Pacto con el enemigo

Capítulo 3

🖤Damon🖤

El día gris se disolvió en un pasillo abarrotado por el éxodo post-reunión. El aroma a café quemado se mezclaba con el olor de la ambición, un perfume del que esta oficina tenía un suministro infinito. Y en el centro de ese universo monocromático, estaba Valeria.

No pude evitar mirarla. Con su cabello rubio platino, impecable como un glaciar, y su traje de pantalón tan perfectamente planchado que daba miedo tocarlo. La vi recoger su pila de informes con la precisión de un neurocirujano. Cada documento se alineaba como si estuviera esperando una inspección militar. Era un ángel, sí, pero el tipo de ángel que te daría un sermón sobre la importancia de la eficiencia en el apocalipsis.

"Vaya, qué rápido", le dije con una sonrisa que ya había perfeccionado para ella. Era un cóctel de falsa admiración y pura burla. "Pensé que te quedarías a dar un informe de gestión sobre el tamaño de la sala de reuniones, solo para optimizar el espacio".

Valeria se detuvo. Giró su cabeza lentamente, como un robot activando un sensor. Sus ojos azules, tan claros que podías ver el vacío cósmico en ellos, me miraron sin parpadear.

"El tiempo es dinero, Damon", respondió con una frialdad que podría congelar el Nilo. "Una lección que, por lo visto, tú no has aprendido en estos años".

Sabía que eso era un golpe bajo, y se lo devolví con la misma gracia. "Al contrario. He aprendido a valorar mi tiempo. No malgasto ni un segundo de mi preciosa vida en tonterías como la perfección". Me detuve y fingí pensarlo. "Aunque, pensándolo bien, tu perfección sí que es una tontería".

Ella no respondió, solo continuó su camino hacia la cafetera. Era mi turno. La competencia no era solo sobre quién conseguía más clientes o quién vendía más, era sobre quién rompía al otro primero.

La cafetera de la oficina era una herramienta de guerra silenciosa. Yo, Damon, el autoproclamado maestro del café, conocía sus secretos. Sabía cómo sacar el máximo provecho de sus granos, cómo hacer un café que realmente supiera a café. Valeria, en cambio, la trataba como si fuera un laboratorio químico.

La vi sacar una taza de porcelana blanca. Con la delicadeza de una arqueóloga, la enjuagó tres veces, luego sacó su propio café molido, pesó los granos en una balanza digital que sacó de su maletín, y se preparó para la infusión. Todo en absoluto silencio, con un cronómetro en la mano.

Me acerqué con mi taza, una de "El Señor de los Anillos" con una abolladura por un accidente de oficina, y pulsé el botón de café extrafuerte.

"A ver si puedes superar mi tiempo", le dije, mientras mi café se servía en 15 segundos. "El mío está listo. Rápido y eficiente. Como yo".

Valeria no levantó la vista. "El sabor es el resultado del proceso, no de la velocidad, Damon. Un café apresurado es como una idea apresurada, carente de sustancia. Me pregunto si sabes de lo que hablo".

"Claro que lo sé", le respondí con una carcajada. "A mí me sobran las ideas, lo que me falta es el tiempo para implementarlas. Tú, en cambio, tienes tanto tiempo para planear la perfección que se te olvidan las ideas".

Sé que sonaba a un simple pique de oficina, pero para mí era un juego de ajedrez. Observaba cada movimiento de Valeria. Su obsesión por el orden, la disciplina y la perfección era su mayor debilidad. Era una armadura tan gruesa que no dejaba pasar la luz ni la vida. Un robot que solo sabía girar en torno al trabajo. Un robot que, de vez en cuando, me miraba como si fuera un error en su código.

Y justo cuando pensaba que la había desarmado, ella me miró y me dijo, con la voz más dulce y gélida que he escuchado en mi vida: "Quizás tengas razón. Pero al menos, yo no necesito una taza con un elfo para sentir que tengo una vida fuera del trabajo".

Ahí estaba el golpe. Y lo sentí. Sí que lo sentí, aunque mi rostro no lo haya demostrado.

Con una sonrisa que parecía haber sido pintada con spray, se alejó con su café perfectamente medido. La batalla de egos, entre la eficiencia sin alma y el caos con vida, había comenzado.




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