destino estaba decidido, es una de las pesadillas de ser un Rey.

Quien diga que quiere ser uno de nosotros, ha perdido la cabeza completamente.

Viví con mis padres hasta la edad de ocho años.

Recuerdo que fue una tarde cuando los escuché hablando en la cocina. Se suponía que yo llegaría hasta en la noche, pero quise sorprenderlos adelantándome. Puedo decir que es una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida.

–¿Estás segura de esto?

Recorrí el pasillo que conducía desde la puerta hasta la cocina lentamente.

–Estoy segura, esa niña no nos dejará nada bueno. Es mejor dársela a los militares por las buenas.

Era una inocente niña de ocho años que quería sorprender a sus padres para verlos felices. Quería verlos sonreír. Desde que obtuve conciencia, no recordaba que ellos me hubiesen sonreído una sola vez, parecían repudiarme con solo verme.

Me odiaban.

Me apartaban de todos.

No soportaban estar en la misma habitación que yo. Si teníamos invitados, me encerraban hasta que se fueran, lo cual sucedía hasta después de cinco o seis horas, por lo que quedarme sin comer era algo completamente normal.

Por esos motivos, crecí más lento que las chicas que vivían cerca de mí, ese era uno de los motivos por los que mis padres me odiaban, solo porque no era igual al resto.

Era obvio que no lo era, estaba destinada a ser mejor que los demás.

Hubiese muerto de no ser por un chico de mi edad que ya no recuerdo perfectamente su nombre, que ansiaba ser Rey cuando creciera, pobre iluso. Él sacaba comida a escondidas de su hogar y las llevaba hasta mi ventana. Mis padres nunca descubrieron esto, ya que estaban ocupados evitándome.

Todo cambió ese día.

–No quiero a esa niña en esta casa. ¡La odio!

En ese momento, abrí la puerta de la cocina y encontré a mis padres discutiendo. Ellos no se percataron de mi presencia y siguieron gritando. Mi madre estaba con las manos en la cabeza mientras se movía de un lado a otro.

–¿¡Ya hablaste con ellos!? –Mi padre había perdido completamente la cabeza.

–Dijeron que hoy llegarán. Esta noche esa chica desaparecerá.

¿Qué?

Yo estaba parada frente a ellos, escuchando lo que decían de mi. Parecían completamente cambiados. ¿Qué estaba sucediendo?

Ellos habían mencionado al ejército, ¿qué tienen ellos que ver en esto? Además, ¿por qué llegarían hoy en la noche? Esa era la hora en que yo debería de volver a casa.

Eran muchas preguntas para la mente infantil de una niña de ocho años, por lo que no comprendía perfectamente lo que querían decir. Seguía parada, invisible, sin que ninguno de los siquiera volteara hacia mi lugar. De verdad me ignoraban.

Yo me di la vuelta y regresé por todo el pasillo. Frente a la puerta de la casa, estaban las escaleras para ir hacia el segundo piso. Subí saltando de dos a tres peldaños a la vez, llegando rápidamente al piso superior. Frente a mí, estaba la puerta del cuarto de mis padres, justo a un lado, estaba el baño.

A la izquierda estaba un pasillo que se extendía por unos pocos metros. En el fondo de este estaba una única puerta de color negro, con un candado abierto colgado sobre un pasador de hierro. Ese era mi cuarto.

Abrí la puerta y entré a mi habitación, estaba casi completamente oscura, esta medía poco más de dos metros por lado.

Solo había una pequeña cama sobre el suelo, un clóset con toda mi ropa, la cual no era mucha, una pequeña mesa al lado de la cama y una ventana pequeña, de casi la mitad de mi tamaño, ubicada en la pared frontal. Las paredes estaban pintadas de un color oscuro para evitar que la luz del sol iluminase el interior. Había algunas manchas de color tinto por todo el lugar.

Esto era a lo que yo llamaba hogar.

Los rayos anaranjados del sol pasaban por la ventana, iluminando la cama y la mesa ubicados junto a ella. No había ningún solo espejo en este lugar, por lo que no conocía mi apariencia física, tan solo el color de mi cabello, blanco.

Caminé hasta mi cama y me senté sobre ella, posando mi mirada perdida en la escena visible desde la ventana. Aún estaba impactada por lo que mis padres me habían dicho.

Mi destino estaba elegido, ni siquiera tenía poder sobre mi propio futuro.

Ellos llamaron al ejército, ¿verdad? Ya no me necesitan, así que, se desharán de mí. He oído que toda persona que no funcione en la sociedad es desechada sin darle derecho a nada, tal vez ese sería mi futuro, no podía permitirlo.

Si no me gusta lo que viene, puedo cambiarlo, ¿no es así?



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En el texto hay: combates, clases sociales, pasadostristes

Editado: 25.09.2020

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