Tadeo esperaba en la sala de cirugía del Hospital Central de Medellín, con el rostro vendado y la pierna aún sangrando debajo del pantalón. Había salido de una reunión que no terminó bien. La palabra "negocio" en su mundo siempre venía acompañada de amenazas, traiciones, y heridas que no eran solo físicas. Había aprendido a vivir con eso. Lo que no esperaba, ese día, era verla a ella.
Cora Castillo.
La escuchó antes de verla.
—Doctora, la paciente de la 302 tiene fiebre nuevamente. ¿Procedemos con los antibióticos?
—Sí, pero ajusten la dosis. También revisen el catéter, puede ser un foco —respondió ella, firme pero amable.
Su acento no era del todo colombiano. Su forma de hablar era limpia, segura. Y su uniforme llevaba bordado su nombre: C. Castillo — Internado Medicina.
Tadeo no era de fijarse en los detalles como ese, pero algo en su voz, en su calma en medio del caos, lo dejó inmóvil. Mientras las luces frías del hospital parpadeaban, Cora pasaba entre camillas, estudiantes, y médicos, como si ya perteneciera ahí.
—¿Quién es ella? —preguntó Tadeo a uno de los enfermeros.
—Una de las internas extranjeras. Vino desde México. Se ganó una beca por sus notas, dicen que es de las mejores. Calladita, pero no se le escapa una. Los médicos jefes le tienen fe.
Y desde ese momento, Tadeo no volvió a ser el mismo.
La observaba desde los pasillos, desde detrás de las puertas entreabiertas, desde los pasillos de espera. Se aprendió su horario. Su forma de amarrarse el cabello. Las canciones que tarareaba cuando creía estar sola.
Había algo en ella que desentonaba con su mundo, como si fuera demasiado limpia para entender la podredumbre en la que él vivía. Pero aún así, verla lo calmaba. Lo mantenía... humano.
Durante semanas, Tadeo no se atrevió a hablarle. Solo se limitó a mirar. A esperar. A inventar excusas para volver al hospital.
Y ella, ocupada entre turnos dobles, exámenes, y pacientes, jamás lo notó.
No entonces.
No cuando su vida aún no estaba entrelazada con las sombras de él.
Pero Tadeo sabía que era cuestión de tiempo. Porque algo dentro de él ya se lo había marcado: ella sería su punto de quiebre. Su línea entre el fuego y la salvación.
Y aunque Cora no lo recordara, aunque hoy le mirara como si fuera un desconocido más...
Él ya se había grabado su nombre en la memoria mucho antes de que ella pronunciara el suyo.