Paabanc, leyendas de la nueva Guatemala

La leyenda de Nayo Capero

Título: las chancletas de Nayo Capero

Biografía del compositor

Nombre: Guillermo de León Ruiz

Lugar y fecha de nacimiento: Coatepeque, Quetzaltenango, 10 de febrero de 1946, Ciudad de Guatemala, 7 de octubre de 2023

Introducción.

Hay historias extraordinarias que, conforme pasan los años, el folklore popular las rodea de elementos fantásticos hasta convertirlas en leyendas urbanas. Este fue el caso de don Bernardo Vicente Varillas; en torno a él se entretejieron toda clase de especulaciones y explicaciones imposibles de creer para la mente racional, pero muy posibles para las supersticiones de la época en la que le tocó vivir. Posterior a eso, el compositor de piezas musicales para marimba, Guillermo de León Ruiz, inmortalizó a don Bernardo en la pieza musical llamada “Las chancletas de Nayo Capero”.

En cuanto a lo que están a punto de leer, se tomó la decisión de usar un lenguaje popular y coloquial para no perder el sentido de las expresiones utilizadas comúnmente y también para dar a conocer las costumbres y modismos guatemaltecos.

Se ha agregado un glosario en la parte final para mejorar el entendimiento y facilitar su lectura.

***

Bernardo era su nombre de pila, pero la gente de la colonia lo conocía como Nayo Capero. Su familia se dedicaba a hacer capas para los santos de la catedral de Jocotenango, de ahí el sobrenombre de “Capero”. De allá provenían, aunque él nació y creció en un barrio marginal de la zona diez y ocho: una colonia llamada “El Limón”. Las calles demasiado estrechas se prestaban fácilmente para cometer todo tipo de ilícitos. Me faltaba decir que aquella colonia era en especial peligrosa, ya que a modo de isla, estaba rodeada de barrancos por donde ingresaban y huían los malhechores. Nayito nunca tuvo problemas con nadie, la mayoría lo conocía y lo apreciaba. No era para menos, con sus sesenta y cinco años encima, la delincuencia era una de las cosas que menos le importaba.

Aparte de su personalidad, que no era acorde a su edad, se le conocía también por tener su casa siempre impecable. Vivía solo desde que sus hijos se habían casado algunos años atrás. Todos los días salía a las cinco de la mañana a barrer el patio de su casa y la calle. Se tomaba un tiempo extenso para regar y podar las rosas las cuales eran su orgullo.

Por las tardes, don Nayo se bañaba, se perfumaba, se calzaba las chancletas, las cuales desentonaban con la camisa y el pantalón perfectamente planchados, y salía a la calle en su bicicleta a enamorar a las muchachas de las tortillerías, entre ellas le decían el patojo.

—Ay, usted, cómo molesta, hágase para allá. Me van a regañar por su culpa.

—Mire, pues, yo le digo algo; los muchachos de ahora no saben ni cómo tratar a una muchacha tan guapa como usted —les decía don Nayo al oído, mientras trataba de tomarlas por la cintura. Entre risitas coquetas, ellas iban cediendo, hasta que el pícaro viejito se salía con la suya.

Parecía nunca quedar conforme con las muchachas que se cruzaban en su camino y siempre andaba buscando una nueva. Si podía complacerlas sexualmente o no, sólo ellas y él lo sabían. Lo cierto es que siempre se le veía enamorando a una muchacha distinta.

En una de tantas ocasiones se encontró en la esquina a Chebo, su amigo de la infancia.

—¿A dónde vas tan arregladito, vos?, parecés patojo —le dijo Chebo mientras le palmeaba la espalda.

—Ahí, mira, a ver a una mi traidita que me conseguí hace poco —dijo, mientras se detenía para platicar un rato. Además, era temprano y todavía no habían terminado las tortilleras sus quehaceres, así que tenía tiempo aún.

—A la gran puerca, vos no te conformás con nada. Si la Adela, aquella con la que andabas la otra vez, estaba chula. ¿Qué, ya no te dio nada? Y mirá que esa era pura güira.

Don Nayo se rio mientras se sobaba los bigotes con ojos soñadores.

—Vos sabés que para gato viejo, ratón tierno. Pero fijate, vos, que no sé. Sí, estaba bonita, pero como que había algo que no mucho me gustaba, pero no sabría decirte qué.

—Lo que vos necesitás es una como la Lupe. ¿Te acordás de ella, verdad? La hija de doña Tencha. Tenía su tiendita en aquella casa de la esquina, mirá —Chebo señaló una casa ya en ruinas, con los vidrios de las ventanas quebrados y la puerta profanada.

En su fachada había grafitis con distintas consignas y dibujos, sin faltar el clásico: “hueco el que no lea”.

—De doña Tencha me acuerdo, pero de la Lupe casi no, con eso que ni la dejaban salir. De lo que sí me enteré es que ahí pasaban cosas bien raras. Así decían, pero ya sabés que la gente es bien chismosa y habla cosas que no son.

—A decir verdad, saber cómo murió, porque la familia no quiso decir ni una sola palabra. Sólo una que otra señora fue al velorio con el pretexto de ir a rezar el rosario, pero más iban por enterarse cómo había muerto la patoja. Yo una vez me eché mis tragos y pasé como a la tres de la mañana por ahí. Medio me acuerdo de que por debajo de la puerta salía un humo espeso pero blanco, blanco. Por los vidrios de las ventanas se miraba como que se estuviera incendiando todo por dentro. Yo me asusté y pensé en ir a buscar ayuda, pero en ese momento un grito bien feo y largo me dejó quieto. Se me pararon los pelitos de los brazos y sentí la cabezona como que fuera de plomo.

—Eso fue por la gran soca que traías encima, ja, ja, ja —bromeó Nayo Capero.

—No, en serio. Así me dijeron todos. Hasta yo terminé por creer que todo había sido por los tragos. Pero puedo asegurarte que sí lo vi. La cosa es que la Lupe sí te hubiera dejado con la trompa abierta. Vieras que piernazas tenía. Yo una vez, por casualidad, fue que la vi cuando su mamá iba saliendo y ella la despidió en la puerta. Cando me vio, se entró rapidito.

—Escuché rumores, pero nunca tuve la suerte de poder platicar con ella, ni siquiera me la topé de frente. Lástima que ya no está, ¿verdad?



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En el texto hay: leyendas, relatos, terror magico

Editado: 23.09.2024

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