Título: Tristezas Quetzaltecas
Biografía del compositor
Nombre: Víctor Wotzbeli Aguilar
Lugar y fecha de nacimiento: Huehuetenango, 14 de Julio de 1987 - Quetzaltenango, 4 de julio de 1940.
Acab, como iniciales en cada letra individual, el nombre de su padre, englobarían hoy en día plenamente su forma de pensar, solo cambiando a los guardianes de la ley por cristianos.
Sí, los conquistadores traían, aparte de muerte, esclavitud y miseria, ese credo apócrifo con ellos. Kayb’il B’alam no lo aprobaría nunca; no, él seguiría con la tradición de su pueblo a toda costa. Por algo había vencido en agilidad, velocidad, fuerza y destreza a los mejores guerreros del pueblo mam, como un auténtico jaguar, haciéndose merecedor del nombre, el cual significaba “el que tiene la fuerza y astucia de dos jaguares”. Pero luego de la traición despechada de su antigua compañera Xicail, huyó con ciento veinte de sus mejores guerreros a la sierra de Los Cuchumatanes para preparar un nuevo golpe a los invasores.
Habían pasado algunos años ya desde ese día cuando dejó su amada tierra. Ahora Kayb’il B’alam y sus hombres vivían en la selva. Por más intentos de los españoles por cercarlo, siempre se escapaba de una u otra forma burlando todo tipo de artilugios utilizados en su contra. No eran pocas las bajas provocadas por sus tropas. Los españoles consideraban una misión suicida tratar de darle caza dentro de la espesura de la sierra que ahora era su hogar y la cual conocía a la perfección.
Aquel era, quizá, uno de los últimos intentos de los extranjeros. Si fallaban, estaban dispuestos a aceptar su incompetencia dentro del ambiente selvático tan hostil para ellos.
Pasaron varios días sin apenas moverse, tumbados en la hierba espesa, esperando. Sus escopetas apuntaban fijas a pesar de ser atacados ocasionalmente por hormigas, escarabajos, ronrones o alguna culebra que pasaba si no sobre ellos, sí los suficientemente cerca como para poner nervioso a cualquiera. Pero la ambición por conseguir el galardón de haber atrapado a tan magnífico guerrero bien valía la pena el esfuerzo.
Escucharon unas pisadas algodonadas en las hojas. La hierba crujía magnificado su sonido por la quietud nocturna. Las astillas plateadas de la luz de la luna llena se clavaban en el suelo filtradas por entre las copas de los árboles. El soldado más próximo al lugar de donde provenían las pisadas alertó a su tropa, compuesta de doce hombres camuflados, con el sonido débil de una lechuza tres veces. Lo dejó pasar sin que el guerrero mam lo notara para atacar en el momento de tenerlo rodeado completamente.
Nunca nadie había estado tan cerca de él. Por primera vez veían al gran Kayb’il B’alam en todo su esplendor: su piel de ébano relucía con un brillo marrón opaco. Su rostro de expresión dura estaba coronado por un hermoso tocado verde de plumas de “rajil”, la serpiente emplumada. De sus orejas perforadas colgaban adornos de jade verde y pulido y en su cuello llevaba varios collares con hermosas figuras de animales elaboradas en jade azul. Sus pies descalzos pisaban como almohadillas de jaguar, suave, delicado, pero a la vez ágil.
La orden era llevarlo vivo o muerto, pero les era más útil con vida para manipular a los otros guerreros dispersos por toda la sierra de Los Cuchumatanes. Uno de los soldados se paró con agilidad sin dejar de apuntarle. Sabía de lo inútil de las palabras, pues apenas se entendían más que con las armas.
Kayb’il B’alam se detuvo. Lo observó a los ojos. Un latigazo de terror castigó al soldado al encontrarse con sus fríos ojos felinos. Y como una auténtica fiera, mostró los dientes mientras rugía como un jaguar. Según contó el único sobreviviente después de recuperarse, aquel rugido no había sido como una amenaza, sino un llamado, como comprobaron en seguida.
De detrás de los árboles, de la hierba, de todos lados, surgieron varios pares de orejas pardas y puntiagudas. Antes de que alguno de los soldados pudiera disparar sus armas, la jauría atacó con brutal fiereza desgarrando las armaduras como ropa podrida. Aquello no fue una lucha, sino una masacre.
Luego del testimonio del sobreviviente, se decidió dejar al hombre jaguar, como lo bautizaron en castellano, reinar en aquella impenetrable selva. Y por muchos años los intentos de asentar poblaciones de extranjeros en el área resultaron imposibles, pues eran arrasados en la noche, consumidos por la furia de Kayb’il B’alam quien desde ese día se hizo inmortal para seguir cuidando su amada selva, manteniéndola intacta sin que las plantas extranjeras profanaran su virginidad.