Paabanc, leyendas de la nueva Guatemala

Mundo

Título: El chuj (el loco)

Biografía del compositor

Nombre: Belarmino Molina

Lugar y fecha de nacimiento: San Juan Sacatepéquez, 21 de mayo de 1879 - Guatemala, 24 de mayo de 1950

¿Quién le pone nombre a los indigentes, a los locos, a los parias sin hogar? Nadie lo sabe. Es como si un día de tantos el pueblo despertara con el nombre en mente y les comenzara a llamar así a un mismo tiempo. A él se le asignó “Mundo”.

Mundo era chaparrito, de piel tostada. Siempre andaba descalzo. Acostumbraba a usar una delgada camisa raída y pantalones de tela de un color indeterminado. Exhibía en su desdentada boca la sonrisa inocente de la inconsciencia. Era inofensivo en apariencia, aunque no del todo. A veces se ponía agresivo y corría a la gente, pero no eran muy comunes esos arrebatos.

En aquella época mi hermano tendría unos diez años y yo tres menos. Para ir al mercado, entrando por la calle de la parroquia San Cristóbal, frente a la ceiba de Palín, pasábamos frente a la tienda “Betty” o “donde Topsi”, como era mejor conocida. Mi mamá aprovechó para pasar a comprar algo y mientras ella platicaba con “Topsi”, el robusto tendero, mi hermano y yo nos entreteníamos jugando. De un momento a otro, entró Mundo. Nadie se dio cuenta hasta cuando mi hermano gritó.

—¡Mundo, dejá al niño! —lo reprendió mi mamá —¡Ah, vas a ver, cabrón!

—Na, na, naaa —fue la única respuesta de Mundo, riendo mientras se alejaba.

El tendero hizo uso de todas sus fuerzas para levantarse. Tomó impulso y movió sus más de doscientas libras para enterarse de lo sucedido.

—¿¡Qué pasó!?

—El Mundo le estaba chupando la mano al niño.

—Tenga cuidado porque ese hace ojo y el ojo de los locos es bien fuerte.

Mundo no era loco, ahora lo sé, sólo tenía síndrome de Down. Pero sí tenía la fama de hacer ojo. Como mi mamá no creía en eso, se limitó a limpiarle las babas del brazo a mi hermano y, despidiéndose de Topsi, prosiguió su camino.

Esa misma noche mi hermano se enfermó. Le dio diarrea, calentura y no dejaba de llorar. Mi mamá había hecho de todo. Le dio un tecito de manzanilla con pericón, pero no funcionó. Probó después con Alka-Seltzer, unas pastillas. Nada. No mostraba mejoría.

—¿Qué le haría mal? —interrogó mi abuelita.

—¿No sé, mama?

—Algo le diste de comer cuando fueron al mercado de seguro.

—No, mama, de verdad. El niño no comió nada.

—¿Y por qué está así? Mirá, ningún remedio le ha hecho. Es para que ya se hubiera mejorado, pero no.

Como si se le hubiera pasado por alto, mi mamá le contó a mi abuela el percance con Mundo.

—¿Y le chupó la mano?

—Sí.

—Peor todavía. El ojo de Mundo es bien fuerte. Si no lo sacamos rápido, se nos muere.

—Ay no, ni Dios lo mande, mama.

—En cuanto amanezca, nos vamos para Escuintla a donde doña Mary. Ojalá y ella lo cure.

Tal y como lo planearon, en cuanto dieron las cinco y comenzaron a circular los autobuses del transporte “Esmeralda”, nos levantaron y nos fuimos a donde doña Mari. A mí siempre me dio miedo aquel lugar. Olía a mejunjes de hierbas, a ruda, a siete machos, no sé bien, pero eran olores poco agradables. Por no hablar de las imágenes pintadas en las paredes, las cuales le daban a uno la bienvenida.

El olor a flores, esparcidas en jarrones frente a santos de todo tipo y el ambiente tétrico en el corredor obscuro que servía de entrada al lugar en donde hacía las limpias, siempre me pareció una entrada a otro mundo, a una dimensión paralela en donde todo era posible.

Mi mamá entró cargando a mi hermano totalmente flácido, con los ojos en blanco. Luego de poner al corriente de lo acontecido a doña Mari, ésta los hizo pasar de inmediato. Yo me quedé afuera con mi abuela por indicación de la curandera. Pero recuerdo bien cómo murmuraban unas oraciones adentro. Luego, comenzó a salir un humo espeso con un fuerte olor de alguna hierva. A mí me ardía la garganta. Comencé a toser. Tenía miedo, no sólo por el ambiente, sino por mi hermano, pues no parecía dar signos de vida. Conforme se fueron intensificando los rituales y las oraciones, también lo hacía el olor.

De un momento a otro, mi hermano se soltó en llanto como un recién nacido lo haría al recibir la primera bocanada de aire. Y literalmente volvió la vida. Doña Mari lo había curado de ojo. Mi mamá, quien antes no creía, terminó aceptando que así como existe el bien, existe el mal también.

Después de eso siempre nos llevaba con una pulsera roja con un ojo de venado, como se le conocía a aquella semilla, para evitar el mal de ojo.

—El mal de ojo de bolo y de loco es de los más malos —decía mi abuela —. Este muchachito —continuaba, señalando a mi hermano cuando le contaba a alguien la historia — de puro milagro lo está contando.

Por si las dudas, yo también continué con esa tradición cuando nació mi hija. Desde recién nacida la llevaba con su pulsera roja y el ojo de venado en la muñeca, pues algunos niños, según decían, no tenían la suerte de sobrevivir.

¿Qué tan cierto es lo del mal de ojo?, no sé, pero mi hermano en esa ocasión llegó medio muerto y la curandera lo reanimó pasándole unos huevos de gallina de rancho y unas pimientas envueltas en un trapo rojo, las cuales quemó después en un brasero.

Esto nadie me lo contó, yo lo vi con mis propios ojos. ¿Te acordás, Juancho?



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En el texto hay: leyendas, relatos, terror magico

Editado: 23.09.2024

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