P E Ó N [ #2 - Los Gobernantes ]

Capítulo XI

Lo siguiente que supe cuando recuperé la conciencia es que estaba acostada a la orilla del lago. No podía ver al chico por ningún lado, supongo que era un mal sueño.

Recordé que estaba desnuda y me apresuré a buscar mi ropa. Es en ese momento que él apareció de nuevo.

–Oye, no te muevas. Aún estás débil.

Oh. ¿Esto se repetirá? ¿Qué clase de broma es esta? ¿De verdad no me dejarás en paz? Maldito destino.

El chico se aproximó a mí mientras traía algo en sus manos, similar a una bandeja, no podía ver qué contenía exactamente por la diferencia entre nuestras posturas. Él caminó hasta estar a pocos pasos y dejó lo que llevaba en el suelo, estaba llena de frutos que se daban cerca de la cabaña, los cuales estaba acostumbrada a comer.

—¿Qué demonios estás pensando?

Parecía que mi vida era un bucle. Un chico salvandome cuando estoy a punto de morir por falta de aire, ¿qué pasa con ese desarrollo de la historia?

–Tranquila, sobreviviste gracias a tu perla. No deberías de hacer cosas tan peligrosas como nadar en las profundidades sin dominarla.

¿Eh? ¿Por qué mencionó la perla en un momento como este? No, ¿cómo sabía de su existencia? ¿Me había estado espiando todo este tiempo?

Me levanté de golpe y tomé mi daga, al mismo tiempo que trataba de cubrirme el cuerpo lo más que pudiera.

–¿Qué estás haciendo? ¿Por qué te comportas como si estuvieras desnuda?

Volteé a ver mi cuerpo, estaba completamente vestida. ¿Acaso lo hizo él? No, no puedo soportar algo así. Eso quiere decir que ya me conoce perfectamente, ¿qué debería hacer en estos casos?

–T-te harás cargo de lo que hicist-te –murmuré.

Él no alcanzó a escuchar, por lo que se acercó a mi.

–Este, ¿qué dijiste?

–¡Qué te harás cargo de lo que hiciste! Ahora que me viste completamente desnuda, no tengo más opción que casarme contigo. Aunque eso no me molestaría.

La última parte la dije con vergüenza. No era mentira que no tenía más opción que casarme con él, creo que toda esa literatura antigua me está afectando un poco.

–Perdón, ¿qué dijiste?

–¡Nada!

Me estaba enojando, así que tomé la daga y traté de golpearlo, pero fui bloqueada. Se supone que esta arma es imposible de detener, ya que atraviesa cualquier material existente en este mundo.

–Oye, eso es peligroso.

El chico había extendido una espada de un brillante color dorado, con la cual había detenido mi daga con suma facilidad. Aún si detuviera mi arma, la fuerza que tengo no es fácilmente replicable por una rutina de ejercicio. Él no tenía un cuerpo sumamente formado, eso era fácil de saber. Solo tenía una bufanda en la parte de arriba de su cuerpo, por lo que su torso estaba al descubierto. Traía puesto el antifaz de nuevo, por lo que no podía ver hacia dónde se dirigían sus ojos. Era vital para poder determinar su próximo movimiento.

Se veia apuesto.

–¿Cómo puedes detener mi arma?

–Oh, eso es sencillo. El sorprendido debería ser yo, al encontrar a una segunda portadora.

–¿Portadora?

–Sí, déjame enseñarte.

Él bajó su espada y retiró su bufanda, dejando al descubierto su cuello, en el cual colgaba un collar de forma peculiar con una esfera dorada atada a una cadena del mismo color.

Llevó su mano a la esfera y la desmontó del collar, dejando la cadena en su cuello. Luego, la extendió hacia mi al mismo tiempo que la hoja de su espada desaparecía.

–Esta es la perla de la Tercera. La conseguí hace tiempo de un tipo de cabello blanco, pero no he logrado dominarla completamente. Además, por el armamento, puedo decir que la tuya es la Quinta.

¿Esto es verdad? Según lo que me había dicho Vanessa, la perla de la Tercera era la que yo portaba. No puede ser eso posible. Recuerdo perfectamente que la Tercera solo portaba un par de dagas, y la Sexta era la que portaba una espada. No hay error con los libros de historia antigua.

–Todo está equivocado, se alteraron los registros después de un tiempo. La verdad es que el armamento de la Tercera era multiusos, ya que posee espada, daga y arco, mientras que la Quinta solo poseía una daga de hoja larga. La Sexta poseía el par de dagas cortas.

¿Eso es verdad?

–Yo, no puedo confiar en ti.

No sabía si él conocía mi secreto. Si lo llegase a conocer, tendría que matarlo por mi propio bien, sin importar lo que sienta. Él pareció entender el punto, por lo que devolvió la esfera a su lugar, luego, se acercó a mi. Me puse nerviosa.

–¿Q-qué vas a hacer?

–Supongo que central estaba en lo correcto al decir que aquí había un Rey.

Se acercó tanto que me susurró al oído. Sus palabras me habían dejado helada, lo sabía, tenía que eliminarlo sin importar nada.

–Descuida, no tengo por qué revelar tu secreto, de hecho, creo que puedo confiarte el mio.



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En el texto hay: combates, clases sociales, pasadostristes

Editado: 25.09.2020

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