Título: Hermano Pedro
Biografía del compositor
Nombre: Sin datos
Lugar y fecha de nacimiento: Sin datos
Allá por el año mil seiscientos cincuenta y siete, en el camino que llevaba del templo “El calvario”, en la Antigua Guatemala, a la romería de la Inmaculada Concepción de María, el hermano Pedro se encontró a un mendigo en muy malas condiciones implorando por algo para comer.
El religioso, sin pensarlo dos veces, se detuvo a compartir su única ración de agua y comida con el necesitado. Éste, como pago por el favor recibido, le ofreció un humilde regalo: una ramita con hermosas flores blancas la cual llevó consigo.
A su regreso, cortó las flores y se las ofreció en el altar a la imagen de la Virgen de los Dolores, luego sembró la ramita en el jardín de la Ermita del Santo Calvario. Cuidó del tallito regándolo todos los días, abonándolo hasta que se convirtió en un enorme árbol de Esquisúchil al cual se le conoció como “El árbol del hermano Pedro”. La historia se hizo conocida y a pesar del tiempo, la gente continuó llevando ramitas del árbol a su casa, consagradas en el altar, como un símbolo de su religiosidad.
Corrían los años setenta cuando doña Locha, siguiendo la tradición, visitó la antigua Guatemala y aprovechó para visitar la iglesia “El Calvario”. Se acercó con parsimonia al altar, se arrodilló y se persignó. Según contaba ella misma tiempo después de lo sucedido, cuando terminó de rezar, tomó una ramita del altar y sintió en seguida un dulce olor que si bien podría identificar de nuevo si volviera a sentirlo, no sabría describir con precisión, pero le hizo sentir una enorme paz infinita.
Al llegar a su casa, ubicada en la colonia Justo Rufino Barrios en la actual zona veintiuno de la ciudad capital, antes zona doce, sembró la ramita como lo hiciera tiempo atrás el hermano Pedro. De igual forma, el resultado de los cuidados proporcionados durante varios años, fue un árbol de Esquisúchil el cual dio hermosas flores blancas que cuando caían, daban la apariencia de nieve cubriendo el suelo de su patio. Aquel arbolito era el orgullo de doña Locha. Y cuando era temporada, aprovechaba para perfumar su casa con el suave y delicado aroma de las florecillas blancas.
Pues bien, en una ocasión tuvo una emergencia familiar y viajó de inmediato a oriente, donde tenía familia y a falta de quien se quedara en casa, se la encomendó al árbol al cual ella llamaba, como todo mundo, el árbol del hermano Pedro.
—Mirá —le dijo, como si le susurrara a una persona consciente —, ahí te dejo encargada mi casa. No tengo muchas cosas, pero las pocas que tengo bien me sirven. No permitás a ningún intruso, por favor.
Acto seguido, hizo sus maletas y se marchó.
A su regreso todo estaba tal y como lo dejó. Con una sonrisa, doña locha le dio unas palmaditas al árbol sin imaginar la peculiar historia de la cual se enteraría posteriormente.
—¡Doña Locha, doña Locha!
—¿Qué pasa Marquitos?
Su vecino la había visto entrar y en seguida quiso contarle aquellos maravillosos acontecimientos.
—Fíjese, doña Locha, que pasó algo mientras usted no estaba.
—No me asustés, Marquitos. ¿Todo está bien? ¿Tu mamá y tu papá están bien?
—Sí, sí. Pero aquí en su casa pasó algo.
—Pero qué pudo haber pasado si yo veo todo exactamente como lo dejé. Pero tranquilizate, te voy a hacer un tecito y me contás qué pasó.
Y mientras preparaba un delicioso té, Marquitos trataba de controlar sus ansias y ordenaba sus ideas para contar aquellos singulares sucesos:
En esa ocasión Marquitos se encontraba leyendo en la sala de su casa, la cual estaba frente a la de doña Locha. Él no sabía de su partida a oriente, pero se le hizo raro no ver luz prendida por la noche.
Como a eso de las tres de la madrugada vio a un hombre sospechoso rondado. Dejó por un momento su lectura, apagó la luz y se dispuso a averiguar qué pasaba. Levantó una esquina de la cortina para estar al pendiente.
El sospechoso, luego de rondar por el frente de la casa viendo para todos lados, decidió brincarse la barda de la casa de doña Locha. La noche era poco clara, sólo se podía ver la silueta tratando de abrir la puerta.
Marquitos dudó por un momento. Quería ayudar, pero no sabía si el malhechor iba acompañado de algunos cómplices. Tardó unos minutos para decidirse; justo cuando tomó la determinación de despertar a su familia para hacer algo por impedir el robo, sucedió lo extraordinario.
Las flores blancas del árbol se comenzaron a mecer acariciadas por un suave viento y cayeron como una leve briza. Esto pareció llamar la atención del intruso, pues se quedó contemplando un rato. Las ramas se movían cada vez más, semejando movimientos de brazos humanos.
Pronto, ante la mirada atónita del ladrón, comenzó a brillar con tal fuerza que todo se iluminó como si fuera de día. Según dijo Marquitos, él no sintió miedo, por el contrario, tuvo una inmensa paz y alegría. Aunque el hombre dentro del jardín de doña Locha seguramente no sintió lo mismo. Pues al irse completando la transfiguración del árbol, este lo contempló con los ojos desorbitados, temblando con pavor evidente.
El árbol se convirtió en un gigantesco ser. Sus flores blancas formaban hermosas alas con las cuales cubría su rostro y sus raíces, ahora expuestas, semejaban pies. Cuando el ángel descubrió su rostro, Marquitos no pudo ver más. No sabría precisar si se desmayó o cayó en un profundo sueño.
Al despertar al día siguiente, se levantó enseguida y su primer pensamiento fue el suceso extraordinario de la noche anterior. De inmediato salió a la calle tratando de encontrar alguna pista, pero todo seguía igual, intacto, como si lo vivido hubiera sido un mal sueño.
—Ay, Marquitos —dijo doña Locha, sirviendo sendas tazas de té —, te agradezco mucho por estar al pendiente de mi casa, ¿oíste? De seguro tuviste una visión divina. El árbol del hermano Pedro es el producto de la ayuda al prójimo y de la fe.