La historia que el paciente 523 le había contado causó que las pesadillas de mi madre aumentaran en frecuencia y en intensidad. Ella le había contado todo a los especialistas sobre su paciente. Ellos podrían ayudarlo, ellos podrían encontrar la forma de que se recupere ¿no?.
Mi madre dejó todo en las manos de los médicos, después de todo, es lo mejor que podía hacer por él. Como ya había contado. Mi mamá duró trabajando únicamente 6 meses en la sección E, pues esto fue por culpa del incendio. No sé si habrás escuchado algo de eso en las noticias, de seguro no, después de todo esto ocurrió hace ya muchos años y el tiempo se encarga de borrarlo todo. No importa lo horrenda que hubiera sido la historia del 523 o cualquier otra, el tiempo siempre seguirá avanzando y curando todo.
Desafortunadamente mi madre trabajó en el turno nocturno la noche del incendio. Ella se encontraba almorzando en la zona especial de empleados cuando sucedió la explosión. Aquel día acababan de llenar el tanque de gas, un tanque enorme que servía para suministrar gas a la cocina del hospital, y al parecer alguien no había apretado bien una válvula y por esas misteriosas y crueles coincidencias del destino una pequeña chispa generó una pequeña llama que después llegó al gas y por último hiso explotar el tanque completo. Estos tanques se tienen en zonas especiales, donde lo normal sería que si llegase a ocurrir un accidente no pasara a mayores. Pero ésta vez si pasó a mayores, el fuego se extendió más de la cuenta con la explosión y con ayuda del viento pronto se extendió hasta el edificio.
Todo el personal rápidamente entró en el protocolo para esta situación. Los guardias de seguridad se pusieron junto con los enfermeros y los auxiliares poco a poco a evacuar a los pacientes y a todo el personal.
Mi mamá estaba en ello cuando se dió cuenta que el paciente 523 no estaba en su habitación. Como dije, su habitación era una de esas "especiales" y resulta que estaba asegurada con un cierre electrónico, era algo muy moderno en aquella época y funcionaba con electricidad. Pues resulta que la explosión había cortado el suministro de energía y por otra de esas misteriosas y crueles coincidencias del destino los generadores de emergencia no entraron en acción.
La puerta estaba abierta y el 523 no se veía por ningún lado. Mi mamá corrió buscándolo. Gritaba su nombre pero no contestaba, ella temía que el paciente fuera alcanzado por el fuego o peor, que perdiera su máscara.
Continuó buscándolo y buscándolo pero no lo encontraba. En un punto llegó al cuarto piso del edificio y como no lo encontraba decidió que era suficiente, el fuego se estaba extendiendo y tenía que ponerse a salvo.
Caminó por un pasillo y de repente una serie de rechinidos y crujidos invadió el ambiente. Mi madre se detuvo en seco y mientras trataba de averiguar el origen del ruido, el suelo bajo sus pies se derrumbó.
Ella calló al piso de abajo entre un montón de escombros y polvo. Comenzó a toser intensamente y cuando quiso levantarse un inmenso dolor la hiso caer de nuevo. Volteó a ver su pierna y se dió cuenta que estaba rota. Un trozo de hueso sobresalía de en medio de su pierna entre un amasijo de sangre. Trató de no moverse pero el pánico la invadió cuando se percató de su al rededor. Todo a su alrededor estaba en llamas. Era como haber caído por una abertura al infierno.
Primero intentó arrastrarse pero el dolor no le permitió avanzar. Luego empezó a gritar, gritaba por ayuda, gritaba desamparada que alguien fuera a su rescate. Continuó y continuó suplicando por su vida... pero no vino nadie.
Ahora la garganta le dolía, comenzó a llorar. Estaba desesperada, creía que iba a morir ahí mismo calcinada por el fuego que se cernía sobre ella.
De pronto, la puerta de la habitación comenzó a ser golpeada desde fuera. Fueron uno, dos, tres golpes y la puerta se abrió. Mi madre miró boquiabierta al hombre que entró. Era el paciente 523, pero su encuentro no le produjo alivio sino un creciente terror al ver que la máscara de papel que tapaba su cara estaba prendida fuego.
El 523 no dijo nada. Tomó a mi madre en sus brazos y la subió sobre su espalda haciéndole de caballito y salió corriendo de ahí. Se movía con mucha destreza entre las flamas y los escombros. Mi madre estaba tratando que el fuego de la máscara no la alcanzase. En un punto incluso intentó soplar para ver si así se apagaba pero no funcionó.
Cuando llegaron a un lugar seguro lejos del fuego, el 523 dejo a mi madre en el piso con cuidado. Se le quedó mirando unos instantes a través de los agujeros de su máscara sin inmutarse por las flamas que estaban quemando su cara y ya había achicharrado parte de su cabello.
Acto seguido, el 523 se apartó y caminó rumbo a una ventana cercana.
—¡Espera¡ —dijo mi madre con la mano estirada como si intentaste alcanzarlo.
El 523 se paró en seco y mirándola directamente le dijo:
—Creo que no le he agradecido debidamente señorita —Su voz ya no sonaba infantil, era la gruesa voz de un hombre de 41 años—. Nuestras platicas de verdad que fueron muy liberadoras y me cambiaron un poco la perspectiva, por eso gracias en verdad.
«Pasé mi vida tras una mascara con una sonrisa falsa para todo el mundo y que ocultaba lo que soy, hasta que ella me la quitó, me hiso ver que lo que había detras era humano después de todo. Ella odiaba verme triste y cuando la predí prometí nunca dejar de sonreír. Ahora cambio mi promesa, prometo no volver a usar máscaras. Lo haré por ella.»
En ese momento se volteó para mirar por la ventana dándole la espalda a mi madre. Se quitó la máscara de papel con cuidado.
—Me devolvió mi corazón y no lo volveré a perder —Dijo sosteniendo la máscara envuelta en fuego en su mano.
Acto seguido, se quitó la camisa y la envolvió en su puño, luego se puso a golpear la ventana. Las ventanas del hospital no podrían abrirse y estaban reforzadas, por lo que le tomó varios golpes para finalmente romperlo. Mi madre no podía dejar de verlo, estaba paralizada en una entremezcla de confusión y miedo. Hecho su cometido se arrojó por la ventana dejando la máscara en el piso para que terminara de consumirse.