Paabanc, leyendas de la nueva Guatemala

El diablo el "El Ranchón"

Biografía del compositor

Nombre: Sin datos

Lugar de nacimiento: Sin datos

Fecha de nacimiento y deceso: Sin datos

“Y sucederá que en los últimos días la bestia reinará cien veintenas y treinta días y noches. Y los fieles clamarán al Señor: ¿Dónde estás tú en el día malo? Y el Señor oirá sus oraciones. Y de la Isla del Ángel sacará al Libertador, el santo Cordero de Dios que peleará contra la bestia y la destruirá. Sólo que no será la bestia la que sea destruida, será el Nazareno”.

La profecía, el conflicto final.

Últimamente la apariencia del Julio era algo decadente. De las gruesas pulseras de oro y plata, sólo quedaban recuerdos. Ante la precaria situación en la empresa donde trabajaba, había tenido que prescindir de algunas cosas.

Por fortuna todavía tenía sus preciadas camisas “Charlie” floreadas y sus inseparables pantalones al estilo pachuco con paletones amplios en la parte de arriba, mientras en los tobillos se estrechaban tanto que era casi imposible ponérselos. A pesar de la mesura, todavía el olor del casi medio frasco de Polo Ralph Lauren anunciaba su llegada mucho antes de aparecer.

Llevaba algún tiempo sin visitar los antros frecuentados anteriormente. Aquella noche de viernes hizo una excepción con cierta melancolía por los lugares a donde acostumbraba a ir a bailar.

Llegó con los rulos brillosos de vaselina, moviéndolos con un tic coqueto; le gustaba sentirlos acariciar su nuca suavemente.

Esa noche iba decidido a no bailar por nada del mundo, no por falta de ganas, sino por los gastos que una pareja implicaría. Al entrar, como una cruel ironía, sonaba su canción preferida: “Pintalabios” del grupo musical “La Gran Familia”. El sonido castigaba los oídos.

Se pasó las manos por el cabello en un acto instintivo. Luego se desabrochó un botón más de la camisa, dejando al descubierto casi en su totalidad el pecho. Tomó un banco en la barra e hizo un ademán. Al momento una cerveza espumosa helaba su mano. Le dio el primer sorbo entrecerrando los ojos. Las luces de colores bailaban en todas direcciones.

—Vaya, hombre, qué milagro.

—¿¡Qué onda, Paquito!? —gritó para hacerse notar por sobre el ruido circundante. Luego se puso de pie para darle un abrazo a su amigo — Sentáte. ¿Querés una cerveza Cabro? —dijo con una sonrisa, haciendo cuentas mentalmente para ver si le alcanzaba.

—No te preocupés, Julio, yo invito. Ya me enteré de la mala racha de la empresa donde trabajás. Hoy por vos, mañana por mí.

Julio aceptó de buena gana, sonriendo. Ambos amigos se sentaron en sendos bancos frente a la alta barra.

—Está dura la situación, ¿verdad, Julio?

—Sí, vos. Pero no hay mal que por bien no venga. Por lo menos ya no estoy gastando tanto en cerveza ni en mujeres —comentó sonriendo.

—Eso sí. Y mirá cómo son las cosas, me acaban de invitar al “Ranchón”; si vos pudieras, vamos.

—¿Y eso dónde queda?

—En Villa Nueva, por el Rosario. Aaah, sabés dónde, casi por donde está el cementerio, pero en la calle principal, como quien va para el parque. ¿No habías oído de ese lugar? Me extraña, si vos te has recorrido casi todo.

—Sí, pero de la capital, de Villa Nueva no.

—Pues yo no he ido por falta de “alero” para que vayamos juntos. Además, según me contaron, ahí llega solo gente no tan cristiana. Yo sí me arrugo, la verdad.

—¿Cómo así?

—Sí, pues, que llega pura gente de dudosa procedencia, pero eso sí, la música, el ambiente, se pone bueno. Además de uno que otro rumor. La gente no puede ver bien a los demás porque rápido inventan algo, ya sabés.

—Ya me estás picando la curiosidad. ¿Rumores como cuáles?

—Dicen que ese lugar subió como la espuma porque su dueño hizo un pacto con el cachudo.

—Ja, ja, ja. La gente no sabe cómo chingar a los demás, ¿va? Pura envidia, nada más.

—Eso digo yo. Tal vez todo esto se dio por la estatua de diablo que el dueño mandó a poner atrás del escenario. Esa sí da miedo. Según dicen, se mira muy realista. Tiene casi tres metros de alto y los cuernos llegan hasta el techo. Con los brazos pareciera abarcar toda la pista de baile porque están abiertos de par en par a uno y otro lado. Y tal vez por eso mismo dicen que ahí se hacen trabajos de brujería y todo eso. Yo, francamente, no creo, pero a saber. Aunque sí me da curiosidad ir a conocer.

—Pues parece interesante. Un día de estos voy a juntar algo de dinero y me lanzo para allá, vas a ver.

Julio había hecho sus investigaciones; aparte de lo dicho por Paco, también se enteró de algunos que habían ido a dejar sus peticiones a la escultura del diablo para obtener dinero, mujeres o para estar mejor: todo lo concedía, según decían y, ante la apremiante situación económica, quizá él mismo fuera a dejar su petición por si acaso.

A decir verdad, un pensamiento obsesivo se había apoderado de su mente. Comenzó a fantasear con autos de lujo, viajes, mujeres. Se miraba claramente a él mismo rodeado de todas esas cosas como si ya las tuviera. Luego de ahorrar por varias semanas, decidió gastar el último medio frasco de perfume para dirigirse a Villa Nueva.

Escogió de entre su ropa lo mejor. Lustró sus mocasines negros, se acicaló con gran mesura y aquella noche de viernes de los años noventa, Julio se dispuso a salir con destino al “Ranchón”. Iba bien preparado, como niño frente a Santa Claus, con su carta de peticiones. No perdía nada después de todo. La metió en el bolsillo de la holgada camisa y se fue.

Cuando entró, las luces de colores le dieron la bienvenida. El amplio recinto estaba abarrotado de gente. Ni siquiera había dónde sentarse, como si nadie lo necesitara, pues iban específicamente a bailar. Pero no vio la enorme estatua del demonio. Ese día no había música en vivo y el escenario estaba a obscuras. Las luces danzarinas parecían detenerse al llegar al inicio del entarimado. La obscuridad más profunda dominaba el fondo.



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En el texto hay: leyendas, relatos, terror magico

Editado: 23.09.2024

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